viernes, 19 de diciembre de 2008

Papeles

-¿Tiene papeles?

Cris la miró sintiendo un profundo desprecio. Es obvio que esos animales no te ven la luz del día si no tienen papeles en regla, dónde vas a ver a uno de éstos sin papeles si la reserva nomás te sale un ojo de la cara. Pero Cris sabía que tenía que contenerse y contestó en tono amable:

-Sí, por supuesto, no saldría a la calle con una perra sin papeles.

Lo dijo con ternura, aunque súbitamente temió que la estructura semántica lo dejara al descubierto. De manera inconsciente parecía estar diciéndole a su interlocutora: “más vale perra que no te me acerques si no tenés papeles, guita, billete, como le quieras decir”. Pero por la cara de la cincuentona que quería pasar por treintañera supo que no había entendido su metáfora involuntaria. O sí, pero para ella había sido un piropo. Hoy en día, ya no se sabe.
Cris parecía un experto en perros, sobre todo en ese tipo de perros. Aunque hasta hacía poco tiempo fácilmente hubiera confundido al ejemplar que llevaba de la correa con una rata recién salida de la peluquería. Nunca había tenido especial cariño hacia los canes, prefería los gatos, pero una mañana de enero tuvo una ráfaga de pensamiento que cambiaría su vida radicalmente. Uno de esos momentos en que entendés de golpe que la idea que se te acaba de ocurrir es brillante, pero no la querés contar por miedo a que te la roben. Y no te aguantás hasta llegar a tu casa y estar solo para poner la idea en marcha, que funcione y que el mundo se dé cuenta de lo genial que sos. Y después contestar, muy suelto de cuerpo: “la verdad, se me ocurrió de la nada…”
Busquemos un principio a la historia. Domingo a la mañana, costumbre de salir a correr por la costanera a ver qué se levantaba. Los cuarenta lo habían marcado a fuego y las viejas rutinas juveniles habían dado paso a otras. Ya no más salidas de viernes o sábado a la noche para conocer mujeres. Algún que otro programa en grupo pero tranquilo, comida étnica para dar perfil “abierto a la diversidad”, poco alcohol, mucho chill out. Pero la posta era los sábados y los domingos a la mañana, las chicas en shorcitos o calzas, todas apretaditas, la onda light. Al principio le costó un poco porque nunca en su vida había hecho deporte, un picado con los muchachos de la oficina una vez cada tres meses, pero después olvidate. Sin embargo, a fuerza de sudor consiguió un ritmo de trote aceptable, parecía incluso que lo disfrutaba y con el tiempo logró alejar esos temores de infarto que lo asaltaban a los 10 metros de empezar a correr. Había conocido a unas cuantas chicas en la rutina dominguera y hasta se había alegrado de comprobar que la simulación deportiva no era exclusividad suya.
Pero ese domingo fue diferente porque al ratito nomás de empezar a correr se cruzó con Javier, un viejo conocido de teatro (otro intento frustrado por conocer mujeres). Había pasado el tiempo y hasta parecía ridículo decir que se habían conocido en el taller de Norberto Campos, porque a juzgar por la apariencia, su amigo había decidido dedicarse a los campos, a secas y no le había ido nada mal. Tenía la pinta de quien amasó una pequeña fortuna en poco tiempo y le encantaba exhibirlo. Alpargatas de carpincho, camisa de lino color manteca, pañuelito al cuello con prendedor de flor de lis. Y un detalle inquietante: abrazaba a un espécimen extraño, mamífero, no había duda, pero de tan escasas dimensiones que en el imaginario de Cris pasaban por opciones tales como rata-hamster-cuis-perrito. Mientras se bajaba de la cuatro por cuatro de luxe cero km súper sport, de ésas que te sirven para hacer el rally París-Dákar sin que se te despeine el flequilo, ésas que abundan en una ciudad que no tiene una puta loma, el nuevo rico gritó como un verdulero:

-¡Qué hacés shespier! ¿ya te dieron el oscar?

Imposible hacerse el desentendido, le hablaban a él y encima ese tono estridente que retumbaba aún a cielo abierto.

-Pero qué hacés… ehh, tanto tiempo! Pero qué lindo chiche, ¡cambiaste el twingo parece!
-Sí, se lo dejé a mi suegra que me rompía las pelotas que quería un auto. Pero que pintusa, ¿sos deportista ahora?

Cris se iba a aprovechar para jactarse de sus tiempos y resistencia física pero no pudo. La voz de Javier volvió a escucharse, estridente, esta vez dirigida a otra persona.

-¿Cómo jefe? ¿Cómo que acá no se puede estacionar, no es libre acaso? Pero me cago en dios… -acá bajó la voz porque parecía querer proteger los oídos de la mascota-. Sí, si, ya lo muevo. ¿No me lo tenés a Luismi mientras corro el coche?- preguntó mientras extendía el engendro hacia Cris-. Cómo me rompen las pelotas. Bajalo si querés que no le gusta estar en brazos de desconocidos, pero que no se vaya al barro. ¡¡¡Y que no se le acerque ningún perro!!!

Sonó el motor de la cuatro por cuatro súper de luxe y Cris se quedó estupefacto con ese ejemplar cruza entre perro y Dr. Spok, chiquito, duro, rarísimo. Volvió a la realidad con más gritos:

-¡Ay pero qué divino que es me lo como! –gritaba una señora de edad inclasificable ante la visión del “perro”.

Cris pensó que lo cargaba, que se reía de él, pero no (muchos años, muchos intentos, pero todavía le costaba entender los vericuetos del alma femenina).

–¡Mirá John, uno así quiero! –ahora la señora le hablaba al que se suponía era su marido-novio-amante, que tenía cara de llamarse apenas Juan y que miraba a la mascota moviendo levemente la cabeza de lado a lado, mordiéndose los labios, con expresión de “es un ejemplar de exposición”.
- Hay que decir que son muy delicados –se sumó otra señora elegante en sus calzas Nike, zapatillas ídem y lentes de no sé que marca, pero carísimos–. Pero valen el esfuerzo. Mi suegra tiene uno que es un sol, son de compañeros.
-Es que un perro así es para cuidarlo, si no ni lo tengas –se metió el marido-novio-amante–. Hay que dedicarles tiempo.
-Tal cual, no es para cualquiera, hay que saber cuidarlos.

Cris observaba la escena atónito. El diálogo parecía hacer referencia a un ejemplar premiado de la sociedad rural y no a ese bicho inmundo que no pesaba más de 1 kilo. Él mantenía la sonrisa neutral y rogaba que volviera Javier. Volvió justo cuando apareció la rubia. Despampanante, sí, de ésas que dejan una estela a su paso; y sosteniendo un engendro parecido en los brazos.

-¿Es nena o nene?

Cris pensó que preguntaba por alguna de las otras mujeres que tal vez estuvieran embarazadas y él no lo hubiera notado. Pero Javier lo sacó inmediatamente de la duda:

-Macho, como el dueño – dijo sobrador al tiempo que le arrancaba la correa de las manos a Cris y lo alzaba tal como lo tenía la rubia-. Venga con papito.
-¡En serio!! Yo le estoy buscando novio a Britney, ¿no se querrán conocer?
-Luismi es muy selectivo pero cuando elige no se equivoca –Javier siempre tenía una respuesta para todo-. Seguro que le va a encantar –agregó mientras le miraba las tetas a la rubia.
-Bueno, si es como el dueño, Britney no se va a achicar. Yo me tengo que ir pero ¿querés que te deje el teléfono así arreglamos un encuentro?

La escena, que a Cris se le antojó como del peor y más burdo levante en pleno día, parecía encantarles a los demás. Todos con las mismas sonrisas de película de Hollywood, enternecidos con las mascotas y transitivamente con sus dueños. Y fue ahí cuando Cris tuvo la brillante idea. Se despidió urgente de Javier (no sin antes pedirle el teléfono “por unas consultitas que tengo que hacerte”) y volvió trotando a su casa a urdir el plan.

Pero ya se sabe que todo plan puede fallar. O resultar distinto a como se había planeado. Cris dejó pasar unos días y se comunicó con Javier para pedirle datos sobre la mascota con intenciones de hacerle un regalo sorpresa a una sobrina.

-Pero mirá que no son animales para cualquiera. Te diría incluso que no son para chicos, hay que cuidarlos mucho.
-No, pero es una sobrina crecida ya, va a cumplir … 18.
-Ah, yo pensé que era una nena. Bueh, igual, viste que los chicos de hoy …
-No, pero ésta es responsable.
-Bueno, entonces sí. Porque a nosotros no nos gusta que lo tenga cualquiera, porque después se te desvaloriza viste y son saladitos. Pero lo valen eh, nunca en mi vida pagué algo con tanta satisfacción, después del coche está Luismi.
-¿Por qué?… ¿son muy caros…?
-Y como para que te des una idea… a ver… es como si te dijera andá al súper y traeme una salchicha y un salmón ahumado de Finladia. ¡No tiene punto de comparación! Por lo del perro salchicha te digo, jajaja, ¡qué buen chiste!
-No claro, no podés comparar… pero así, como para tener una idea…
-La verdad, si te digo te miento porque yo a Luismi lo fui pagando en cuotas…
-¿En cuotas?
-Y sí, lo tenés que reservar cuando la madre está embarazada o anotarte en una lista de espera, después tenés que pagarle a alguien para que supervise que realmente lo parió porque hay cada uno que te dicen que sí y después te meten el perro! –Javier volvió a largar una carcajada y se atragantó con la risa que le produjo su propia ocurrencia-. Y después cuando hacés los papeles finales, no dejés que te embromen con los papeles porque te arruinan para todo el viaje.
-¿Y cómo se llama la marca? –Cris estaba poniéndose nervioso y se preparó para escribir un nombre en sánscrito.
-¿Qué marca? ¿La raza decís? Chihuahua.

Cris hizo silencio.

-Chihuahua de pelo largo. Técnicamente es Chihuahua Papiyón.
-¡¡¡Chihuahua!!! –Cris pensó que le tomaba el pelo. Cris siempre pensaba que le tomaban el pelo-. ¡Pero ése perro lo tiene mi tía!
-No, pero este es distinto. Este tiene papeles. Es hijo de campeones, tiene pédigri. Mirá, te doy el número de la señora que me lo vendió a mí, decí que vas de parte mía porque si no ni te atienden. No se lo des a nadie, mirá que es gente muy jodida. Anotá.

