sábado, 19 de enero de 2008

Efecto mariposa

El testimonio de la tele era crudo. Una mujer joven, otrora elegante en traje caqui y sandalias haciendo juego, mostraba un evidente estado de nervios alterados: “fue de repente, ni siquiera se oscureció el cielo. Yo escuchaba gritos mezclados con risas por eso no me preocupé tanto. Dos segundos después, pasé frente a una vidriera y ví el desastre -dice mientras habilita al camarógrafo para hacer un paneo por su atuendo, ya no sólo caqui sino lleno de caquitas de palomas, decenas, muchas caquitas-. Se me hizo un nudo en el estómago, porque iba a una reunión de directorio. Pero cuando vi que a mi alrededor había otros como yo, de alguna manera me sentí acompañada en el sentimiento” -concluye más aliviada pero con signos de maquillaje corrido por las lágrimas.

- Esto parece el fin del mundo, es verdad eso del clima -comenta la abuela Dorita a nadie que la escuche, sentada como todas las tardes frente al televisor.

Era la hora de la novela de las seis, pero la primicia obligó a interrumpirla para tener informada a la ciudadanía sobre el flagelo que estaba asolando a la ciudad. Como suele ocurrir con estas noticias de último momento, la novedad está al instante pero la verdadera información brilla por su ausencia. Apenas se sabía que alrededor de las cinco, cinco y media de la tarde, por la zona del microcentro, una bandada muy numerosa de palomas había decidido literalmente “cagarse en la ciudad”. Por supuesto que todo estaba en dudas y el potencial era el tiempo verbal predominante: habrían sido palomas aunque se estaba estudiando la posibilidad de que fueran otros pájaros venidos de otras latitudes; habrían hechos sus deposiciones pero también podría haber sido una forma de vómito ya que al ser aves desconocidas bien podían tener hábitos desconocidos. Sería la primera vez que ocurría un hecho semejante aunque los enfervorizados buscadores de archivos (y por suerte con internet hoy todo se soluciona más rápido) habrían encontrado testimonios de un hecho similar en Capilla del Monte en el año 54. Esto último generaba sus dudas por las diferencias de clima y por las conocidas propiedades del terreno cordobés, tan caro a los amantes de los fenómenos paranormales. Y también abría muchos interrogantes: ¿estaba siendo Rosario elegida como escenario de prácticas esotéricas?. Los peces muertos en el Paraná, ¿tendrían alguna conexión con esta especie voladora?. ¿Alguien estaba ocultando, o peor aún, adulterando los índices de polución de esta ciudad “libre de humo”?. Muchas preguntas que no hacían más que angustiar a Dorita, que a sus 77 años había visto cosas inimaginables, pero nunca algo como esto.

- Es de no creer. ¿Viste que lo de las papeleras no era un cuento?, son todas porquerías que nos terminan envenenando a nosotros -tronaba la abuela.

- ¿Pero qué tienen que ver las pasteras, Dora?

- ¿Cómo qué tiene que ver…?

- ¡Shhhh, a ver cállese un cachito!. Ponga más fuerte que quiero escuchar a Novarescio.

“Uno creía que después de la pedrada, lo único que podía sorprendernos era una nevada. Pero no. Esto que usted ve señora, yo le juro, es caca de palomas. Digamos mejor de ave, porque ahora está en duda de que verdaderamente sean palomas. Yo les voy a mostrar, si me seguís con la cámara, cómo quedó la ventana de mi estudio. Mirá, de no creer, te da para reír si no fuera que realmente no sabemos por qué fue y si puede volver a ocurrir…”. Mientras el doctor Novarescio relataba su experiencia con un tono enfáticamente despreocupado, la cámara se paseó obsesiva por el antiguo ventanal del edificio ubicado en Maipú y San Lorenzo, mostrando como al descuido la plaqueta de bronce que resultó un aviso gratuito del estudio jurídico del abogado y periodista. Los diseños de vitraux se confundían con manchones de varios colores dentro de una paleta de ocres, grises, violetas, verdes amarillentos y blancos. Lo del vitraux podía pasar como un diseño postmoderno, pero llamaba la atención el frente blanqueado hacía poco y que ahora daba un aspecto incuestionable: estaba todo cagado. En su recorrida la cámara enfocó uno de los detalles arquitectónicos del edificio de principios de siglo pasado. Los ornamentos más delicados se habían salvado del ataque por estar al resguardo, debajo de un balcón que cubría todo el frente. Había sin embargo un encuadre para destacar: una de las esfinges del costado, compuesta por una cabeza de león con la boca abierta sobre un rostro humano, mostraba una imagen poco elegante. Restos de las deposiciones se habían chorreado hasta alcanzar las fauces del felino que parecía derramar una baba verdosa hasta el rostro apolíneo, por el que ahora seguía su camino a través del lagrimal, generando así una extraña estatua de piedra llorando lágrimas fecales. Para culminar la nota, la lente se ensañó con un desorientado ejemplar de paloma (esto sí que estamos en condiciones de asegurarlo) que si alguna vez había encarnado el símbolo de la paz llevando su ramito de olivo y el del heroísmo por su capacidad de transmitir mensajes improbables en la era pre-e-mail, hoy estaba en el centro de la tormenta, sindicado como el enemigo número dos de la metrópoli, detrás del flagelo de la inseguridad.

