miércoles, 18 de marzo de 2009

* Diario de viaje * 13. Paysandú, llegando al fin.

Miércoles 11 de febrero.

A madrugar otra vez. Salimos del hotel cuando todavía era de noche, tomamos un taxi y enseguida llegamos a la terminal para subirnos al colectivo que salía a las 6 hacia Paysandú. Unas tres horas después estábamos camino a La Posada del Centro, donde nos alojamos. La Posada está ubicada frente a la plaza Constitución y es una vieja casona con habitaciones amplias (ésta era todavía más amplia que la del hotel de Tacuarembó y tenía además un pequeño patio). Dejamos los bolsos y salimos a buscar un desayuno. En “El Bar” (evidentemente no hicieron un brainstorming para ponerle nombre) pedimos dos cafés con leche y medialunas.
- ¿Medialunas solas, sin nada? – preguntó el mozo.
- Sí, así nomás.
Recién cuando llegaron las dos tremendas medialunas, ésas que ya habíamos probado en sandwich, entendimos que lo que debimos haber pedido eran croissants.

Caminamos de nuevo hasta la terminal para asegurarnos el pasaje del día siguiente (snif, ya teníamos que volver a Rosario) pero la oficina que vendía los pasajes que necesitábamos (a Colón) abría a las 3 de la tarde por lo que fuimos al reverendo cuete. Aprovechamos la mañana paseando por la ciudad, recorriendo algunos de los “must” de Paysandú: la Basílica Nuestra Señora del Rosario (cruzando la plaza Constitución), el Museo de la Defensa y el Museo Histórico (donde los únicos tres visitantes que había en ese momento eran… rosarinos!). Este último museo tenía una simpática maqueta con la ciudad de Paysandú reconstruyendo la época en que fue atacada por los portugueses y donde el general Leandro Gómez resistió hasta que fue ejecutado. La guía iba mostrando cómo fue el ataque mediante lucecitas que prendía y apagaba sobre la maqueta. Una explicación muy didáctica que por momentos me recordó a la escuela primaria.

reflejos

Ya volviendo hacia el hotel compramos algo para almorzar y nos sentamos en el pequeño patiecito a disfrutarlo. Dormimos la siesta (en realidad sólo Pablo porque para entonces a mí me había empezado a atacar la tos y no me dejaba estar acostada; las vacaciones estaban llegando a su fin y evidentemente mi cuerpo rechazaba de plano la idea de volver a la rutina). Ya descansados salimos a comprar caramelos para aliviarme la garganta y volvimos una vez más a la terminal a sacar los pasajes (para las 8:15, ¡otra vez a madrugar!) con la esperanza de llegar a Colón a tiempo para tomar el colectivo de las 9 que salía a Rosario. La señora de la ventanilla dijo que eso dependía de cuánto se tardara en cruzar la frontera, que esas cosas nunca se saben. Sospecho que en lugar de “Atención al cliente”, la empresa tiene una oficina llamada “Me ne frega el cliente”.

Después, a caminar. Pablo ya había estado en Paysandú hace algunos años, pero sólo una tarde. Recordaba vagamente algunos lugares y quería que yo también los conociera. Hicimos un itinerario haciendo coincidir las plazas hasta llegar a la costanera. Paysandú es una ciudad del interior como tantas que, tal vez por la cercanía con Argentina, tiene más cosas en común con nuestro país que las otras ciudades que visitamos. Y como en toda ciudad del interior, la gente que por la mañana se amontonaba en las calles céntricas ahora parecía haberse evaporado. Las veredas estaban casi desiertas, sólo en las plazas alguna mamá hamacaba a su hijo, algunos ancianos tomaban mate. En esos momentos añoro vivir en un lugar tan tranquilo, pero inmediatamente pienso en el soberano aburrimiento que debe implicar esa tranquilidad y se me van las ganas tan pronto como llegaron.

puerto

Caminamos y caminamos. Era evidente que ya estábamos acumulando el cansancio de varios días de caminatas porque el aguante duraba menos (estamos a acostumbrados a caminar en Rosario, pero aquí lo hacíamos por triplicado). Visitamos plazas, la vieja estación, la costanera donde nos sentamos un ratito en la arena a ver los rayos del sol que se reflejaban en el río y le daban un color especial a la tarde. Fuimos hasta el puerto que, a diferencia de la época en que Pablo lo visitó, ahora estaba cerrado a los visitantes. Para las 20:30 yo estaba a punto de tener calambres en las piernas de tanto caminar. Nos sentamos en la plaza Colón a descansar mientras empezaba a anochecer. Buscamos inútilmente un locutorio para llamar a Rosario (nunca lo encontramos) y cuando ya estábamos llegando al hotel caí en la cuente de que me había quedado con muchos pesos uruguayos que no iba a poder cambiar (tal vez en Rosario, pero con cambio desfavorable). Decidimos entonces gastarlo en algo satisfactorio: ¡comida! Nos sentamos en un restaurante y pedimos pescado y pollo a la crema y cerveza y llegamos justito (con monedas y todo) a pagar la cena con uruguayos. Llegamos al hotel agotadísimos pero pipones.

Madrugamos por última vez en nuestras vacaciones para tomar el Copay hacia Colón. Como era de esperar, no llegamos a tiempo para tomar el colectivo de las 9 por lo que tuvimos que esperar hasta las 14. Pero después de la odisea de Valle Edén, esperar 4 horas en una estación con bar, baños y a la sombra era un juego de niños. Desayunamos en el bar, compramos el diario y hasta fuimos a pedir un mapa a la oficina de turismo (per jodere nomás, ya que no pensábamos hacer ni media cuadra con los bolsos a cuestas). Almorzamos algo liviano y a las 14 ya estábamos listos para nuestro último tramo de viaje. No habíamos hecho muchos kilómetros cuando el colectivo tuvo un pequeño percance: estacionados en la terminal de Concepción del Uruguay, empezaron a pasar los minutos, el calor a sentirse en forma preocupante y los pasajeros a impacientarse. Pero nadie venía a decirnos qué pasaba. Acostumbrados como estamos con Pablo a que siempre haya algún problemita en nuestros viajes de regreso, respiramos hondo y nos preparamos para escuchar una noticia funesta. Pero no, unos 20 minutos después y sin que mediara explicación alguna, nos pusimos otra vez en marcha.

El regreso, como son en general los regresos, se hizo largo y tedioso. Yo seguía con mi tos a cuestas (aunque con caramelos que la aliviaban) y el paisaje ya nos parecía demasiado repetido. Rosario nos esperaba como era de imaginar: con calor, humedad y el agobio propio de la ciudad. Las vacaciones habían terminado. Ahora sólo quedaba tratar de alargar el máximo posible esa sensación placentera del viaje, reviviéndolo una y otra vez. Por eso estas crónicas, que ahora sí, llegaron a su fin.

~ FIN ~

Fotos del viaje.

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2 comentarios:

Cristian dijo...

Que buen diario de viaje. Hace poco hice un viaje relámpago por la provincia de Santa fe. Estuve visitando su capital y después me fui a alojar a un hotel en rosario para disfrutar una de las ciudades más maravillosas del país

Marisali dijo...

Gracias por el comentario, Cristian. Vivir en una ciudad hace que a veces uno no la valore, pero es cierto, Rosario es una gran ciudad.