A Cris le temblaba el pulso. Lo único que quería era comprar un perro de morondanga, pero tantas recomendaciones lo habían perturbado. Anotó los números, el apellido de la señora y mientras se despedía, las últimas palabras de Javier le quedaron resonando cual sentencia: “Acordate lo que te digo, estos perros te cambian la vida. Ahora te dejo porque tengo clase de golf”.

Lo que siguió fue un camino difícil. Varias veces dudó Cris del éxito de su plan, tantas eran las piedras en el camino. Pero así como no se sale de los malos trances sin un aprendizaje, ante él se abrió un mundo absolutamente desconocido. Supo de razas y épocas de celo, cuidados intensivos de cachorros, marcas y porciones de alimentos Premium. Compró la enciclopedia “El chihuahua en casa”, libros de consejos para el cuidado del can pequeño y hasta un ejemplar que se habría editado en forma póstuma de supuestas memorias de una mascota que sobrevivió a su dueña de toda la vida y habría escrito sus pensamientos a través de una médium. Sin notarlo, su vida fue absorbida por la inminente llegada del nuevo integrante a la familia que, hay que decir, no se componía más que del propio Cris y un bonsai. Cris sentía que tenía la obligación de interiorizarse en la vida de ese nuevo ser que entraba en su mundo y al que estaba dedicándole tanto tiempo y tanto dinero.
La tarde en que lo llamaron para avisarle que finalmente podía pasar a buscar a su nueva mascota estaba leyendo el origen de esta raza tan particular. La teoría más reciente sostiene que mercaderes españoles llevaron perros chihuahuas a España mediante sus rutas de comercio con China y de ahí a México. La práctica documentada de reducir de tamaño tanto plantas como animales en China es la base de la teoría que dice que los Chihuahuas se originaron ahí. Se sintió conmovido por las coincidencias, una cultura milenaria venía a iluminar su vida. Había meditado largo tiempo para decidirse por un nombre para la mascota, sin perder de vista su objetivo. Ya había descartado Chiquita, Pupi y Colita por ser demasiado comunes; tenía apuntados otros más sofisticados como “Perla”, “Rouge” o “Pétalo” y se imaginaba pronunciando ese nombre frente a damas embelesadas. Pero la anécdota que acababa de leer lo hicieron decidirse abruptamente: levantó la vista hacia su árbol jibarizado y dijo en voz alta: “Voy por ti, Bonsai”.

Los comienzos junto a Bonsai fueron arduos aunque plagados de hermosos momentos. Sin ser consciente de ello, Cris comenzó a cambiar sus hábitos en función de la pequeña mascota. Se levantaba en medio de la noche para alimentarla con la mamadera, cambió las luces del living (el lugar elegido para ubicar la canastita) para que no perturbaran su sueño, empezó a escuchar música clásica porque le habían recomendado ambientar el lugar para placer del animalito. El problema era que ante su desconocimiento del tema solía poner óperas que terminaban por alterar considerablemente al can. Los primeros mordiscos que Cris recibió de Bonsai fueron precisamente en pasajes como aquél en que la soprano alcanza un mi en la “Reina de la noche”. Hay que decir que había días en que le entraba la desesperación ante la histeria de la mascota y esa desesperación era tanta que le venían unas ganas irrefrenables de lanzar a la perrita por la ventana, al mejor estilo jugador de béisbol. En esos momentos, contaba hasta 25, respiraba profundo y se focalizaba en su plan.

Poco a poco todo fue encarrilándose y en un par de meses Cris se sintió preparado para salir a la cancha con Bonsai en brazos. La primera medida fue visitar un peluquería canina donde le realizaron un corte a la moda (la peluquera insistía que era el mismo corte que la perra de Cristina Aguilera. Cris no entendió si se refería al animal o la cantante en sí). Le dieron mil y una recomendaciones para que el corte se luciera y salieron de la peluquería con un set de belleza capilar, ampollas para el crecimiento del bulbo, baños de crema con ceramidas para intensificar el brillo y un secador especial para chihuahuas de pelo largo, con los implementos necesarios para brushing, torzadas y bucles. Cris se sintió un poco ridículo pero interiormente veía a su mascota feliz, tan elegante, que lo tomaba como un buen presagio para el éxito de su plan.
Y el día llegó por fin: domingo a la mañana, abril, cielo despejado. Tan emocionado estaba que se había comprado jogging nuevo, gris con pequeñas rayitas lilas, el mismo lila que había elegido para el collar acharolado de Bonsai. Estaba en todos los detalles. Trató de disimular unos lentes espejados las ojeras que tenía por haberse levantado dos horas antes para poder peinar a Bonsai y salieron juntos a la calle. Era el primer paseo oficial de Bonsai, por eso la cargó en brazos hasta que llegaron al boulevard, el escenario elegido para entrar en acción. Bonsai estaba exultante, como empujada por la brisa de la libertad y eso complicaba a Cris cuando intentaba controlarla. Corría como desesperada, con sus patitas diminutas tiraba de la correa, cruzaba la calle sin miramientos, olía hasta el más diminuto detalle. Coqueteaba como una colegiala. Y no hacía distinciones. Tanto es así que el primer objeto de su deseo fue nada menos que un rotweiller. Por suerte el perro inmenso no pareció interesado en la pequeña mascota y aunque Cris sintió algo parecido a la ofensa también se alivió de no tener que presenciar una escena que pudo haber sido tremenda.
La mañana estaba brillante y en los primero metros ya pudo ver el impacto de Bonsai en los transeúntes. Nadie era indiferente, ya sea por la admiración o la risa que producía, pero todos quedaban impresionados. Por fin, Cris vio aparecer a la primera víctima: morocha de rulos, figura delicada, músculos turgentes. Y un perro de raza similar a Bonsai pero de pelo corto, o sea, más parecido aún a una rata. Empezó a sentir un cierto nerviosismo y para colmo notó que a Bonsai se le había corrido el moño de la correa hacia la oreja, aplastándole el peinado. No hizo a tiempo para arreglarlo pero no pareció importar mucho:

-¡No puede ser más hermoso!
-Hermosa, es nena. ¿Y ese bomboncito? –preguntó señalando con la mirada el perro de la morocha.
-Él sí es varoncito y parece que se llevan muy bien.

Los dos perros habían empezado con la rutina de olerse las partes, mover la cola, caminar en círculos. Nada extraño, pero para los dueños ya había matrimonio en puerta.

-¿Ya tuvo cachorritos?, al mío le estoy buscando novia.
-Nooooo! –lanzó Cris espantando de sólo pensar en ese pequeño ser embarazado. Pero en seguida recordó su motivación y moderó su tono-. Es muy chiquita todavía, hay que esperar. Pero podemos ir preparando el ajuar…

Para esta última frase Cris miró a la morocha con una de esas miradas que había estado practicando frente al espejo, una de tantas. Y la morocha cayó en la trampa porque 15 minutos después estaban sentados en un bar frente al río, tomando un exprimido de naranja y con sus mascotas en brazos. Como primer encuentro no estuvo mal, hablaron de alimentos balanceados, la crueldad de las guarderías para perros y de un nuevo servicio del que había escuchado hablar la morocha sobre festejo de cumpleaños para perros. Ella estaba especialmente interesada porque su bebé estaba próximo a cumplir los años y necesitaba decidirse. Cris la ayudó a elegir entre las alternativas aunque le pareció un poco absurda la idea de una reunión de perros con sombreritos de papel jugando a romper una piñata. Pero la morocha le gustaba en serio y de paso podía aprender para cuando fuera el cumpleaños de Bonsai.
Después de más de dos horas de charla se despidieron amablemente y quedaron en encontrarse en otra oportunidad caminando por el boulevard. Cris se sintió desilusionado porque pretendía al menos conseguir el teléfono o el messenger de la morocha, que había resultado más difícil de lo que parecía y tendría que hacer más esfuerzos. Después de todo, era la primera experiencia de la era Bonsai y no estaba nada mal.

Lo de morocha pasó sin pena ni gloria. Nunca más volvieron a verse. Cris lo sintió como el primer gran fracaso pero rápidamente se repuso al notar que su plan estaba condenado al éxito. Cada mañana o tarde que salían a caminar (Bonsai prefería las tardecitas) se detenía al menos una persona por cuadra a admirar el espécimen. Con su garbo, su simpatía, su alegría de vivir, Bonsai deslumbraba a todos en el boulevard. Y poco a poco fue deslumbrando también a Cris, a modificarle los hábitos. El hombre empezó por ser más cuidadoso con su ropa, virando hacia un estilo “decontracté casual sport” y siguió por detalles tales como su pelo (se animó por primera vez a hacerse unos reflejos que le sugirió el coiffeur de Bonsai), sus uñas, su cutis. Estaba empeñado en ser un metrosexual a la medida de su mascota.
Tanta exigencia para consigo mismo se trasladó también a su objeto de caza. Ya no era suficiente que fuera morocha y tuviera buen cuerpo, ahora apuntaba a cierta marca de ropa, ciertos accesorios y hasta cierta manera de hablar. Hay que decir que su propio refinamiento era menos por una cuestión estética que por una cuestión de marketing, podríamos decir. Cris había comprobado que había un submundo que él desconocía, habitado por seres con intereses superfluos, mucho tiempo libre y fundamentalmente con mucho dinero. Esos seres eran en gran cantidad mujeres y muchas de ellas estaban solas o padeciendo una soledad que en apariencia no tenían.
Se hizo experto, pues, en detectar a sus víctimas por detalles que al resto de los mortales nos pasan desapercibidos: cierto reloj, ciertos accesorios de las mascotas, hasta cierto corte de pelo. Comenzó a especializarse en viudas de mediana edad, divorciadas o a punto de, mujeres de cuarenta que necesitaban “un cambio en sus vidas” y que creían que todas las canciones de Ricardo Arjona habían sido inspiradas por ellas.
Así, pasaron por la vida de Cris una larga lista de mujeres. Algunas fueron olvidadas con el último beso, pero otras quedaban en la memoria de Cris con el amargo gusto de no haberlas podido retener un tiempo más. Susana, recién separada de un industrial, resentida e intolerante; Patricia, esposa de un concejal, “amiga” de una reconocida artista plástica y amante de su personal trainer; Ivonne, viuda alegre con mucho dinero. A Cris le costaba profundizar en las relaciones porque si bien las mascotas empezaban siendo el anzuelo, también terminaban siendo el motivo de la separación. Nunca lo aceptó, pero sus mujeres le reprochaban que Bonsai acaparaba mucha más atención que ellas mismas. Ya no le bastaban a Cris las cenas en caros restaurantes (que siempre pagaban ellas), los viajes relámpagos a Punta del Este (que siempre contrataban ellas), los relojes, las camisas, los zapatos que recibía como regalos. Fueron justamente los celos los que provocaron la última y fatal ruptura.