- A mí me dijeron en la escuela que las palomas te transmiten una enfermedad re grossa -ilustró Nahuel, que ahora se sumaba a la reunión familiar en torno al testimonio del doctor Novarescio-. Torsoplasmosis o algo así.

- Toxoplasmosis, bruto -corrigió sin diplomacia la hermana mayor que salía del baño desenredándose el cabello recién lavado-. Pero eso es de los gatos, ¡qué tienen que ver las palomas!

- Sí, toxoplasmosis también pueden transmitir, entre otras tantas enfermedades -dijo el doctor Novarescio que parecía querer meterse en la conversación aunque en realidad estaba ampliando su informe para la tv-. Pero es mejor no entrar en pánico, escuchemos a un especialista…

- Viste nena, ¡¡qué sabés vos!!!

- Mmmmm -se mordió los labios Ayelén no aceptando ni siquiera la investidura de la ciencia-. Está mal eso, dicen cualquier cosa.

- ¡La pueden terminar que no se escucha nada! Suba un poquito Dora que estos pibes me tienen re prodrida.

La televisión seguía educando: “La toxoplasmosis está entre las dolencias que pueden transmitirse a través de las palomas, especialmente a través de las heces…”

- No te digo -se metió la abuela- una peste…

- ¡¡Shhhhhh!! -se desesperé la nuera- ¡¡¡que no escucho!!!

“Podemos hablar también de clamidiasis, salmonelosis. La verdad es que no queremos ser tremendistas pero son animales que por sus características de alimentación y modos de vida transmiten muchas enfermedades…”. En la parte más dramática del informe se abrió la puerta de calle.

- ¡Palomas del orto, que bichos de mierda! –con la llegada de Roberto, el padre de familia, se completaba el cuadro familiar en torno a la televisión que informaba sobre la catástrofe. En esos momentos no hay nada como estar reunidos en familia: puede terminar el mundo ahí mismo que uno se sentirá más protegido, más seguro. Aunque Roberto hubiese llegado del trabajo con el peor de los humores, en un día insoportable que añadía malestar a ciertas incomodidades que venía acarreando hace días-. ¡No sabés cómo me quedó el auto!

- ¿Qué, te lo agarraron? -saltó Marcela, en un sorpresivo arranque de amor por el auto.

- ¡Podés creer que estaba esperando al gordo a que saliera de la agencia porque al pelotudo se le ocurrió jugar un número a la quiniela!. Y como no había lugar para estacionar me quedé en doble fila, campaneando que no vinieran los zorros. ¿Vos podés creer que justo cuando estaba pensando que lo tenía que lavar cae una cagada del tamaño de un huevo frito en el capot?. Y yo me salvé porque de la calentura que me agarró iba a salir del auto, no sé a qué mierda porque no la iba a perseguir a la paloma, pero bueno, yo iba a salir del auto y justo venían un montón y no pude. Y por eso no estoy todo cagado, porque me quedé adentro. Y te juro, yo nunca vi nada igual, ¡¡¡me agarró un cagazo!!!. Porque parecía que se venía el tsunami, no sé, era rarísimo, porque el cielo estaba bien, medio nublado, pero no había tormenta ni nada, tampoco esa humedad de mierda que te morís, estaba lindo. Pero empezó a llover mierda, así nomás. Pero no cuando uno dice “llueven soretes de punta”, no, ni ahí, cagadas, muchas cagaditas de palomas. ¡¡Te juro que si tenía una metralleta ahí nomás las hacía bosta…!!

