viernes, 19 de diciembre de 2008

Papeles

-¿Tiene papeles?

Cris la miró sintiendo un profundo desprecio. Es obvio que esos animales no te ven la luz del día si no tienen papeles en regla, dónde vas a ver a uno de éstos sin papeles si la reserva nomás te sale un ojo de la cara. Pero Cris sabía que tenía que contenerse y contestó en tono amable:

-Sí, por supuesto, no saldría a la calle con una perra sin papeles.

Lo dijo con ternura, aunque súbitamente temió que la estructura semántica lo dejara al descubierto. De manera inconsciente parecía estar diciéndole a su interlocutora: “más vale perra que no te me acerques si no tenés papeles, guita, billete, como le quieras decir”. Pero por la cara de la cincuentona que quería pasar por treintañera supo que no había entendido su metáfora involuntaria. O sí, pero para ella había sido un piropo. Hoy en día, ya no se sabe.
Cris parecía un experto en perros, sobre todo en ese tipo de perros. Aunque hasta hacía poco tiempo fácilmente hubiera confundido al ejemplar que llevaba de la correa con una rata recién salida de la peluquería. Nunca había tenido especial cariño hacia los canes, prefería los gatos, pero una mañana de enero tuvo una ráfaga de pensamiento que cambiaría su vida radicalmente. Uno de esos momentos en que entendés de golpe que la idea que se te acaba de ocurrir es brillante, pero no la querés contar por miedo a que te la roben. Y no te aguantás hasta llegar a tu casa y estar solo para poner la idea en marcha, que funcione y que el mundo se dé cuenta de lo genial que sos. Y después contestar, muy suelto de cuerpo: “la verdad, se me ocurrió de la nada…”
Busquemos un principio a la historia. Domingo a la mañana, costumbre de salir a correr por la costanera a ver qué se levantaba. Los cuarenta lo habían marcado a fuego y las viejas rutinas juveniles habían dado paso a otras. Ya no más salidas de viernes o sábado a la noche para conocer mujeres. Algún que otro programa en grupo pero tranquilo, comida étnica para dar perfil “abierto a la diversidad”, poco alcohol, mucho chill out. Pero la posta era los sábados y los domingos a la mañana, las chicas en shorcitos o calzas, todas apretaditas, la onda light. Al principio le costó un poco porque nunca en su vida había hecho deporte, un picado con los muchachos de la oficina una vez cada tres meses, pero después olvidate. Sin embargo, a fuerza de sudor consiguió un ritmo de trote aceptable, parecía incluso que lo disfrutaba y con el tiempo logró alejar esos temores de infarto que lo asaltaban a los 10 metros de empezar a correr. Había conocido a unas cuantas chicas en la rutina dominguera y hasta se había alegrado de comprobar que la simulación deportiva no era exclusividad suya.
Pero ese domingo fue diferente porque al ratito nomás de empezar a correr se cruzó con Javier, un viejo conocido de teatro (otro intento frustrado por conocer mujeres). Había pasado el tiempo y hasta parecía ridículo decir que se habían conocido en el taller de Norberto Campos, porque a juzgar por la apariencia, su amigo había decidido dedicarse a los campos, a secas y no le había ido nada mal. Tenía la pinta de quien amasó una pequeña fortuna en poco tiempo y le encantaba exhibirlo. Alpargatas de carpincho, camisa de lino color manteca, pañuelito al cuello con prendedor de flor de lis. Y un detalle inquietante: abrazaba a un espécimen extraño, mamífero, no había duda, pero de tan escasas dimensiones que en el imaginario de Cris pasaban por opciones tales como rata-hamster-cuis-perrito. Mientras se bajaba de la cuatro por cuatro de luxe cero km súper sport, de ésas que te sirven para hacer el rally París-Dákar sin que se te despeine el flequilo, ésas que abundan en una ciudad que no tiene una puta loma, el nuevo rico gritó como un verdulero:

-¡Qué hacés shespier! ¿ya te dieron el oscar?

Imposible hacerse el desentendido, le hablaban a él y encima ese tono estridente que retumbaba aún a cielo abierto.

-Pero qué hacés… ehh, tanto tiempo! Pero qué lindo chiche, ¡cambiaste el twingo parece!
-Sí, se lo dejé a mi suegra que me rompía las pelotas que quería un auto. Pero que pintusa, ¿sos deportista ahora?

Cris se iba a aprovechar para jactarse de sus tiempos y resistencia física pero no pudo. La voz de Javier volvió a escucharse, estridente, esta vez dirigida a otra persona.