Sofía, una mujer muy maltratada por la vida y recién divorciada de un influyente abogado de la ciudad, lo había abordado en la calle con un interés bien definido. Cris ni siquiera había reparado en ella.

-¿Tiene papeles?

Cris la miró sintiendo un profundo desprecio; es obvio que esos animales no te ven la luz del día si no tienen papeles en regla, dónde vas a ver a uno de éstos sin papeles si la reserva nomás te sale un ojo de la cara. Pero Cris sabía que tenía que contenerse, no era prudente despreciar a una cincuentona que olía a Channel n°5 auténtico y lentes de sol Ives Saint Laurent, también auténticos y contestó en tono amable.

-Sí, por supuesto, no saldría a la calle con una perra sin papeles.

Lo dijo con ternura, aunque súbitamente temió que la estructura semántica lo dejara al descubierto. De manera inconsciente, parecía estar diciéndole a su interlocutora: “más vale perra que no te me acerques si no tenés papeles, guita, billete, como le quieras decir”. Pero por la cara de la cincuentona que quería pasar por treintañera supo que no había entendido su metáfora involuntaria. O sí, pero para ella había sido un piropo. Hoy en día, ya no se sabe.

-Ah, porque le estoy buscando novia a Justin, pero me preocupa el tema de los papeles, viste, no me gustan las “mezclas” –dijo acentuando la última palabra con el gesto de arrugar su nariz como si oliera algo feo.
-No, claro, yo tampoco la dejo a Bonsai que se junte con nadie que no sea puro.

Y así, mientras conversaban sobre la posibilidad de unir a las mascotas con fines de perpetrar la especia pura, la relación se fue consolidando. Finalmente lo de Sofía se convirtió en algo “bastante serio” para los cánones de Cris, aún a su pesar. Es que Sofía resultó ser un ser absorbente, demandante, asfixiante. Y a Cris se le hacía difícil de sobrellevar, aún después del Rólex auténtico que recibió para el cumpleaños. Pero Bonsai y Justin se llevaban tan bien. Nunca consumaron el hecho porque para la época de celo Justin sufrió un accidente que lo obligó a estar inmovilizado y vendado, lo que a Cris le significó un gran alivio porque no soportaba la sola idea de ver a su pequeña Bonsai revolcándose cual perra lujuriosa, aunque fuera con un perro de raza pura. Bonsai se había convertido en su pequeña reina y las reinas no tienen ese comportamiento. Pero lo que sí nació fue una linda amistad. Bonsai y Justin compartían las caminatas en el boulevard correteando como dos amigos de la infancia. Y Cris era feliz de sólo verlos. Por esa sola razón soportaba a Sofía, que le toleraba su indiferencia. Pero lo de la medalla fue demasiado.

Fue una noche fría de agosto. Sofía había invitado a Cris a pasar un fin de semana a la capital porque tenía que arreglar unos asuntos financieros. Se vieron recién a la noche, cuando ella había terminado sus compromisos y fueron a cenar a unos de esos restaurantes carísimos, en los que el plato principal parece una pieza de diseño de Philippe Starck y cuesta lo mismo que una semana en la costa en hotel tres estrellas, pensión completa y entrada a Mundo Marino. Decir Sofía y Cris es decir, por supuesto, Sofía, Cris, Justin y Bonsai. Siempre iban los cuatro juntos a todos lados. Claro que no en todos lados aceptan mascotas y claro que no en todos lados aceptan cualquier mascota. En ese restaurante específico sólo aceptaban perros con papeles por una cuestión de “cuidar a la clientela”.
La cena se desarrolló con relativa monotonía, sólo alterada por las gracias que Bonsai y Justin hacían con los grisines. Había sido una cena pantagruélica: degustación de patés caseros, carnes asadas a la estaca, trufas en salsas exóticas. Sofía había esperado hasta el momento del postre para decirle a Cris lo que venía pensando hacía mucho: que quería que vivieran juntos porque lo necesitaba cerca todo el tiempo. Por eso se emocionó cuando vio la medalla colgando en el pecho de Cris, asomando por el escote en v del pullóver. La media medalla. Ni siquiera su marido le había regalado una cuando eran novios y creían estar enamorados. Excitada por la escena, recorrió con su dedo índice la forma de medio corazón mientras decía:
- ¿Cuándo me la pensabas dar, tontito?.
Grande fue su decepción cuando comprobó que no era el nombre “Sofía” el que estaba grabado sino “Bonsai”. Miró a la perra con un desprecio glacial y le arrancó de un tirón la otra media medalla que colgaba de su collarcito de strass. Roja de furia, estalló:

-¿¿¿Qué significa esto??? –gritó escandalizada, sin reparar en las miradas desaprobadoras de los comensales, perros incluidos.

Cris mantuvo la calma, sabía que era un momento que tarde o temprano llegaría, un final anunciado.

-Mirá Sofi, ya es hora de que entiendas que lo nuestro nunca funcionó. Y dame eso que Bonsai no tiene la culpa –dijo alargando la mano a la media medalla que todavía estaba en manos de Sofía.
-¿Que no tiene la culpa? ¡Esa perra tiene la culpa de todo! –seguía vociferando mientras mantenía el puño cerrado con la medalla lejos del alcance de Cris-. Elegí: la perra o yo -amenazó casi al borde de las lágrimas.

Se hizo un silencio brutal. Los comensales, el maitre, los mozos suspendieron por unos segundos su movilidad y miraron expectantes hacia la mesa de Cris. El restaurante a pleno estaba pendiente de su respuesta, todos querían saber si la elegía a ella, la señora desquiciada o a la perra, que todos suponían una amante de Cris y no la mascota que estaba a su lado. Mientras tanto Cris seguía inmóvil, sintiendo un calor abrasador que provenía de todas las miradas. Tragó saliva:

-Yo a Bonsai nunca la voy a dejar –dijo clarito mientras acariciaba la cabecita de la perra.

Sofía rompió a llorar y en un movimiento que duró un segundo tomó a Justin de la sillita alta y lanzó la media medalla por los aires que fue a parar al centro mismo de la mouse de mandarina con coulis de pera de la mesa de al lado. Cris miró a Sofía alejarse y sintió un alivio infinito, la sensación de haberse sacado por fin un traje de amianto en pleno verano. Todo el restaurante volvió la atención a sus propias mesas aunque el murmullo que comenzó inmediatamente después del portazo de Sofía dejaba a las claras que el tema de conversación era el mismo para todos.
Cris trató de terminar su postre con naturalidad mientras el mozo acercaba tímidamente la cuenta que ya habían pedido antes de la escena de celos. Súbitamente Cris se puso blanco y estuvo a punto hacer otra escena, esta vez mucho más desagradable. Sintió náuseas, calor intenso, fiebre. Cris no traía billetera. Casi nunca la traía porque sus mujeres se encargaban de pagar todo, que para eso las había elegido. Y aunque la trajera consigo, nunca alcanzaría la cifra que exhibía impúdicamente la boleta solapada en una elegante carpeta de cuero de cocodrilo. Trató de pensar alternativas rápidas que lo sacaran de la situación pero sus torpes maneras, sus miradas persecutorias, su cara de espanto lo delataron al punto de que en pocos minutos estaba el dueño del restaurante parado a su lado, escoltado por dos agentes de seguridad del lugar.

-¿Algún problema señor? –inquirió un hombre robusto impecablemente vestido pero amenazadoramente parco. El dueño del restaurante.
-Eh…. No, un problemita… eh, estas cosas de salir apurado, me olvidé la billetera en casa… -trataba de explicar Cris en medio de tartamudeos, rojo de vergüenza–. Lo pueden poner en la cuenta de mi señora…
-Justamente acabamos de hablar con su señora, ella es clienta habitual pero como a usted no lo habíamos visto nunca por acá nos tomamos el atrevimiento de llamarla, Ud. sabrá disculpar la desconfianza.
-¡Pero por favor, faltaba más! Tómese la desconfianza que quiera, hoy en día no se sabe, hay cada aprovechador por ahí. Lo entiendo perfectamente…. Y…. ¿qué dijo mi señora?
-Dijo que no es su señora, que usted es un vividor, con todo respeto y que la cuenta está a su cargo, que es una de las tantas cosas que le debe –relató el señor impecablemente vestido, con el mismo tono parco, aunque ahora se adivinada una cierto dejo de ironía–. Usted me dirá cómo hacemos – finalizó acariciando dulcemente a Bonsai que había empezado a temblar.

Volvió el silencio brutal, volvió Cris a ser el centro de la escena, volvieron todos los comensales a interesarse en Cris que para enterarse de estas cosas no hace falta más que girar la cabeza y tener ganas de reírse de los otros. Cris guardaba silencio, no se le ocurría nada. Sofía se había ido. Ni siquiera sabía cómo iba a hacer para pasar la noche a la intemperie, cómo iba a volver, cómo se las iba a arreglar sin Sofía. Tragó saliva y miró fijo al dueño del restaurante:

-Mire yo soy un hombre honrado y voy a hacer todo lo posible por solucionar esta situación incómoda en la que nos encontramos –dijo mientras tomaba a Bonsai en brazos para alejarla de las caricias del dueño–. Como ve realmente no tengo nada –decía mientras metía su mano en los bolsillos y lo único que sacaba eran los documentos de Bonsai, que nunca salía sin ellos-. Puedo lavar la vajilla, lo puedo hacer perfectamente.
-Nooo -lo cortó el dueño con una sonrisita de lado–, su cena vale mucho más que un par de horas de lavacopas mi señor. Eso no sería suficiente. Pero se me está ocurriendo una idea mejor. ¿Qué tal la perrita?
-¿Qué Perrita? ¿Bonsai dice usted? ¿¿¿Qué pretende que haga Bonsai??? –Cris empezaba a ponerse violento.
-No pretendo que haga nada, pretendo que la canjeemos por el valor de la cena.
-¿Pero usted está loco? ¿Desquiciado? ¿¿¿Es enfermo mental??? –Cris había perdido los estribos-. Se está refiriendo a mi Bonsai, un ser humano como cualquiera, cambiarlo por dos platos de morondanga. ¡¡¡Usted es un traficante de almas, un insensible!!!
-La perra o la sombra –dijo entonces otro señor que apareció de la nada, sobretodo gris, sombrero de pana, entonación de película yanqui-. Lo tenemos rodeado señor Cristiano Félix Palerba, alias Cris, nacido el 27 de agosto de 1968 en la ciudad de Rosario. Mucho gusto –le extendió la mano a Cris-. Inspector Garrido del departamento de fraudes de la Asociación de Defensa de Restaurantes, Restó Bares y Wineries. Lo tenemos en la mira, lamento decirle que hemos recibido muchas denuncias de señoras estafadas en su más profundo orgullo y está incluido en la lista negra de la asociación. Esto puede traerle funestas consecuencias si no llega a un acuerdo -mientras decía esto los dos agentes de seguridad acariciaban sus revólveres y se relamían-. De acá puede ir derechito a la cárcel, Palerba. ¿Por qué no recapacita?