[Nota de la redactora: Hago un paréntesis para aclarar que no estaba en mis planes hacer un texto soez; sólo estaba describiendo la situación familiar una tarde singular en un departamento céntrico de San Juan y San Martín. Pero en vista de tanto lenguaje profano me he detenido a analizarlo un poco. Y ahora que lo pienso es comprensible la desesperación y el encono de Roberto teniendo en cuenta el mal que lo venía aquejando hace días: la constipación. Parecía querer reemplazar su imposibilidad de defecar por un vocabulario que, al menos simbólicamente, le permitiera la evacuación. De todos modos no es mi intención hacer un análisis pormenorizado del discurso ya que carezco de elementos suficientes. Sigamos, mejor, con el relato].

- No digas así, hijo, qué culpa tienen…

- Cómo qué culpa tienen mamá, ¿¿ vos sabés lo que cuesta la pintura del coche??. Encima yo no sé que comen las desgraciadas pero parece ácido lo que cagan, te hacen mierda el auto.

- ¿El seguro no te lo cubre?

- ¿Pero dónde viste que te lo aseguren contra cagada de palomas?. Pero haceme el favor Marcela, ¡decís cada boludeces vos!

- ¡Y qué se yo! Tendrían que tenerlo previsto…

- Sí, claro, seguro. A ver qué dice este estúpido, poné más fuerte mami.

El locutor repetía una y otra vez que querían ser prudentes, que no pretendían levantar falsas alarmas, pero el tono de su voz contrariaba sus palabras. Seguían pronunciándose en tiempo potencial, pero ahora la investigación parecía más profunda. “Se habría confirmado que efectivamente fueron palomas las que provocaron el incidente, de la variedad Columba Livia, consideradas hasta ahora una especia inofensiva. Se desconocen las causas que pueden haber llevado a estas aves a atacar de esta manera la ciudad. Nuestra intención no es sino traer luz a este fenómeno, pero no queremos dejar de escuchar todas las voces que tienen algo para aportar”.

La televisión local era un festín: todos los movileros se sacudieron la modorra de una tarde como cualquier otra y salieron excitados a la caza del testimonio de color, la anécdota más curiosa, el dato más esclarecedor. Lo que sigue es apenas un muestrario:

. el noticiero del cable improvisó un living con “especialistas” en palomas, enfrentados en dos posiciones casi irreconciliables: los sanitaristas por un lado, que detallaban una a una las enfermedades y podredumbres que esos bichos podían transmitir con una simple deposición; en el otro rincón estaban los conservacionistas que defendían a capa y espada a esta especie que destaca por su fidelidad y sentido de la monogamia.

. canal 3 se sumó a la convocatoria de SoPAnACa (la Sociedad Protectora de Animales Abandonados en las Calles), que cuenta con el padrinazgo del dr. Coscia, a una sentada (con paraguas por las dudas) bajo el lema “Todos somos palomas”.

. canal 5 cubrió casi en exclusiva el accionar de grupos extremistas que atentaron contra el palomar del parque Independencia (se sospecha que había infiltrados de la hinchada de Rosario Central) y de grupos más radicales que se las agarraron también con el edificio de Colón y Mendoza, familiarmente conocido como la pajarera.

- Vos sabés que yo le decía a Elvira que las palomas andaban raras -siguió hablando Dorita, que sin conseguir la atención de su familia le hablaba al caniche. – ¿Viste cuando te miran distinto?, hoy en la plaza parecían otras -trataba de interesar a la mascota.

- ¿Eh? ¿Qué abuela? ¿Me hablás a mí? -preguntó Nahuel mientras se corría el auricular del mp3

- ¡¡¡Shhhhh, che!!!, ¿¿¿me van a dejar escuchar??? -se desesperaba Roberto que buscaba identificarse con alguno de los testimonios-. ¡Marce! -pidió a su esposa- ¿me preparás un té con ese menjunje a ver si me hace algo?. Hace tres días que no voy al baño…

- Nena, ¿¿¿cuánto vas a estar en el baño??? - gritaba Nahuel a su hermana, sin sacarse los auriculares.