-¿Cómo jefe? ¿Cómo que acá no se puede estacionar, no es libre acaso? Pero me cago en dios… -acá bajó la voz porque parecía querer proteger los oídos de la mascota-. Sí, si, ya lo muevo. ¿No me lo tenés a Luismi mientras corro el coche?- preguntó mientras extendía el engendro hacia Cris-. Cómo me rompen las pelotas. Bajalo si querés que no le gusta estar en brazos de desconocidos, pero que no se vaya al barro. ¡¡¡Y que no se le acerque ningún perro!!!

Sonó el motor de la cuatro por cuatro súper de luxe y Cris se quedó estupefacto con ese ejemplar cruza entre perro y Dr. Spok, chiquito, duro, rarísimo. Volvió a la realidad con más gritos:

-¡Ay pero qué divino que es me lo como! –gritaba una señora de edad inclasificable ante la visión del “perro”.

Cris pensó que lo cargaba, que se reía de él, pero no (muchos años, muchos intentos, pero todavía le costaba entender los vericuetos del alma femenina).

–¡Mirá John, uno así quiero! –ahora la señora le hablaba al que se suponía era su marido-novio-amante, que tenía cara de llamarse apenas Juan y que miraba a la mascota moviendo levemente la cabeza de lado a lado, mordiéndose los labios, con expresión de “es un ejemplar de exposición”.
- Hay que decir que son muy delicados –se sumó otra señora elegante en sus calzas Nike, zapatillas ídem y lentes de no sé que marca, pero carísimos–. Pero valen el esfuerzo. Mi suegra tiene uno que es un sol, son de compañeros.
-Es que un perro así es para cuidarlo, si no ni lo tengas –se metió el marido-novio-amante–. Hay que dedicarles tiempo.
-Tal cual, no es para cualquiera, hay que saber cuidarlos.

Cris observaba la escena atónito. El diálogo parecía hacer referencia a un ejemplar premiado de la sociedad rural y no a ese bicho inmundo que no pesaba más de 1 kilo. Él mantenía la sonrisa neutral y rogaba que volviera Javier. Volvió justo cuando apareció la rubia. Despampanante, sí, de ésas que dejan una estela a su paso; y sosteniendo un engendro parecido en los brazos.

-¿Es nena o nene?

Cris pensó que preguntaba por alguna de las otras mujeres que tal vez estuvieran embarazadas y él no lo hubiera notado. Pero Javier lo sacó inmediatamente de la duda:

-Macho, como el dueño – dijo sobrador al tiempo que le arrancaba la correa de las manos a Cris y lo alzaba tal como lo tenía la rubia-. Venga con papito.
-¡En serio!! Yo le estoy buscando novio a Britney, ¿no se querrán conocer?
-Luismi es muy selectivo pero cuando elige no se equivoca –Javier siempre tenía una respuesta para todo-. Seguro que le va a encantar –agregó mientras le miraba las tetas a la rubia.
-Bueno, si es como el dueño, Britney no se va a achicar. Yo me tengo que ir pero ¿querés que te deje el teléfono así arreglamos un encuentro?

La escena, que a Cris se le antojó como del peor y más burdo levante en pleno día, parecía encantarles a los demás. Todos con las mismas sonrisas de película de Hollywood, enternecidos con las mascotas y transitivamente con sus dueños. Y fue ahí cuando Cris tuvo la brillante idea. Se despidió urgente de Javier (no sin antes pedirle el teléfono “por unas consultitas que tengo que hacerte”) y volvió trotando a su casa a urdir el plan.

Pero ya se sabe que todo plan puede fallar. O resultar distinto a como se había planeado. Cris dejó pasar unos días y se comunicó con Javier para pedirle datos sobre la mascota con intenciones de hacerle un regalo sorpresa a una sobrina.