Cris estaba devastado. Tenía ganas de llorar como un niño, de abrazarse a alguien aunque más no fuera a Sofía.

-Yo no me puedo desprender de Bonsai, es todo lo que tengo.
-Lo que es desprender se va a desprender igual. El pichicho va a ir a una cárcel de encauzados para perros y afines hasta que un juez decida su futuro. Y no le quiero decir lo que son esos institutos, son duros, no sé si este tipo de pichichos lo podría soportar.- Culminó levantando las cejas y mordiéndose los labios, moviendo su cabeza con gesto negativo.
-En cambio si me la da a mí, eso no le va a pasar – se metió de nuevo el dueño-.Y hasta podemos llegar a un arreglo y lo borramos de la lista negra –lo tranquilizaba mientras le hacía un guiño al inspector Garrido-. Escúcheme bien, yo tengo una hijita de 4 años que vive en Bulgaria, mañana justo viajo para allá y se va a poner loca de contenta si le llevo un regalito así, es justo para ella. No me va a decir que no es mejor que la cuide mi nena que el instituto de encauzados. Yo sé lo que le digo, si es verdad que la quiere, no le queda opción, usted no se imagina las cosas que pasas ahí adentro… Es por su bien…

Las últimas palabras del dueño resonaron para Cris como dentro de un embudo gigantesco. El dueño estiraba los brazos para tomar a Bonsai pero Cris no quería, no podía soltarla. Las lágrimas ya habían empezado a rodarle por las mejillas y Bonsai las limpiaba con su lengüita rosa. Estaba rodeado, abatido, vencido. Con la amabilidad de una monja franciscana, el dueño retiró a Bonsai de los brazos de Cris y se apoderó de los documentos de identificación mientras los oficiales de seguridad lo retenían para evitar que el golpe emocional no terminara en golpe contra el piso. Finalmente Cris no opuso resistencia, se dejó arrancar a Bonsai con la resignación del que lo perdió todo. Estaba mudo, ya no podía llorar porque no tenía quien le secara las lágrimas, ya nada le importaba. La vio alejarse contenta en otros brazos, lamiendo un postre de frutilla que le habían ofrecido para engañarla mientras que a él lo acompañaban amablemente hacia la puerta mientras le decían “no se te ocurra aparecer más por acá porque sos boleta”.

La puerta se cerró a sus espaldas y no se atrevió siquiera a volver la vista, a escudriñar por la ventana para darle una última mirada de despedida a Bonsai. No pudo ver a su mascota en brazos de un extraño, no quiso ver su carita alegre, la de todos los mozos que ahora jugueteaban con ella. No pudo ver tampoco al pobre infeliz que se atragantó al tragar una porción de mouse de mandarina con la media medalla incrustada. No podía ni quería ver nada de eso. Caminó bajo la noche helada a la luz de las estrellas. No había gente en la calle, no había autos, el desamparo más absoluto. Se sentó en el cordón de la vereda y refugiado en la soledad de la noche estalló en llanto. No podía aceptar la separación, todavía sentía la lengüita tibia de Bonsai sobre la cara. Pero esta vez no era Bonsai, era un perro cualunque, callejero, que se había compadecido del sufrimiento de Cris y trataba de darle un poco de cariño en medio de la desolación. Cris se dejó compadecer por un perro solitario, anónimo y posiblemente con pulgas. Cris no estaba lejos de parecer lo mismo. Abrazó al perro ajeno y se quedó en silencio. En la noche fría de una ciudad monstruosa, dos parias se hicieron compañía.

jueves, 30 de octubre de 2008

Cristo 2.0

La cosa empezó medio en secreto porque estos temas, viste, se tergiversan muy pronto y la Norma no quería que pasara eso. Ella conocía bien el caso de la señora de la virgen de San Nicolás y siempre le había parecido tremendo cómo algo así te puede cambiar la vida. Mirá vos lo que son las cosas. Me acuerdo de ese día como si fuera hoy: un 17 de julio. Y me acuerdo que hacía un frío que te calaba los huesos. Mirá, si mal no recuerdo creo que fue el día más frío de ese año. La cuestión que yo ya me había despertado pero aprovechaba para quedarme un poco más en la cama, porque desde que falleció mi marido, que en paz descanse, ya no tengo tantas obligaciones, viste. Así que aprovecho para quedarme un poquito más remoloneando como quien dice. La cosa es que cuando escucho el timbre me digo pero quién será a esta hora, me daba fiaca levantarme porque a veces es alguien que pide y yo la verdad, ya colaboro con la parroquia que es la que después reparte como corresponde. Bué, así que corrí nomás la cortina de la pieza y ahí la veo a la Norma con una cara rara, como preocupada pero excitada a la vez. No sé, era rara la cara que tenía. Así que me apuré a abrirle la puerta y ahí nomás me largó:

- Se me apareció, lo vi clarito. Se me apareció otra vez. Es una señal -. Estaba agitada y hasta parecía que había llorado. –¡¡ Lo tenés que ver, dale vení!!!- Y me agarraba del brazo tironeándome como un chico.
- ¡Pará que me visto! ¿Quién se apareció? No me digas que volvió el Ramón porque a ése no lo quiero ver ni en figuritas-. El Ramón es el ex marido que la había dejado por una rubia teñida más falsa que no se qué. Pero ella lo seguía queriendo y siempre estaba esperando que volviera.
- ¡Pero qué Ramón! Vení, te digo, que lo tenés que ver.

La cuestión es que ahí nomás agarré el deshabillé y salí en pantuflas total tenía que caminar unos metros por el pasillo. La Norma fue mi vecina desde que yo me casé así que éramos casi como hermanas. Ni bien entré al living me sentó de prepo en la silla que estaba frente a la computadora. Yo de computación no entendía nada y la Norma la verdad que tampoco, pero se la había comprado porque Marita le había insistido hasta convencerla. Marita es una prima que se había ido a vivir afuera y le había dicho que así iban a poder chatiar. La cosa es que me sentó ahí frente a la computadora y me dijo:

- Mirá bien, fijate. Hay que esperar un poquito. – Yo me quedé en silencio, pero lo único que veía eran unos dibujos raros que iban cambiando de formas geométricas. La casa estaba medio a oscuras, porque recién estaba empezando a aparecer el sol y las velas que la Norma había prendido formaban unas sombras impresionantes. – ¡¡Ahí está!!! ¿Lo viste? – gritó la Norma al borde de las lágrimas-. ¿Lo viste?- Me imploraba arrodillada a mi lado.

Yo, la verdad, no había visto nada de importancia. Seguía viendo las formas ésas, que después me enteré que el nombre técnico es “protector de pantalla de windors”. La miré a la Norma de reojo, sin que se notara que yo pensaba que se estaba volviendo loca y volví a centrar mi atención en la pantalla. Como la Norma guardaba silencio al tiempo que me tiraba de la manga del deshabillé intenté hilar algunas palabras:

- A ver… vos decís que acá en la pantalla… hay algo que yo debería ver…
La Norma se levantó de un salto y fue hasta el dormitorio. Enseguida volvió con un cuadro que tenía colgado hacía años.
- Mirá, decime si no es igual, decime, decime que no es igual. ¡¡Decime!!-. El tono empezaba a ser imperativo.

Recién ahí entendí y te confieso ahora, esto entre nosotros, que yo nunca vi lo que se dice la cara propiamente dicha de Cristo como decía la Norma. Había sí, unas formas, unos colores que vagamente podían parecerse al cuadro que la Norma tenía en la cabecera de la cama. Pero propiamente la cara del Señor, como decía la Norma, yo nunca la vi. Así que dije nomás, para tranquilizarla:

- Ahá, sí, puede ser… Así clarito no aparece, pero… sí, puede ser…
- ¡¡Claro que puede ser!! Yo sabía que alguna vez iba a volver a pasar, estaba segur…

No pudo terminar la frase. Se le quebró la voz y rompió a llorar desconsoladamente. Y yo empecé a atar cabos como quien dice. Lo de “volver a pasar” lo dijo porque como unos dos años antes, cuando pasó lo del Ramón y la rubia, la Norma estaba tan desesperada que rezaba día y noche, y le pedía al Señor que lo trajera de vuelta al Ramón. Iba todos los días a la iglesia, se volvió muy devota. Porque es así, uno se da cuenta de la importancia del Señor cuando está en las malas, porque lo que es cuando estamos bien, ni se acuerda uno. La cuestión que en una de esas noches que se pasaba en vela, porque entre todas las cosas que tenía le atacó el insomnio, a la Norma se le apareció el Señor. En ese momento lo vio ella sola porque fue una cosa de segundos, una “aparición fugaz pero luminosa”, así decía ella. Se estaba bañando y de repente mira al techo y entre las manchas de humedad que había, porque hay que decirlo, el Ramón nunca fue muy hacendoso y hacía años que la Norma le venía diciendo que había que arreglar el techo pero él no te levantaba un dedo para hacerle nada a la casa; bué, la cuestión que dice que en el techo vio la cara de Cristo. Que le sonreía y que le decía, bah, nunca dijo que la imagen hablara sino como que ella escuchó que le decía: “Hija mía no sufras, el Señor está contigo”. Así, textuales palabras. Me acuerdo porque las repitió hasta el cansancio, parecía poseída, vos le hablabas y ella repetía: “Hija mía no sufras, el Señor está contigo”. Después de un tiempo se le pasó, porque la gente empezó a comentar cosas, porque la gente es así, no cree y se burla. Pero yo sí le creí a la Norma porque no tenía por qué inventar nada, ella nunca fue de llamar la atención ni buscar fama, así que yo le creí. Y hasta me alegré de que el Señor viniera a aparecer tan cerca de mi casa. Y ahí fue que se le metió la idea ésa de que iba a volver. Mejor dicho yo creo que la idea se la metió el Padre Augusto porque la Norma estaba tan angustiada en esa época que ni la aparición del Cristo la sacó del pozo. Ella decía “¿pero por qué sigo tan triste si el Señor está conmigo?”. Te digo la verdad, te partía el alma. Y ahí el Padre Augusto le dijo que si a ella le había dado tanta felicidad verlo a Cristo, se le iba a volver a aparecer, porque el Señor nunca defrauda. Y ella se aferró a eso como una tabla de salvación.