- No si yo le decía a Elvira -seguí monologando la abuela- pero ella decía que no. Que estaban como todos los días, pero para mí comían como más desesperadas. ¿Será que sabían algo del fin del mundo? Viste que los animales son más perceptivos… No es que yo sea especialista, pero de pasar todos los días es como que uno las va conociendo… Ah, no sabés que lindo quedó el Bernardino con la rampa nueva…

- Nene, ¡¡¡dejame de romper!!! ¡¡Yo salgo cuando quiero!!. ¡¡Mamááááá, Nahuel quiere entrar al baño!!

- Rober, ¿dónde pusiste la bolsita del té?, no la encuentro…

- Fffff –resopló Roberto- pero me cago en la gran p… otra vez… ¿Mamá, vos estuviste ordenando?

- ¿Que cosa?. Yo no toqué nada, siempre lo mismo, ¡el desordenado sos vos y me echás la culpa a mí!. Shhh, cuchá.

Último momento, ahora las palomas cagadoras estaban asolando la zona del parque Independencia y hasta se habrían ensañando especialmente con el gusano loco del parque de diversiones. Ampliaremos. El zapping desesperado mostraba un canal de Buenos Aires que ya se había echo eco de la noticia y consultaba a nuevos especialistas.

- ¿La biblia dice algo acerca de alguna plaga de palomas defecando sobre las ciudades? -quiso saber un movilero fantasioso increpando a un representante la iglesia.

- La verdad que no –reflexionó el prelado-. Pero podría interpretarse como un llamado de atención frente a la indiferencia que mostramos hoy en día hacia todos nuestros hermanos, incluyendo a las palomas. Tal vez quieran llamarnos la atención y decirnos: acá estamos, nosotras también existimos, somos las representantes de la paz, pero nadie nos tiene en cuenta como nadie tiene en cuenta la paz.

- Mamá, ¿vos estás segura que no guardaste el paquete del té?

- ¿¿Otra vez?? ¡Yo no toqué nada! ¿Qué soy, tonta yo?

- Bueno, no te enojes, pero no lo encontramos. Siempre desaparecen las cosas en esta casa.

- ¡¡Pero qué espamento que hacés!! ¿Qué bolsa?, ¿ésa que trajiste ayer?. Está ahí, al lado de la lata verde…

- ¿Esta lata? Acá no está mamá, lo único que hay es el alimento que les das a esas palomas del orto…

- ¿¿¡¡Qué alimento!!?? Si lo terminé esta mañana con la Elvira en la plaza. Me quedó un poco, porque era una bolsa enorme, pero había unos nenes de la escuela que se iban para el parque y se lo dimos a ellos…

- Mamá… ¿cómo era la bolsa…?

- Amarilla, con rayitas…. ¿Qué pasa?

- Mamá… -dijo Roberto, bajando el tono porque había asistido al momento en que todo se comprende, al momento en que se unen las puntas de un mismo lazo; el momento en que el terremoto reconoce su génesis en el aleteo de la mariposa- ésa era la mezcla que me dio el médico para hacerme el té… laxante…

En la tele seguían cubriendo el flagelo de las palomas. Terminaban de anunciar un nuevo “repelente anti palomas asesinas” al tiempo que daban paso sobre un informe que hablaba sobre la posibilidad de un nuevo método de atentado terrorista, que irónicamente utilizaba a las representantes de la paz para una otra guerra en occidente. Y se especulaba con que Bin Laden podía ser el cerebro de la operación.

4 comentarios:

Silvia Macario dijo...

Brillante texto Marisa.
Literalmente: Me hiciste cagar de la risa a partir del absurdo, que al final de cuentas, no lo es si se comapara a la triste realidad de los medios masivos, que masivamente te llenan de bosta la cabeza.
No pude evitar imaginar esta historia en la pantalla, con un personaje como la abuela de Gasalla como responsable.
Besos! Me encantó.

goku dijo...

Muy bueno tu cuento Marisa.me encanta.Fue un plato.

Claudio Martignoni dijo...

Grande Marisa. Siga por este camino. Un abrazo Claudio

Anónimo dijo...

genial tía!!!pusiste en ficción lo que todos los días vemos en los medios...que son una cagada!me encantó..de verdad..antes no había tenido tiempo de leerlo...pero muy bueno...me encantó!Sol