-Pero mirá que no son animales para cualquiera. Te diría incluso que no son para chicos, hay que cuidarlos mucho.
-No, pero es una sobrina crecida ya, va a cumplir … 18.
-Ah, yo pensé que era una nena. Bueh, igual, viste que los chicos de hoy …
-No, pero ésta es responsable.
-Bueno, entonces sí. Porque a nosotros no nos gusta que lo tenga cualquiera, porque después se te desvaloriza viste y son saladitos. Pero lo valen eh, nunca en mi vida pagué algo con tanta satisfacción, después del coche está Luismi.
-¿Por qué?… ¿son muy caros…?
-Y como para que te des una idea… a ver… es como si te dijera andá al súper y traeme una salchicha y un salmón ahumado de Finladia. ¡No tiene punto de comparación! Por lo del perro salchicha te digo, jajaja, ¡qué buen chiste!
-No claro, no podés comparar… pero así, como para tener una idea…
-La verdad, si te digo te miento porque yo a Luismi lo fui pagando en cuotas…
-¿En cuotas?
-Y sí, lo tenés que reservar cuando la madre está embarazada o anotarte en una lista de espera, después tenés que pagarle a alguien para que supervise que realmente lo parió porque hay cada uno que te dicen que sí y después te meten el perro! –Javier volvió a largar una carcajada y se atragantó con la risa que le produjo su propia ocurrencia-. Y después cuando hacés los papeles finales, no dejés que te embromen con los papeles porque te arruinan para todo el viaje.
-¿Y cómo se llama la marca? –Cris estaba poniéndose nervioso y se preparó para escribir un nombre en sánscrito.
-¿Qué marca? ¿La raza decís? Chihuahua.

Cris hizo silencio.

-Chihuahua de pelo largo. Técnicamente es Chihuahua Papiyón.
-¡¡¡Chihuahua!!! –Cris pensó que le tomaba el pelo. Cris siempre pensaba que le tomaban el pelo-. ¡Pero ése perro lo tiene mi tía!
-No, pero este es distinto. Este tiene papeles. Es hijo de campeones, tiene pédigri. Mirá, te doy el número de la señora que me lo vendió a mí, decí que vas de parte mía porque si no ni te atienden. No se lo des a nadie, mirá que es gente muy jodida. Anotá.

A Cris le temblaba el pulso. Lo único que quería era comprar un perro de morondanga, pero tantas recomendaciones lo habían perturbado. Anotó los números, el apellido de la señora y mientras se despedía, las últimas palabras de Javier le quedaron resonando cual sentencia: “Acordate lo que te digo, estos perros te cambian la vida. Ahora te dejo porque tengo clase de golf”.

Lo que siguió fue un camino difícil. Varias veces dudó Cris del éxito de su plan, tantas eran las piedras en el camino. Pero así como no se sale de los malos trances sin un aprendizaje, ante él se abrió un mundo absolutamente desconocido. Supo de razas y épocas de celo, cuidados intensivos de cachorros, marcas y porciones de alimentos Premium. Compró la enciclopedia “El chihuahua en casa”, libros de consejos para el cuidado del can pequeño y hasta un ejemplar que se habría editado en forma póstuma de supuestas memorias de una mascota que sobrevivió a su dueña de toda la vida y habría escrito sus pensamientos a través de una médium. Sin notarlo, su vida fue absorbida por la inminente llegada del nuevo integrante a la familia que, hay que decir, no se componía más que del propio Cris y un bonsai. Cris sentía que tenía la obligación de interiorizarse en la vida de ese nuevo ser que entraba en su mundo y al que estaba dedicándole tanto tiempo y tanto dinero.
La tarde en que lo llamaron para avisarle que finalmente podía pasar a buscar a su nueva mascota estaba leyendo el origen de esta raza tan particular. La teoría más reciente sostiene que mercaderes españoles llevaron perros chihuahuas a España mediante sus rutas de comercio con China y de ahí a México. La práctica documentada de reducir de tamaño tanto plantas como animales en China es la base de la teoría que dice que los Chihuahuas se originaron ahí. Se sintió conmovido por las coincidencias, una cultura milenaria venía a iluminar su vida. Había meditado largo tiempo para decidirse por un nombre para la mascota, sin perder de vista su objetivo. Ya había descartado Chiquita, Pupi y Colita por ser demasiado comunes; tenía apuntados otros más sofisticados como “Perla”, “Rouge” o “Pétalo” y se imaginaba pronunciando ese nombre frente a damas embelesadas. Pero la anécdota que acababa de leer lo hicieron decidirse abruptamente: levantó la vista hacia su árbol jibarizado y dijo en voz alta: “Voy por ti, Bonsai”.

Los comienzos junto a Bonsai fueron arduos aunque plagados de hermosos momentos. Sin ser consciente de ello, Cris comenzó a cambiar sus hábitos en función de la pequeña mascota. Se levantaba en medio de la noche para alimentarla con la mamadera, cambió las luces del living (el lugar elegido para ubicar la canastita) para que no perturbaran su sueño, empezó a escuchar música clásica porque le habían recomendado ambientar el lugar para placer del animalito. El problema era que ante su desconocimiento del tema solía poner óperas que terminaban por alterar considerablemente al can. Los primeros mordiscos que Cris recibió de Bonsai fueron precisamente en pasajes como aquél en que la soprano alcanza un mi en la “Reina de la noche”. Hay que decir que había días en que le entraba la desesperación ante la histeria de la mascota y esa desesperación era tanta que le venían unas ganas irrefrenables de lanzar a la perrita por la ventana, al mejor estilo jugador de béisbol. En esos momentos, contaba hasta 25, respiraba profundo y se focalizaba en su plan.