La cuestión que esta vez con lo de la computadora ella no quería decir nada porque no quería que empezaran otra vez los comentarios, que hay que decir la verdad nunca terminaron. La Norma había quedado catalogada como media pirucha en el barrio. Pero guardar el secreto le fue imposible. Porque la cara de felicidad que tenía la Norma era como exagerada. Parecía que se había ganado el quini. Bué, al final fue algo parecido, mirá vos la coincidencia. O sea que aunque ella no quisiera contar nada, la cara lo decía todo. Vos imaginate, una mujer medio dejada, toda triste, si hasta había dejado de hacerse la tintura, de repente te aparece como una campanita, sonrisa de oreja a oreja. Y claro, la gente comentaba. Y mirá vos lo que son las cosas, la gente decía: “Al fin, parece que la Norma le vio la cara a Cristo”. Pero la gente lo decía por otra cosa, porque es así de maléfica. La cuestión es que no se aguantó más y al otro día le contó a Norita en la cola de la verdulería. ¡Para qué! Eso y decirlo en Canal 3 es lo mismo. En cuestión de horas la casa de la Norma estaba llena de gente, algunos medio para jorobar, pero otras señoras, sobre todo la gente de la parroquia, estaban realmente conmovidas con la noticia. Esa tarde la Norma tuvo que suspender la clase de macramé porque no paró de llegar y llegar gente. Ella estaba tan feliz. Muchos eran como yo y aunque quisieran creer no veían nada, y además, como de costumbre están los escépticos de siempre; pero había otros que avalaban sin chistar lo que decía la Norma. Yo te digo, escuché de todo esa tarde: gritos, llantos, cantos de alabanza. Como es natural, cada uno ve lo que quiere o lo que necesita, así que las opiniones empezaron a dividirse. Algunos creían ver el pesebre, el nacimiento como le dicen ahora, otros a la Virgen de San Nicolás y hasta hay quienes vieron al Gauchito Gil, que entre nosotros yo creo que es por el efecto ése de colores que tiene el windors. La cuestión que se empezó a armar un tole tole que ni te cuento.

A mi mucho no me empezó a gustar porque ya me imaginaba el pasillo convertido en santuario y la gente yendo y viniendo día y noche, y yo que no iba a poder dormir más. Pero la veía a la Norma tan contenta. Para colmo, esa misma tarde nomás, como a las seis y media, cayeron los de canal 5. Y vos viste cómo son los periodistas, no es por faltarte el respeto a vos, que hay excepciones, pero se la dan de sabelotodos y las más de la veces terminan burlándose de estas cosas. Cuestión que vinieron con cámara y todo y la Norma vino desesperada a pedirme que estuviera con ella en la nota, que le saliera de testigo como quien dice. Y yo fui, una siempre tiene ese costadito cholulo y la verdad que me moría por conocer al notero, siempre tan simpático. Y bué, como era de esperar, fue un boom como quien dice. Porque es lo que tiene la televisión, te hacés famoso de un día para otro y uno no sabe por qué. Con la Norma fue así y eso que le prohibimos al notero decir la dirección exacta, más que nada por la inseguridad de hoy en día viste, por miedo a que quisieran robar la computadora porque otras cosas de valor no tenía la Norma, si el televisor era del tiempo del ñaupa. Pero claro los vecinos que todavía no se habían enterado empezaron a llegar y uno le dice al primo, el otro al cuñado y al rato ya se había enterado toda la ciudad.

Lo que estuvo flojo fue que el mismo Padre Augusto se enteró por la tele. Mirá vos, hasta el padre mira canal 5. Y se vino como tromba. Al principio estaba medio enojado porque decía que cómo le habíamos dado la primicia a la tele y no a él, que nosotros somos de su comunidad y un caso así es muy delicado y la verdad tenía razón. Pero se nos fue de las manos. Yo no sé si es la desesperación de la gente o que son chusmas nomás, pero ni nosotras nos dimos cuenta. Medio que nos costó hacerle entender al padre que no fue a propósito. Recién cuando se calmó pasamos a la fase de constatación como quien dice. Nos pidió que le sacáramos a toda le gente del living, que para qué te voy a contar lo que nos costó, no se querían ir, estaban porfiados en verle la cara al Señor. Pero al final el padre pegó cuatro gritos y los ahuyentó a todos, al pasillo nomás, porque lo que es irse no se fue ninguno. El padre se sentó en la silla de la computadora, pero de perfil a la pantalla, mirando hacia la Norma que estaba sentada a su lado. Le tomó las manos y le pidió, le rogó casi:

- A ver Normita, tranquilizate y contame qué pasó.

Yo aproveché para pasarle una franelita al monitor porque estaba lleno de dedos, babeado, porque la gente es así, no se ubican. No se conforman con ver nomás. No, tienen que tocar, besar, y todo eso. Así que la pantalla era un asco. Pero para qué, apenas apoyé el trapo la Norma me gritó:

- ¡No!, ¡no lo toques que se borra!!! – a mi me pareció exagerada, pero no me iba a poner a discutir con ella adelante del padre. Me quedé ahí de brazos cruzados, con la franela en la mano, escuchando.
- No le tengo que contar nada Padre, mire, está ahí – y le indicó que mirara al monitor. – Tiene que esperar un ratito, eso sí.

Bué, como para resumirte: el Padre estuvo un buen rato mirando. Yo estaba nerviosa, tenía miedo que se enojara porque cuando el padre se enoja es un infierno, perdonando la expresión. El padre miraba fijo al monitor, parecía hipnotizado porque no sacaba los ojos de la pantalla, ni pestañeaba casi. Y al lado la Norma le hablaba, le hablaba, le hablaba. Que el Señor, que las señales, que el Ramón, que la rubia, que ahora era feliz. Yo creo que lo convenció por cansancio, porque finalmente respiró hondo y la miró a la Norma. Se hizo un silencio largo, el clima se puso denso, se cortaba con un cuchillo. Le volvió a tomar las manos a la Norma y le dijo con la voz más dulce:

- Mirá Normita, si el Señor te eligió a vos por algo será. – La Norma estalló en llanto otra vez.- Es una responsabilidad enorme y seguramente no va a ser fácil llevar esto adelante. – La Norma asentía con la cabeza, mordiéndose los labios, incapaz de proferir palabra. – Tenés que ser fuerte. Tenés que tener calma para descifrar lo que te quiere decir. Para no malinterpretar. ¿Está claro?
- Sí padre, lo entiendo.
- No me gustaría que esto se convierta en una kermesse, que se aprovechen de vos.
- No padre, no va a pasar. Se lo prometo.

Y bué, vos viste que uno promete muchas cosas que después por un motivo o por otro no puede cumplir. Yo creo que no pasaron ni dos días y ya tenías en la puerta uno que vendía banderas y estampitas, otro que vendía velas, otro que hacía “pancitos santos” y hasta un técnico reparador de PC que repartía volantes prometiendo que él te arreglaba la computadora para que se te apareciera en tu casa también. Era un vivo que aprovechó la volada porque ni del barrio era. Y fue ahí que la Norma decidió llamarlo al Maxi, su sobrino, porque se dio cuenta que como de computación no sabía nada podía ser víctima de los aprovechadores. Y el Maxi, que es un tesoro, vino volando, mirá que vivía en San Pedro y lo tuvo que traer un amigo porque el auto del Maxi se había roto justo un día antes; y ahí otra vez tuvimos que sacar a todos afuera, porque la gente no paraba de venir, ya teníamos gente de Villa Gobernador Gálvez y hasta de San Lorenzo. Hay que decir que nosotras habíamos empezado a organizarnos: a las 5 de la mañana repartíamos los números, se entregaban 200 por día y se empezaba a dejar pasar la gente de a dos a partir de las 7 de la mañana. Pero siempre te cae alguien a las 12 que viene de parte de tal y que tiene un tumor en no sé dónde y vos qué le vas a decir, lo tenés que dejar pasar. Pero bueno, lo difícil era hacer que se fueran porque cuando llegaban a la pantalla había que esperar a que la imagen se “hiciera presente” como decía la Norma. Y había veces en que pasaban los minutos y el que estaba sentado no veía nada, la Norma le explicaba, lo guiaba, pero no había caso. Y ahí se armaba una, porque los que estaban afuera empezaban a gritar y los de adentro de ponían nerviosos y gritaban también y ahí se iba la santidad al tacho porque viste como es la gente, se pone como loca y no se ubica. Mirá que nosotros teníamos todo ambientado como un santuario pero no hay caso, no respetan. La verdad, era agotador, un desgaste tremendo. Porque además había que atenderlos, había muchos ancianos, madres con bebés, que darle un vasito de agua, que llevarles sillas, que dejarlos pasar al baño. Te digo que, sin comparar por supuesto, ahí la entendí a la madre Teresa de Calcuta, el sacrificio que es ayudar a la gente. Ahí me di cuenta de mi pobreza de espíritu, porque te digo la verdad, había ratos que me daban ganas de mandarlos a todos al diablo con perdón de la expresión. Y por eso le dije a la Norma que por lo menos pusiéramos una alcancía. No íbamos a andar cobrando entrada pero pedir una colaboración no está mal, para los gastitos, porque después la luz había que pagarla y sobre todo con ese aparato prendido todo el día y no te digo el gasto en velas que teníamos.

Bueno, como te decía, vino el Maxi y ahí fue que cambió todo. Un cambio radical como quien dice. Primero fue como un balde de agua fría, porque ni bien se sentó frente a la computadora ¿sabés lo que dijo, así sin anestesia? Que cualquiera que tenía una computadora podía ver lo mismo en su casa. Al final el reparador de PC tenía razón. No te puedo explicar la cara de la Norma. Se puso blanca, muda. Lo miraba al Maxi y miraba la pantalla, al Maxi y a la pantalla. Y empezó a hacer pucheros. Entonces el Maxi que es un tesoro, trató de explicarle mejor para que no le agarrara la depresión otra vez, que el pobre ya había sufrido mucho con la depresión de su tía.