Poco a poco todo fue encarrilándose y en un par de meses Cris se sintió preparado para salir a la cancha con Bonsai en brazos. La primera medida fue visitar un peluquería canina donde le realizaron un corte a la moda (la peluquera insistía que era el mismo corte que la perra de Cristina Aguilera. Cris no entendió si se refería al animal o la cantante en sí). Le dieron mil y una recomendaciones para que el corte se luciera y salieron de la peluquería con un set de belleza capilar, ampollas para el crecimiento del bulbo, baños de crema con ceramidas para intensificar el brillo y un secador especial para chihuahuas de pelo largo, con los implementos necesarios para brushing, torzadas y bucles. Cris se sintió un poco ridículo pero interiormente veía a su mascota feliz, tan elegante, que lo tomaba como un buen presagio para el éxito de su plan.
Y el día llegó por fin: domingo a la mañana, abril, cielo despejado. Tan emocionado estaba que se había comprado jogging nuevo, gris con pequeñas rayitas lilas, el mismo lila que había elegido para el collar acharolado de Bonsai. Estaba en todos los detalles. Trató de disimular unos lentes espejados las ojeras que tenía por haberse levantado dos horas antes para poder peinar a Bonsai y salieron juntos a la calle. Era el primer paseo oficial de Bonsai, por eso la cargó en brazos hasta que llegaron al boulevard, el escenario elegido para entrar en acción. Bonsai estaba exultante, como empujada por la brisa de la libertad y eso complicaba a Cris cuando intentaba controlarla. Corría como desesperada, con sus patitas diminutas tiraba de la correa, cruzaba la calle sin miramientos, olía hasta el más diminuto detalle. Coqueteaba como una colegiala. Y no hacía distinciones. Tanto es así que el primer objeto de su deseo fue nada menos que un rotweiller. Por suerte el perro inmenso no pareció interesado en la pequeña mascota y aunque Cris sintió algo parecido a la ofensa también se alivió de no tener que presenciar una escena que pudo haber sido tremenda.
La mañana estaba brillante y en los primero metros ya pudo ver el impacto de Bonsai en los transeúntes. Nadie era indiferente, ya sea por la admiración o la risa que producía, pero todos quedaban impresionados. Por fin, Cris vio aparecer a la primera víctima: morocha de rulos, figura delicada, músculos turgentes. Y un perro de raza similar a Bonsai pero de pelo corto, o sea, más parecido aún a una rata. Empezó a sentir un cierto nerviosismo y para colmo notó que a Bonsai se le había corrido el moño de la correa hacia la oreja, aplastándole el peinado. No hizo a tiempo para arreglarlo pero no pareció importar mucho:

-¡No puede ser más hermoso!
-Hermosa, es nena. ¿Y ese bomboncito? –preguntó señalando con la mirada el perro de la morocha.
-Él sí es varoncito y parece que se llevan muy bien.

Los dos perros habían empezado con la rutina de olerse las partes, mover la cola, caminar en círculos. Nada extraño, pero para los dueños ya había matrimonio en puerta.

-¿Ya tuvo cachorritos?, al mío le estoy buscando novia.
-Nooooo! –lanzó Cris espantando de sólo pensar en ese pequeño ser embarazado. Pero en seguida recordó su motivación y moderó su tono-. Es muy chiquita todavía, hay que esperar. Pero podemos ir preparando el ajuar…

Para esta última frase Cris miró a la morocha con una de esas miradas que había estado practicando frente al espejo, una de tantas. Y la morocha cayó en la trampa porque 15 minutos después estaban sentados en un bar frente al río, tomando un exprimido de naranja y con sus mascotas en brazos. Como primer encuentro no estuvo mal, hablaron de alimentos balanceados, la crueldad de las guarderías para perros y de un nuevo servicio del que había escuchado hablar la morocha sobre festejo de cumpleaños para perros. Ella estaba especialmente interesada porque su bebé estaba próximo a cumplir los años y necesitaba decidirse. Cris la ayudó a elegir entre las alternativas aunque le pareció un poco absurda la idea de una reunión de perros con sombreritos de papel jugando a romper una piñata. Pero la morocha le gustaba en serio y de paso podía aprender para cuando fuera el cumpleaños de Bonsai.
Después de más de dos horas de charla se despidieron amablemente y quedaron en encontrarse en otra oportunidad caminando por el boulevard. Cris se sintió desilusionado porque pretendía al menos conseguir el teléfono o el messenger de la morocha, que había resultado más difícil de lo que parecía y tendría que hacer más esfuerzos. Después de todo, era la primera experiencia de la era Bonsai y no estaba nada mal.

Lo de morocha pasó sin pena ni gloria. Nunca más volvieron a verse. Cris lo sintió como el primer gran fracaso pero rápidamente se repuso al notar que su plan estaba condenado al éxito. Cada mañana o tarde que salían a caminar (Bonsai prefería las tardecitas) se detenía al menos una persona por cuadra a admirar el espécimen. Con su garbo, su simpatía, su alegría de vivir, Bonsai deslumbraba a todos en el boulevard. Y poco a poco fue deslumbrando también a Cris, a modificarle los hábitos. El hombre empezó por ser más cuidadoso con su ropa, virando hacia un estilo “decontracté casual sport” y siguió por detalles tales como su pelo (se animó por primera vez a hacerse unos reflejos que le sugirió el coiffeur de Bonsai), sus uñas, su cutis. Estaba empeñado en ser un metrosexual a la medida de su mascota.
Tanta exigencia para consigo mismo se trasladó también a su objeto de caza. Ya no era suficiente que fuera morocha y tuviera buen cuerpo, ahora apuntaba a cierta marca de ropa, ciertos accesorios y hasta cierta manera de hablar. Hay que decir que su propio refinamiento era menos por una cuestión estética que por una cuestión de marketing, podríamos decir. Cris había comprobado que había un submundo que él desconocía, habitado por seres con intereses superfluos, mucho tiempo libre y fundamentalmente con mucho dinero. Esos seres eran en gran cantidad mujeres y muchas de ellas estaban solas o padeciendo una soledad que en apariencia no tenían.
Se hizo experto, pues, en detectar a sus víctimas por detalles que al resto de los mortales nos pasan desapercibidos: cierto reloj, ciertos accesorios de las mascotas, hasta cierto corte de pelo. Comenzó a especializarse en viudas de mediana edad, divorciadas o a punto de, mujeres de cuarenta que necesitaban “un cambio en sus vidas” y que creían que todas las canciones de Ricardo Arjona habían sido inspiradas por ellas.
Así, pasaron por la vida de Cris una larga lista de mujeres. Algunas fueron olvidadas con el último beso, pero otras quedaban en la memoria de Cris con el amargo gusto de no haberlas podido retener un tiempo más. Susana, recién separada de un industrial, resentida e intolerante; Patricia, esposa de un concejal, “amiga” de una reconocida artista plástica y amante de su personal trainer; Ivonne, viuda alegre con mucho dinero. A Cris le costaba profundizar en las relaciones porque si bien las mascotas empezaban siendo el anzuelo, también terminaban siendo el motivo de la separación. Nunca lo aceptó, pero sus mujeres le reprochaban que Bonsai acaparaba mucha más atención que ellas mismas. Ya no le bastaban a Cris las cenas en caros restaurantes (que siempre pagaban ellas), los viajes relámpagos a Punta del Este (que siempre contrataban ellas), los relojes, las camisas, los zapatos que recibía como regalos. Fueron justamente los celos los que provocaron la última y fatal ruptura.


Sofía, una mujer muy maltratada por la vida y recién divorciada de un influyente abogado de la ciudad, lo había abordado en la calle con un interés bien definido. Cris ni siquiera había reparado en ella.

-¿Tiene papeles?

Cris la miró sintiendo un profundo desprecio; es obvio que esos animales no te ven la luz del día si no tienen papeles en regla, dónde vas a ver a uno de éstos sin papeles si la reserva nomás te sale un ojo de la cara. Pero Cris sabía que tenía que contenerse, no era prudente despreciar a una cincuentona que olía a Channel n°5 auténtico y lentes de sol Ives Saint Laurent, también auténticos y contestó en tono amable.

-Sí, por supuesto, no saldría a la calle con una perra sin papeles.

Lo dijo con ternura, aunque súbitamente temió que la estructura semántica lo dejara al descubierto. De manera inconsciente, parecía estar diciéndole a su interlocutora: “más vale perra que no te me acerques si no tenés papeles, guita, billete, como le quieras decir”. Pero por la cara de la cincuentona que quería pasar por treintañera supo que no había entendido su metáfora involuntaria. O sí, pero para ella había sido un piropo. Hoy en día, ya no se sabe.