- A ver, lo que yo quiero decir es que esto que vos ves es una herramienta de la computadora que sirve para que la pantalla… no se canse podríamos decir. De hecho si vos hacés así – y movió el ratoncito que le dicen- eso desaparece.- Hablaba pausado, como con miedo de decir algo inconveniente; y no dejaba de mirar a la tía.
- ¿Desapareció? – preguntó la Norma con un hilo de voz. – A nosotras nos pasó un par de veces que anduvieron toqueteando pero después volvió a aparecer. ¿Va a volver a aparecer, sí, no es cierto? Decime que sí.- La Norma ya estaba otra vez al borde del abismo.
- Sí tía, no te preocupes. Después de un ratito aparece otra vez. Mirá, esperemos.

Y apareció otra vez. Y otra vez apareció la sonrisa aliviada de la Norma. Y la verdad que para los que la conocíamos desde hacía rato esa sonrisa no tenía precio. El Maxi le trató de explicar de la mejor manera posible que eso mismo aparecía en todas las casa que tuvieran el mismo protector instalado. Que todos los que quisieran verlo podían hacerlo desde sus casas. Y yo no sé si es que nosotras estábamos sugestionadas, sobre todo la Norma, pero a pesar del anuncio del Maxi no dejamos de creer. Es más, para mí fue ése el momento de iluminación de la Norma porque empezó como quien dice a traducir todo lo que el Maxi decía en un lenguaje que para nosotras era muy técnico. Y hasta el día de hoy a mí me sigue pareciendo lógico: no por nada se llama “protector”, está en “todos lados” y disponibles “para todos los que lo quieren ver”. Más clarito echale agua. Te lo dice la biblia. Y fue ahí que la Norma se sintió fortalecida, segura. Fue ahí que entendió que el Señor la había elegido a ella para que difundiera el mensaje de que Cristo había vuelto a la tierra, había cumplido su promesa largamente pospuesta. Y como era de esperar había elegido las nuevas tecnologías, porque el Señor siempre está adelantado como quien dice.

Yo veía que Maxi estaba medio escéptico y no decía nada por no desilusionar a la tía. Pero para sorpresa de todos, ahí empezó a hablar el Germán, el amigo que lo había traído en auto. Hasta ahora se había quedado calladito en un rincón. Pero cuando lo miré vi que tenía los ojos medio rojos, como con ganas de llorar.

- Sabe que tiene razón señora – le dijo a la Norma, medio solemne.- El pastor de mi congregación nos dice todo el tiempo que no tenemos que perder la fe, que el Señor se va a presentar de la forma más inesperada y que cuando suceda no van a quedar dudas. – Ahí ya casi medio que lloraba, un chico muy sensible.

Fue hasta donde estaba la Norma y sin decir agua va la abrazó como si fuera la abuela. A mi medio que se me saltaron una lágrimas porque fue una escena realmente conmovedora. Cuestión que este chico resultó ser diseñador de páginas wet y ahí nomás le dijo a la Norma que él la iba a ayudar con su misión de difundir el mensaje del Señor. Y esas cosas son las que te dan la pauta de que no estábamos delirando, porque fijate vos que hasta somos de distintas creencias porque el Germán es evangélico pero no hubo discusiones, todos sentimos los mismo y ahí te das cuenta de lo que es la verdadera unión en Cristo. Y fue esa misma tarde, cuestión de horas nomás que tenía todo listo. Ese mismo día “Volveré y seré PC” ya estaba online como se dice ahora. Un milagro casi.

Bueno, como ya sabés la dirección completa era http://volvereyserepc.blogspot.com. ¡Lo que me costó memorizarla! La verdad, yo le hubiera puesto “el Señor está con nosotros” o “Vino para quedarse” pero este chico nos dijo que así era mejor porque hacía un juego de palabras con “PC” que se usa para “Personal Computer” pero acá era “Personal Christ” y tenía más pegada publicitaria dijo, que esas cosas siempre hay que tenerlas en cuenta.

Después tuvimos que hacer un curso porque la verdad que no entendíamos ni jota. Pero el Germán tiene un corazón de oro. Se venía de San Pedro todos los días cuando terminaba de trabajar y se quedaba horas con nosotras que somos como dos ladrillos y nos explicaba tranquilo. Y claro, como todo, cuando más vas conociendo más te vas entusiasmando. Porque es increíble todo lo que te hace la computación. ¡La internet! Hacés un click y tenés todo lo que querés. Ahí te da la pauta de que no estábamos equivocadas. Es una maravilla que sólo el señor te puede dar. Si llegabas a dudar un poquito, ahí tenías la respuesta enseguida. La que no dudó nunca fue la Norma, por eso yo entiendo que ella se lleve todos los laureles, porque fue a ella que se le apareció, ella la que se dio cuenta. Y ella la que le puso todo el empeño. Porque yo un rato la acompañaba, pero después me iba a hacer las cosas de la casa, los mandados. Pero ella estaba todo el santo día sentada frente a la pantalla. Por la mañana seguía viniendo gente, porque viste como es, no todos pueden tener una computadora y hay otros que directamente no la entienden. Por más que les digas que lo que tienen en la casa es igual, ellos quieren ver ésa, son porfiados. Con esto del blog se alivianó bastante la cuestión de la visitas. Pero teníamos otro trabajito, la Norma más que nada, porque fue ella la que se dedicaba todo el día. Escribía, contestaba los mails que no paraban de llegar, atendía los medios, porque la seguían llamando. Se armó como un furor y los periodistas como siempre le tienen que poner un título a todo decían que era el furor del “Cristo 2.0”. El Germán después nos explicó que era por lo del blog, pero para mí que nos tomaban el pelo. Igual, la cantidad de gente que la seguía a la Norma te daba la pauta de no era un invento, ella tenía algo especial, como una aureola, como una energía que iba más allá de la computadora.

Yo no te voy a decir que era santa ni que podía curar a través de la pantalla como empezaron a decir por ahí, pero algo especial tenía. Todo lo que organizaba tenía un éxito inmediato. Primero empezó con las “ciber oraciones” como las llamaba, porque la Norma también se empezó a hacer medio afecta a los términos de la computación. Las escribía ella solita, con la aprobación del padre Augusto, por supuesto. Y ahí empezaron a salir el “Padre nuestro que estás en las redes”, la “Oración del cibernauta”, “Alabanza de PC” y tantos otros éxitos. Se armaban cadenas de oración por chat con gente de cualquier parte del planeta, era increíble. De golpe la Norma tuvo que salir a buscar más gente que la ayudara porque con el Germán no alcanzaba. Porque vos viste cómo es la gente, le das la mano y te agarra el codo. Y claro, con el chat no les alcanzaba y te pedían fondos de pantalla, ringtones y no sé cuantas cosas más. Y la Norma no paraba, era incansable. Decí que no necesitaba trabajar porque con la pensión del primer marido le alcanzaba bien, porque ella no tenía energía más que para eso.

El tema fue cuando le agarró el virus. Fue tremendo. No te digo una gripe o algo así, no, un virus a la computadora. ¡No sabés! Perdió todo, porque ella iba guardando cosas que la gente le mandaba, mensajitos y oraciones de todo el mundo y se le borró todo. Se le metió un jáker de éstos que lo único que quieren es jorobar, porque es obvio donde está el Señor está el diablo y se le metió en el blog, empezó a poner mensajes satánicos, ponía dibujos espantosos y encima se hacía llamar el anticristo. La Norma estaba desesperada, muy asustada. Después entre el Germán y el Maxi le recuperaron bastante. Y el padre Augusto la terminó de tranquilizar diciendo que era una prueba del Señor para ver si ella estaba realmente segura de su misión. Así que al final volvió a ser todo como antes.

Bueno, casi como antes. Porque hay que decir que ya por ese entonces mi relación con ella había cambiado un poco. Porque claro, yo no tenía tanto tiempo como ella para la computación, yo tengo mis ocupaciones y la Norma empezó a tener su “red social” como ella le decía y yo creo que un poquito se le subieron los humos a la cabeza. Es comprensible: la gente la adoraba, la tenía allá arriba y el éxito es muy difícil sino mirá la cantidad de famosos que terminan mal, por tanta presión. Y bueno, yo creo que a ella se le subieron un poco los humos. Yo nunca dejé de quererla eh, ni siquiera después de lo que hizo, si es verdad lo que se comenta. Pero hay que decir las cosas como son. Un suponer, primero se oponía fervientemente a recibir cualquier dinero por nada del mundo pero después tanto le insistieron, sobre todo el Germán que tiene muy metida la cultura ésa del diezmo, que terminó aceptando. Y claro, cuando puso eso del peipal no te digo que se llenó de plata pero empezó a remontar. Imaginate, le llegaban donaciones de todos lados, gente que se mueve en dólares, en euros, una cosa de locos.

Ella igual siempre la usó con criterio esa plata porque nunca la vi despilfarrar. Era todo por “la misión”, como ella decía. Se compró sí una súper computadora con una pantalla que parecía de cine. Y me acuerdo lo que discutió con el Germán porque esa nueva computadora no tenía el protector de windors de la otra. Al final le ganó por cansancio y tuvo su protector como quería. Se compró un celular de ésos con cámara y que hasta tenía internet porque ella decía que si tenía que salir no podía estar “desconectada”. Esas cosas para mí era un poco superfluas pero es cierto que con la fama que ella tenía terminaban siendo necesarias. Y después empezó a regalarle cosas al Padre Augusto. Cosas para la parroquia, no vayas a pensar mal como todas las harpías del barrio que empezaron a decir que ahora lo mantenía al padre Augusto. Nada que ver, compraba cositas que hacían falta: alguna virgencita rota, cortinas para la sacristía. Ah, y una sotana que le regaló al padre para el cumpleaños. Un sueño era esa sotana, toda bordada en dorado, una preciosura. Y como una cosa va llevando a la otra se empezó a codear con otra gente. Porque es así, el dinero llama al dinero. De repente le llegaban correos electrónicos de estrellas de cine, hombres de negocios. Ninguna propuesta indecente, no vayas a creer. Toda gente necesitada de fe, que era lo que la Norma podía ofrecer. Y para mucha gente recibir un correo electrónico de ella era como recibir una bendición. ¡Las veces que se saturaron los servidores! Y ahí venía volando el Germán, que a esta altura ya había dejado de trabajar y se había instalado acá en la ciudad para estar más cerca y ayudar en la misión. Porque hay que decirlo, eso se había transformado en una empresa, con fines nobles por supuesto, pero una pequeña empresita. Tuvieron que hacer algunas cositas de merchandising como le dicen porque la gente lo pedía. Y al final si no lo hacés vos viene algún vivo y lo hace igual. Cuestión que ahí empezaron con las estatuitas de la Norma, ratoncitos con la cara de la Norma, velitas con la cara de la Norma. Siempre con la cara de Cristo del otro lado, eh. Cositas chiquitas, tipo souvenirs. Porque por ahí la gente que venía de otro lado a verla quería algún recuerdo y no la vas a dejar con las manos vacías. Y eran baratas, porque si te ponés a pensar uno gasta en tantas pavadas y ésas eran cosas que después te quedaban de recuerdo. Y a la Norma todo le parecía bien si era para difundir la misión.