-Ah, porque le estoy buscando novia a Justin, pero me preocupa el tema de los papeles, viste, no me gustan las “mezclas” –dijo acentuando la última palabra con el gesto de arrugar su nariz como si oliera algo feo.
-No, claro, yo tampoco la dejo a Bonsai que se junte con nadie que no sea puro.

Y así, mientras conversaban sobre la posibilidad de unir a las mascotas con fines de perpetrar la especia pura, la relación se fue consolidando. Finalmente lo de Sofía se convirtió en algo “bastante serio” para los cánones de Cris, aún a su pesar. Es que Sofía resultó ser un ser absorbente, demandante, asfixiante. Y a Cris se le hacía difícil de sobrellevar, aún después del Rólex auténtico que recibió para el cumpleaños. Pero Bonsai y Justin se llevaban tan bien. Nunca consumaron el hecho porque para la época de celo Justin sufrió un accidente que lo obligó a estar inmovilizado y vendado, lo que a Cris le significó un gran alivio porque no soportaba la sola idea de ver a su pequeña Bonsai revolcándose cual perra lujuriosa, aunque fuera con un perro de raza pura. Bonsai se había convertido en su pequeña reina y las reinas no tienen ese comportamiento. Pero lo que sí nació fue una linda amistad. Bonsai y Justin compartían las caminatas en el boulevard correteando como dos amigos de la infancia. Y Cris era feliz de sólo verlos. Por esa sola razón soportaba a Sofía, que le toleraba su indiferencia. Pero lo de la medalla fue demasiado.

Fue una noche fría de agosto. Sofía había invitado a Cris a pasar un fin de semana a la capital porque tenía que arreglar unos asuntos financieros. Se vieron recién a la noche, cuando ella había terminado sus compromisos y fueron a cenar a unos de esos restaurantes carísimos, en los que el plato principal parece una pieza de diseño de Philippe Starck y cuesta lo mismo que una semana en la costa en hotel tres estrellas, pensión completa y entrada a Mundo Marino. Decir Sofía y Cris es decir, por supuesto, Sofía, Cris, Justin y Bonsai. Siempre iban los cuatro juntos a todos lados. Claro que no en todos lados aceptan mascotas y claro que no en todos lados aceptan cualquier mascota. En ese restaurante específico sólo aceptaban perros con papeles por una cuestión de “cuidar a la clientela”.
La cena se desarrolló con relativa monotonía, sólo alterada por las gracias que Bonsai y Justin hacían con los grisines. Había sido una cena pantagruélica: degustación de patés caseros, carnes asadas a la estaca, trufas en salsas exóticas. Sofía había esperado hasta el momento del postre para decirle a Cris lo que venía pensando hacía mucho: que quería que vivieran juntos porque lo necesitaba cerca todo el tiempo. Por eso se emocionó cuando vio la medalla colgando en el pecho de Cris, asomando por el escote en v del pullóver. La media medalla. Ni siquiera su marido le había regalado una cuando eran novios y creían estar enamorados. Excitada por la escena, recorrió con su dedo índice la forma de medio corazón mientras decía:
- ¿Cuándo me la pensabas dar, tontito?.
Grande fue su decepción cuando comprobó que no era el nombre “Sofía” el que estaba grabado sino “Bonsai”. Miró a la perra con un desprecio glacial y le arrancó de un tirón la otra media medalla que colgaba de su collarcito de strass. Roja de furia, estalló:

-¿¿¿Qué significa esto??? –gritó escandalizada, sin reparar en las miradas desaprobadoras de los comensales, perros incluidos.

Cris mantuvo la calma, sabía que era un momento que tarde o temprano llegaría, un final anunciado.

-Mirá Sofi, ya es hora de que entiendas que lo nuestro nunca funcionó. Y dame eso que Bonsai no tiene la culpa –dijo alargando la mano a la media medalla que todavía estaba en manos de Sofía.
-¿Que no tiene la culpa? ¡Esa perra tiene la culpa de todo! –seguía vociferando mientras mantenía el puño cerrado con la medalla lejos del alcance de Cris-. Elegí: la perra o yo -amenazó casi al borde de las lágrimas.

Se hizo un silencio brutal. Los comensales, el maitre, los mozos suspendieron por unos segundos su movilidad y miraron expectantes hacia la mesa de Cris. El restaurante a pleno estaba pendiente de su respuesta, todos querían saber si la elegía a ella, la señora desquiciada o a la perra, que todos suponían una amante de Cris y no la mascota que estaba a su lado. Mientras tanto Cris seguía inmóvil, sintiendo un calor abrasador que provenía de todas las miradas. Tragó saliva:

-Yo a Bonsai nunca la voy a dejar –dijo clarito mientras acariciaba la cabecita de la perra.

Sofía rompió a llorar y en un movimiento que duró un segundo tomó a Justin de la sillita alta y lanzó la media medalla por los aires que fue a parar al centro mismo de la mouse de mandarina con coulis de pera de la mesa de al lado. Cris miró a Sofía alejarse y sintió un alivio infinito, la sensación de haberse sacado por fin un traje de amianto en pleno verano. Todo el restaurante volvió la atención a sus propias mesas aunque el murmullo que comenzó inmediatamente después del portazo de Sofía dejaba a las claras que el tema de conversación era el mismo para todos.
Cris trató de terminar su postre con naturalidad mientras el mozo acercaba tímidamente la cuenta que ya habían pedido antes de la escena de celos. Súbitamente Cris se puso blanco y estuvo a punto hacer otra escena, esta vez mucho más desagradable. Sintió náuseas, calor intenso, fiebre. Cris no traía billetera. Casi nunca la traía porque sus mujeres se encargaban de pagar todo, que para eso las había elegido. Y aunque la trajera consigo, nunca alcanzaría la cifra que exhibía impúdicamente la boleta solapada en una elegante carpeta de cuero de cocodrilo. Trató de pensar alternativas rápidas que lo sacaran de la situación pero sus torpes maneras, sus miradas persecutorias, su cara de espanto lo delataron al punto de que en pocos minutos estaba el dueño del restaurante parado a su lado, escoltado por dos agentes de seguridad del lugar.

-¿Algún problema señor? –inquirió un hombre robusto impecablemente vestido pero amenazadoramente parco. El dueño del restaurante.
-Eh…. No, un problemita… eh, estas cosas de salir apurado, me olvidé la billetera en casa… -trataba de explicar Cris en medio de tartamudeos, rojo de vergüenza–. Lo pueden poner en la cuenta de mi señora…
-Justamente acabamos de hablar con su señora, ella es clienta habitual pero como a usted no lo habíamos visto nunca por acá nos tomamos el atrevimiento de llamarla, Ud. sabrá disculpar la desconfianza.
-¡Pero por favor, faltaba más! Tómese la desconfianza que quiera, hoy en día no se sabe, hay cada aprovechador por ahí. Lo entiendo perfectamente…. Y…. ¿qué dijo mi señora?
-Dijo que no es su señora, que usted es un vividor, con todo respeto y que la cuenta está a su cargo, que es una de las tantas cosas que le debe –relató el señor impecablemente vestido, con el mismo tono parco, aunque ahora se adivinada una cierto dejo de ironía–. Usted me dirá cómo hacemos – finalizó acariciando dulcemente a Bonsai que había empezado a temblar.

Volvió el silencio brutal, volvió Cris a ser el centro de la escena, volvieron todos los comensales a interesarse en Cris que para enterarse de estas cosas no hace falta más que girar la cabeza y tener ganas de reírse de los otros. Cris guardaba silencio, no se le ocurría nada. Sofía se había ido. Ni siquiera sabía cómo iba a hacer para pasar la noche a la intemperie, cómo iba a volver, cómo se las iba a arreglar sin Sofía. Tragó saliva y miró fijo al dueño del restaurante:

-Mire yo soy un hombre honrado y voy a hacer todo lo posible por solucionar esta situación incómoda en la que nos encontramos –dijo mientras tomaba a Bonsai en brazos para alejarla de las caricias del dueño–. Como ve realmente no tengo nada –decía mientras metía su mano en los bolsillos y lo único que sacaba eran los documentos de Bonsai, que nunca salía sin ellos-. Puedo lavar la vajilla, lo puedo hacer perfectamente.
-Nooo -lo cortó el dueño con una sonrisita de lado–, su cena vale mucho más que un par de horas de lavacopas mi señor. Eso no sería suficiente. Pero se me está ocurriendo una idea mejor. ¿Qué tal la perrita?
-¿Qué Perrita? ¿Bonsai dice usted? ¿¿¿Qué pretende que haga Bonsai??? –Cris empezaba a ponerse violento.
-No pretendo que haga nada, pretendo que la canjeemos por el valor de la cena.
-¿Pero usted está loco? ¿Desquiciado? ¿¿¿Es enfermo mental??? –Cris había perdido los estribos-. Se está refiriendo a mi Bonsai, un ser humano como cualquiera, cambiarlo por dos platos de morondanga. ¡¡¡Usted es un traficante de almas, un insensible!!!
-La perra o la sombra –dijo entonces otro señor que apareció de la nada, sobretodo gris, sombrero de pana, entonación de película yanqui-. Lo tenemos rodeado señor Cristiano Félix Palerba, alias Cris, nacido el 27 de agosto de 1968 en la ciudad de Rosario. Mucho gusto –le extendió la mano a Cris-. Inspector Garrido del departamento de fraudes de la Asociación de Defensa de Restaurantes, Restó Bares y Wineries. Lo tenemos en la mira, lamento decirle que hemos recibido muchas denuncias de señoras estafadas en su más profundo orgullo y está incluido en la lista negra de la asociación. Esto puede traerle funestas consecuencias si no llega a un acuerdo -mientras decía esto los dos agentes de seguridad acariciaban sus revólveres y se relamían-. De acá puede ir derechito a la cárcel, Palerba. ¿Por qué no recapacita?