Cuestión que te podés imaginar que llega un punto en que las cosas se hacen inmanejables para alguien como nosotros que nunca salimos del barrio. Y para mí lo que le pasó a la Norma fue que no se bancó la presión. Porque yo ahora que rebobino y te lo cuento así todo de golpe me doy cuenta de lo que fue. Vos ponete en la situación de ella. A mí me parece natural que se haya retirado a un convento a hacer vida espiritual después de todo lo que tuvo que soportar. No te voy a negar que a veces entro a dudar, pero no me puedo imaginar que la Norma haya hecho lo que dicen. Pero vos viste cómo es la gente, siempre busca el pelo en la leche. Y hay cosas que te hacen dudar porque después que apareció este magnate egipcio, del que ni el nombre verdadero supimos, “Ramsés” a secas se hacía llamar, las cosas se hicieron medio turbias. La Norma cambió de golpe. Lo de los cinco millones es cierto porque eso la Norma me lo llegó a contar: que el tipo le ofreció 5 millones que creo que en esa época eran cinco millones de dólares, para comprarle el blog. Yo nunca entendí cómo era eso, pero parece que uno vende el dominio o algo así. Para mí el tipo era un chiflado de éstos con plata y se habrá creído que con eso se compraba la salvación. Bué, la cuestión que cuando la Norma me lo contó yo pensé que le estaban tomando el pelo y no le di mucha importancia. Pero resultó ser que al tiempito nomás sale con eso de que se retira, que era tiempo de que su misión tomara otro compromiso, que dejaba todo y se recluía. Pero lo raro fue que nunca dijo adónde. Ella nos dio a entender que le había vendido todo al egipcio y que había donado la plata a una fundación de chicos huérfanos. Pero no sé. Porque de repente uno entraba a la internet y te decía que el sitio estaba en reparación, que rezáramos para que volviera a estar online. Pero nada más, ni una dirección de correo, ni un teléfono, nada. Y eso era lo raro. Para qué el egipcio iba a gastar un dineral en algo que nunca usó ni dejó a usar a nadie. Y no sabés la que se armó. La gente estaba desesperada. Hasta suicidios hubo, no te exagero. Cuestión que algunos dijeron que al egipcio le agarró un patatús y se murió ahí nomás y a los herederos no le interesó lo del Cristo 2.0 porque era un capricho místico de este tipo. Pero para mí tiene más lógica lo que nos dio a entender el Padre Augusto. Porque él dice que las fuerzas del mal están por todos lados, siempre acechando y que el tal egipcio era un integrante de una logia secreta de ateos millonarios que no pueden soportar este tipo de manifestaciones de fe y hacen lo que sea por terminar con estas cosas. Es de no creer. Cuestión que parece que la Norma la plata la cobró. Y claro, viste cómo es, la gente comenta. Pero yo no me creo eso de que se fue a vivir a una isla y tiene una mansión con capilla propia. Si hasta inventaron que se hizo no sé qué cirugías porque no quería ser reconocida. La Norma no era así. Una persona no puede cambiar tanto, ni por toda la plata de mundo.

Aunque como nunca nos enteramos de ningún orfanato que de repente repuntara o le hicieran un busto por lo menos, porque es lo mínimo que podés hacer por alguien que te da cinco millones, a veces te entra la duda. Y ahí me da hasta un poquito de rabia, porque si llegara a ser verdad que se quedó con la plata, por lo menos un regalito, una atención con los que estuvimos a su lado. Yo no soy interesada y gracias a Dios nunca me faltó el pan en la mesa, pero algo, un detalle. La Norma sabía bien que yo tenía el lavarropas roto, cuánto te sale un lavarropas nuevo; para alguien que tiene millones no vale nada. Eso me amarga, porque ella no era así. Por eso, yo prefiero pensar que es verdad lo del orfanato y lo de la logia secreta. Para mí es más lógico. Vos fijate la locura de esta gente que es capaz de pagar millones para impedir que otra gente se manifieste y tenga su propia creencia. Es de no creer, pero esas cosas existen.

domingo, 17 de agosto de 2008

El verso

- ¿Ocupación? – preguntó la empleada obedeciendo los casilleros en blanco del formulario.

- Poeta – respondió convencido y orgulloso.

A continuación venía esa expresión tan esperada: una mirada a mitad de camino entre la incredulidad y la burla; una mueca que se debatía entre la sonrisa franca y la carcajada reprimida. Apenas unos segundos de silencio que Sixto aprovechaba para sostener la vista fija en su interlocutor, como un desafío. Actitud estoica que confirmaba su seriedad. La situación se repetía con frecuencia, porque eran pocas las veces en que Sixto podía nombrar su oficio sin exponerse a la hostilidad ajena. Sólo en ocasiones, en alguna reunión extravagante o alguna tertulia con pares, su dedicación a los versos era considerada como natural y hasta encomiable. Pero por regla general declarar la poesía como profesión provocaba un efecto desconcertante.

Cuando terminó el trámite de su pasaporte, se dirigió al café donde acostumbraba a pasar sus mañanas y sus noches desde hacía unas semanas, envuelto en ese universo creado a su imagen y necesidad. Por lo general las mañanas solían ser solitarias, a diferencia de los atardeceres, que lo encontraban en compañía de sus nuevos amigos, casi sus discípulos, a quienes deleitaba recitándoles sus poemas e ilustrándolos con sus conocimientos de historia, literatura y ciencias.

Por eso lo sorprendió que esa misma mañana, cerca de las 11, apareciera por allí el Negro trayendo bajo sus brazos unos cuantos libros. Lo de los libros no era de asombrar, porque desde que Sixto empezó a hacerse su amigo, había ido despertando en él el gusto por la literatura. Lo extraño era su cara sombría, su expresión dura e inflexible. Aún sabiendo que no tendría eco a su saludo, Sixto le dedicó su acostumbrada sonrisa:

- Dichoso el sol y mis ojos de verlo por aquí.

El Negro no contestó y sin sentarse abrió sobre la mesa uno de los libros que traía consigo. Sixto se dedicó a sostener el mutismo, levantando su mirada hacia el Negro con ojos llenos de resignada calma.

EL Negro José y Sixto se habían conocido unas cinco semanas atrás. Sixto, recién llegado del extranjero, más precisamente de Inglaterra aunque su lugar de nacimiento fuera Colombia, había estado viajando por algún tiempo. Ahora su escala en Buenos Aires lo estaba reteniendo por más tiempo del que había pensado. A los pocos días de llegar, mientras recorría esa ciudad que lo deleitaba, pasó por uno de esos bares donde el humo es más espeso que la noche y los clientes (en su mayoría hombres) se entretienen con menesteres tales como el billar o los naipes. Se detuvo un instante en el cartel que anunciaba: “Bola 8, café-bar-billar”, entró y se sentó en una de las banquetas de la barra; pidió un whisky doble y encendió un cigarrillo. No había nada en Sixto que desentonara con el lugar: su edad, cercana a los 40 años, su vestir sin estridencias, sus maneras gentiles pero escuetas; nada en él era incongruente con su alrededor. Después de comprobarlo con un paneo general, su mirada se detuvo en el hombre sentado a su lado, embobado sobre un vaso de cerveza.

- ¿Tratando de ahogar las penas en alcohol? – preguntó tratando de no impostar mucho su voz. Seguía mirando hacia la barra, pero sus palabras se encauzaban directamente hacia su vecino, que asintió con un resoplido.

- Sí, algo así…

- Pero no se crea que es así tan fácil, las penas saben nadar muy bien.

La respuesta le pareció ingeniosa al hombre que ahora mostraba una involuntaria sonrisa en su rostro.

- Si lo habrán arruinado, para estar tan seguro...

- Con una sola vez basta y sobra – contestó, ahora mirándolo y estrechándole la mano – Sixto Guerra, encantado.

- José González, pero me dicen el Negro.

Aquella noche fue casi una charla de rutina en cualquier bar a las dos de la mañana: dos extraños se habían contado los penas más hondas, casi animándose a llorar, creyendo tal vez que la luz del día borraría los recuerdos de borrachera y también al forastero que las había escuchado. Pero Sixto regresó la noche siguiente y el Negro, que ahora estaba sobrio y junto a sus amigotes de la barra, se sintió un poco confundido cuando lo vió entrar en dirección a él.

- ¿Hoy estamos mejor, compañero? – preguntó el escritor con una familiaridad un poco forzada.

Los hombres detuvieron el partido de billar, se apoyaron sobre los tacos y miraron al visitante.

- Seee, un poco mejor. Todo pasa. – Y dirigiéndose a los demás agregó – Muchachos, les presento a Sixto Guerra, un .... amigo.

Estuvo a punto de decir “un poeta amigo” pero se frenó a tiempo. ¿Desde cuándo él se juntaba con poetas? iban a pensar sus pares y con razón.

- Este partido lo tenemos casi liquidado, ¿se prende en el otro? – lo animaron desde el grupo.

- No, gracias, no tengo la menor idea de cómo se juega. Pero me gusta mirar.

Sixto se sentó en una mesa cercana, pidió una vez más un whisky y terminó el cigarrillo que tenía en la mano. Poco a poco, como atraídos por un imán, los amigos del Negro y el Negro incluido, fueron rodeando al curioso personaje. Esa velada sirvió a modo de introducción sobre la singular vida de Sixto: el despertar a su pasión por las letras cuando era apenas un adolescente, sus viajes por el mundo y sus dos libros publicados. El silencio de la barra era elocuente. Para ellos había sólo dos posibilidades: o ese hombre estaba un poco chiflado o era un avivado, porque a quién le iba a querer meter el cuento ése de que se ganaba la vida escribiendo, si eso no era un trabajo y mucho menos rentable. Así que la falta de conversación de los presentes se fue reemplazando por ciertas miradas cómplices, con esa sorna que intenta disimularse pero termina siendo más burda y evidente. Sólo que las rondas de cerveza a cargo del extranjero aplacaban cualquier intento de mofarse abiertamente de él.