Cris estaba devastado. Tenía ganas de llorar como un niño, de abrazarse a alguien aunque más no fuera a Sofía.

-Yo no me puedo desprender de Bonsai, es todo lo que tengo.
-Lo que es desprender se va a desprender igual. El pichicho va a ir a una cárcel de encauzados para perros y afines hasta que un juez decida su futuro. Y no le quiero decir lo que son esos institutos, son duros, no sé si este tipo de pichichos lo podría soportar.- Culminó levantando las cejas y mordiéndose los labios, moviendo su cabeza con gesto negativo.
-En cambio si me la da a mí, eso no le va a pasar – se metió de nuevo el dueño-.Y hasta podemos llegar a un arreglo y lo borramos de la lista negra –lo tranquilizaba mientras le hacía un guiño al inspector Garrido-. Escúcheme bien, yo tengo una hijita de 4 años que vive en Bulgaria, mañana justo viajo para allá y se va a poner loca de contenta si le llevo un regalito así, es justo para ella. No me va a decir que no es mejor que la cuide mi nena que el instituto de encauzados. Yo sé lo que le digo, si es verdad que la quiere, no le queda opción, usted no se imagina las cosas que pasas ahí adentro… Es por su bien…

Las últimas palabras del dueño resonaron para Cris como dentro de un embudo gigantesco. El dueño estiraba los brazos para tomar a Bonsai pero Cris no quería, no podía soltarla. Las lágrimas ya habían empezado a rodarle por las mejillas y Bonsai las limpiaba con su lengüita rosa. Estaba rodeado, abatido, vencido. Con la amabilidad de una monja franciscana, el dueño retiró a Bonsai de los brazos de Cris y se apoderó de los documentos de identificación mientras los oficiales de seguridad lo retenían para evitar que el golpe emocional no terminara en golpe contra el piso. Finalmente Cris no opuso resistencia, se dejó arrancar a Bonsai con la resignación del que lo perdió todo. Estaba mudo, ya no podía llorar porque no tenía quien le secara las lágrimas, ya nada le importaba. La vio alejarse contenta en otros brazos, lamiendo un postre de frutilla que le habían ofrecido para engañarla mientras que a él lo acompañaban amablemente hacia la puerta mientras le decían “no se te ocurra aparecer más por acá porque sos boleta”.

La puerta se cerró a sus espaldas y no se atrevió siquiera a volver la vista, a escudriñar por la ventana para darle una última mirada de despedida a Bonsai. No pudo ver a su mascota en brazos de un extraño, no quiso ver su carita alegre, la de todos los mozos que ahora jugueteaban con ella. No pudo ver tampoco al pobre infeliz que se atragantó al tragar una porción de mouse de mandarina con la media medalla incrustada. No podía ni quería ver nada de eso. Caminó bajo la noche helada a la luz de las estrellas. No había gente en la calle, no había autos, el desamparo más absoluto. Se sentó en el cordón de la vereda y refugiado en la soledad de la noche estalló en llanto. No podía aceptar la separación, todavía sentía la lengüita tibia de Bonsai sobre la cara. Pero esta vez no era Bonsai, era un perro cualunque, callejero, que se había compadecido del sufrimiento de Cris y trataba de darle un poco de cariño en medio de la desolación. Cris se dejó compadecer por un perro solitario, anónimo y posiblemente con pulgas. Cris no estaba lejos de parecer lo mismo. Abrazó al perro ajeno y se quedó en silencio. En la noche fría de una ciudad monstruosa, dos parias se hicieron compañía.