Cuando Sixto se despidió con un “hasta mañana muchachos”, dando a entender que al día siguiente estaría dispuesto a seguir pagando cervezas a cambio de que lo escucharan, los camaradas no esperaron siquiera a que saliera del boliche. El pelado Gómez, al borde de un ahogo por risa contenida, terminó escupiendo el último trago de cerveza en una carcajada que bautizó la mesa. Casi al unísono todos fueron sumándose en un coro desafinado y grotesco. Una vez aliviados, llegó la calma y el acuerdo no dicho pero compartido de seguir prestándole oídos al nuevo habitué: la víctima que habían elegido para sacudirse la modorra que los iba cercando noche a noche.

Sixto no los defraudó. En la noche siguiente continuó con el relato de sus peripecias, recitando además dos poemas, con un histrionismo que llamó la atención de todos. En el ambiente aún se mantenía una actitud de burla callada y era precisamente eso lo que más le atraía a Sixto: esas felicitaciones falsas, esa vergüenza ajena que nadie se atrevía a manifestar; todo eso le provocaba un disfrute mayor que la misma poesía.

Sin embargo y contra todos los pronósticos, Sixto fue convirtiéndose poco a poco en una especie de ídolo mundano. La reputación de un hombre suele ser directamente proporcional al tamaño de su billetera y en rigor de verdad, no fueron los versos los que propiciaron la aceptación general sino el lento descubrir de los parroquianos acerca de la vida más íntima del poeta. Con un estudio pormenorizado fueron entreviendo que sus pantalones eran del elegante corte, que sus cigarrillos, importados, que sus lentes, con marcos de marfil. Y lo que en principio pareció mera extravagancia pronto se convirtió en la constatación de que el personaje era además un hombre de fortuna. Su exquisita generosidad animó a aquellos hombres a aceptar de buen grado sus convites como quien acepta dichoso un regalo de la nobleza.

Fue entonces cuando la percepción cambió rotundamente.

No se manifestó de manera abierta. En forma paulatina casi todos empezaron a verlo como a un ser de clase y el perfil de un privilegiado. Una de esas noches alguien apartado de la masa burlona le dedicó su mirada interesada y una seriedad adusta. Cuando Sixto ya se había ido (habiendo recitado otros dos poemas) se atrevió a contradecir a la barra:

- A mi no me parece ningún piantado. Nosotros porque somos unos ignorantes, pero lo que ese tipo escribe a mi me gusta – lo dijo con un tono firme por demás, porque sabía la que se venía.

En efecto, los demás empezaron ahora a burlarse de él, a cargarle las mismas risotadas. Pero gracias a este episodio, en los días sucesivos Sixto notó que su auditorio estaba dividido. La sensación de burla ya no era absoluta y unánime, ahora sentía aplausos afectuosos y gestos admiradores. Poco a poco, algunos de los muchachos fueron acercándose por separado para hablar en serio y sin ocultamientos de su vida y su literatura.

Así fue como el “Bola 8” se convirtió lentamente en una especie de tertulia literaria en las sombras. Cada noche Sixto les recitaba algún poema (a veces repetidos, a pedido del público) y les hablaba de la vida de sus escritores favoritos. Ahora, entre el ruido de las bolas al entrar en las troneras se escuchaban los nombres de Borges, Pessoa, Homero, Whitman. Pero el que más sonaba era el de Sixto Guerra, porque para ese auditorio huérfano de lírica, su primer poeta era el más importante. Incluso, algunos de los presentes y a modo de homenaje, memorizaban sus versos para recitárselos:

- La corriente del tiempo se remansa y ordena

en las formas numéricas de un siglo y otro siglo.

Y la muerte vencida se refugia temblando

en el círculo estrecho del momento presente.

- “del minuto presente” – corregía él que detestaba que le cambiasen una sola coma de las poesías.

Sixto estaba definitivamente consagrado gracias a su estampa de dandy, ése que llamaba trabajo a su juego de enlazar palabras (“el sutil oficio”, solía decir) y disfrutando de la vida a través de los viajes, el whisky y los versos. La poesía se había convertido en la promesa de una vida mejor. Y así cada vez eran más los que se animaban a sentarse a la mesa del poeta. No era extraño ver que mientras esperaban su turno para hacer carambola, los muchachos practicaran en voz alta los sonetos de Sixto que después recitarían al propio autor:

“De viajes y dolores yo regresé, amor mío,

a tu voz, a tu mano volando en la guitarra,

al fuego que interrumpe con besos el otoño,

a la circulación de la noche en el cielo.”

O escuchar que entre grito de envido y truco, en lugar de las conocidas cuartetas ahora se esgrimían cosas como:

Duérmete sobre mi pecho

sin pena y sin amor...

en tu mirada acecho

el íntimo sopor

de quien sabe que la vida

es nada. Nada el goce ni el dolor.

Y por eso... canto FLOR.”

Entre todo ellos, el Negro se convirtió en el más fiel discípulo de Sixto, tanto que hasta averiguó para hacerse socio de la biblioteca del barrio y así poder leer algo de todo eso que escuchaba. Incluso llegó a mostrarle a Sixto (en secreto) algo que había garabateado para su novia. Y aunque creyó ver que a su mentor se le llenaban los ojos de lágrimas éste adujo que le había entrado un bicho en el ojo.

El mundo parecía hecho a la medida de Sixto. El día que llevó su último libro publicado y se animó a mostrarlo a todos, fue para él su consagración definitiva. Hay que decir que aunque los aplausos y vítores que surgieron al final fueron tan estruendosos como siempre, los concurrentes le seguían pidiendo que recitara sus otros éxitos, tal vez porque ya habían acostumbrado su oído a otras rimas.

Pero el idilio no podía durar mucho más. Por eso, aquella mañana, cuando el Negro apareció por el bar con esa mirada severa, Sixto comprendió que el juego estaba llegando a su fin. En las páginas por las que se abrió el libro resaltaban subrayados los versos que tanto habían declamado Sixto y los parroquianos, aquellos de “No nos une el amor sino el espanto;
Será por eso que la quiero tanto”, pero su autor no era Sixto Guerra, sino Borges. No hizo falta que el Negro abriera también los otros libros con los versos de Whitman y Lorca para confirmarle que la farsa había terminado.

El Negro seguía sin pronunciar sílaba, pero las venas de su garganta estaban tan hinchadas que parecían al punto de explotar por tanta palabra atragantada. Sixto optó por no provocarlo. Distendió un poco los músculos de su cara (ahora tenía una sonrisa, aunque mínima y amarga) y se levantó en silencio, despacio, como si temiera despertar a alguien. No valía la pena explicar nada, el Negro no lo entendería. No entendería su frustración por tener fortuna, pero no el don de la poesía; no entendería sus vanos intentos por que la gente amara sus propios libros tanto como los de un genio ciego; no llegaría siquiera a imaginar el dolor que le producía ver que los versos de cualquier iniciado (incluso los del Negro) podían ser aún más poesía que los que él escribía. No entendería su amargura por no ser un favorito de los dioses. El Negro, un hombre llano y transparente, no lo entendería. No todavía.

Eligió seguir en silencio hacia la puerta y decir, luego de dar una mirada final al bar, a modo de despedida:

- Yo ya estoy de más. Ahí está todo lo que necesitás – dijo, señalando con la mirada el libro abierto sobre la mesa - Fue un verdadero placer.

Sobre el final la voz se apagó. Salió del “Bola 8”, se subió el cuello del sobretodo negro, ése que le daba un aire de poeta maldito y caminó hasta su hotel a paso lento, seguro, derrotado y satisfecho.

viernes, 4 de abril de 2008

Lastima soviñón

Los puristas del género sabrán disculpar: lo que sigue no es un cuento ni nada parecido. Es un viejo "poema telúrico" que hice algún tiempo atrás mientras jugaba a crear versos consonantes al estilo de mi admirado "Martín Fierro" (para copiar, hay que copiar a los grandes...) Supongo que el conflicto del campo me recordó esta veta campera que tenía olvidada.

"Lastima soviñón" o "Mamaos eran los de antes"

Vengo a contarle amigazo
un tema que me atormenta
no es algo que sé de mentas
ni leí por fotocopias
yo lo viví en carne propia
y en esta copla se cuenta.

Llegué por trámites varios
desde el campo a la ciudad.
Por hambre y necesidá
busqué algún tugurio abierto
el barrio estaba desierto
y dentré en un restó-bar.

Le hago una seña a la moza
para pedirle de entrada:
“quiero bife y ensalada”
y ella repite sin verme
“¿medallón de carne magra
sobre colchón de hojas verdes?”.

Aunque dudo no discuto
el garguero me reclama
y pido vino a la dama.
Me pregunta cuál prefiero
sin vacilar yo requiero
¿no hay vino de damajuana?

Por no largarse a reír
disimula al contestar
que si quiero aprovechar
hay una degustación.
Yo acepto la invitación
y ella me lleva al “wine-bar”.

En el medio del salón
un grupo de diez señores
hablaban como dotores
de la acidez y el cepaje
taninos y maridaje
crianza y polifenoles.

Soy gaucho y entiendanló
para mí el vino el sagrado
pero estos tipos trajeados
que se la daban de finos
nomás olieron el vino
y estaban todos mamados.

Unos levantan la copa
viendo a trasluz el color
si para mí eso es bordó
para ellos es rubí
y ni siquiera entendí
lo del "buquet seductor".

Otro que cierra los ojos
describe un sabor ceniza
frutos rojos y vainilla
pero el ñato no ha notado
que el líquido que ha tomado
es agua de la canilla.

Si se me traba la lengua
queriéndolos pronunciar:
malbec, syrah, pinó nuar
o cabernet soviñón
ni rastros de aquel carlón
que el viejo me sabía dar.

Abrumado prendo un pucho
sin sospechar cosas piores
con sus modales mejores
me dice un mozo del bar
“acá no puede fumar
es sector no fumadores”.

Si le digo la verdá
se me quitaron las ganas
con tantas muecas ufanas.
En eso veo un mocoso
que con sus dedos roñosos
se asoma por la ventana.

Me pregunto si este pibe
después de ver esta escena
tendrá morfi en la alacena
pero aunque parezca urgente
en este lugar decente
mi duda resulta obsena.

Así que me fui nomás
sin el vino y con la angustia
de sentir cual flores mustias
que la realidad es otra
hoy el vino es una industria
que por todos lados brota.

Un negocio que disfraza
de vivaracho al más opa
Y aunque no entienda ni jota
si tiene guita y afán
de parecer un bacán
únase a algún club de copas.

Pero no cuente conmigo
este gaucho se retoba
ante la farsa y la moda.
Y aunque usté no me lo crea
yo terminé en la vereda
con un pancho y una coca.