lunes, 15 de junio de 2009

DIARIO DE VIAJE - Cataratas - Día 6

~ Un final de 24 hs.

Nuestro día empezó temprano otra vez: a las 6:00 estábamos arriba y luego de un baño bajamos con nuestros bolsos a tomar nuestro último desayuno buffet. Cancelamos nuestra cuenta (el uso de internet y una llamada telefónica más las bebidas de las cenas) y nos sentamos en el sofá a esperar a que llegara nuestro micro. Puntual como todos los días llegó a las 7:25 y fuimos camino a buscar al resto de los pasajeros. Una hora después, con el pasaje completo, comenzó el regreso propiamente dicho. Empezaron a torturarnos los oídos con un cantante que Pablo y yo conocíamos pero no acertábamos a decir quién era. Después de un rato largo de probar nombres equivocados Pablo dio con el indicado: ¡Eros Ramazzotti!

A llegar a la aduana brasilera tuvimos que bajarnos todos a presentar nuestros documentos y visas. No sé si será casualidad, pero siempre los trámites en otros países son más rápidos que en el propio país. Diez minutos después todos habíamos terminado.

Al acercarnos a la aduana argentina Pablo empezó a refunfuñar por tener que hacer trámites otra vez. Nos bajamos a las 8:50 y volvimos a subir al micro a las 9:30: el trámite consistía en hacer una filita, cada uno con su valija o bolso que depositaría en una cinta transportadora. Los retirábamos al otro lado de la habitación después de que supuestamente un guardia atento se asegurara mediante un mini televisor de que no llevábamos nada sospechoso. Luego de una parada técnica para ir al baño (nuevamente cola en el baño de las mujeres, ¿por qué siempre, sin excepción, las mujeres tardamos el triple de tiempo que los hombres?) y a comprar unos últimos souvenirs (yerba y alfajores). Pensábamos comprar chipás para tomar mates en el trayecto pero nos olvidamos y luego lo lamentaríamos sobremanera.

Ahora sí: 10 de la mañana, cuatro horas después de despertar, estamos realmente en camino, sin más interrupciones molestas. La próxima parada programada es en San Igancio para el almuerzo.

Pero a las 10:25: nueva parada. Esta vez es Gendarmería que quiere revisar el colectivo (aparentemente no confían en el control de la aduana). Sube un gendarme con cara de malo y mira los compartimientos superiores del colectivo como si tuviera visión rayos x o poderes de adivinación: sólo pregunta por el contenido de algunos paquetes. Parece satisfecho con las respuestas porque no pide abrir ninguno. Mientras esperamos a que el gendarme termine con su control, Pablo y yo miramos por la ventanilla a los gendarmes que rondan el colectivo. Hablamos de su pésimo estado físico y de la imposibilidad de que ninguno de esos señores defienda nada, de que probablemente no puedan correr más de una cuadra sin caer muertos de cansancio, de que evidentemente no tienen entrenamiento constante. Y de que el estereotipo de policía gordo y fanático de la pizza es en apariencia universal: allí está el Jefe Gorgory de los Simpsons para confirmarlo.

Diez minutos después estamos nuevamente en marcha. Tomamos mate con galletitas Social Club porque no compramos los chipás (y rezongamos por eso). Vemos el dvd que uno de los pasajeros compró de la excursión a las cataratas: música obvia del insufrible Kenny G (la misma que se usa para los casamientos, cumpleaños de quince y probablemente bautismos), las imágenes movidas, un sonido espantoso y nosotros saludando de compromiso al camarógrafo. $ 50 tirados a la basura; por supuesto que a nosotros en ningún momento no se nos ocurrió comprarlo.

13:15 paramos una hora a almorzar en San Ignacio, en el mismo lugar donde desayunamos en el camino de ida. Como es mediodía hay mucha más gente que antes: un enjambre de niños y mujeres rodea el colectivo, venden orquídeas o piedras, piden galletitas o caramelos. Casi todos están descalzos, todos están muy sucios. Chicos que apenas aprendieron a hablar pero ya saben pedir. Adolescentes embarazadas con un chico prendido a la teta. Esa “postal” alcanzó para deprimirme toda la tarde. El micro se pone en marcha mientras nuestros compañeros de viaje siguen alborotados porque compraron cantidades de orquídeas por unas monedas. Para aliviar la tristeza miro por la ventana el paisaje misionero y me acuerdo de la versión musical que el Chango Spasiuk hace de ese paisaje.

Comienza la tarde de Súper Acción sobre ruedas. Primera película de la tarde: Inside Man, con Clive Owen y Jodie Foster dirigida por Spike Lee. Mucho suspenso al cuete, porque no pasa nada (o yo no la entendí).

15:30 Otra parada no prevista. Esta vez es la CNRT (Comisión Nacional de Regulación del Transporte) que quiso revisar el micro. Algo no estaba en regla así que estuvimos parados una hora. Por lo menos estábamos entretenidos con la película.
Segunda película de la tarde: “Los Infiltrados” de Scorsese. Yo ya la había visto y me entretuve un buen rato. A Pablo no le gustó, pero me parece que no le prestó atención.

18:35 Paramos en Santo Tomé, Corrientes. Veinte minutos y vuelta a la ruta.
Tercera película: “Tiempo de valientes” de Damián Szifrón con Diego Peretti y Luis Luque. Otra que había visto, pero me volvió a causar gracia. Recién a las 22:30 paramos a cenar en “Cuatro bocas”, Corrientes. Una estación de servicio con bar 24 hs. Un sándwich frío fue toda la cena, ya añorábamos las cenas buffet del hotel.

23:10 Volvemos a estar en camino y terminamos de ver “Tiempo de valientes”. Una vez que terminó la película me pasé a los asientos de atrás y en brazos de Marco Polo (parece ser la única empresa que fabrica sillones para colectivos) dormí hasta la llegada a Rosario con la sola interrupción en Santa Fe donde bajé, casi sonámbula, para ir al baño.

Eran más de las 6 de la mañana cuando llegamos a la terminal Mariano Moreno. En el taxi camino a casa empecé a lamentarme por todo el tiempo que falta para las próximas vacaciones.

[Fin]

Fotos del viaje.

lunes, 8 de junio de 2009

DIARIO DE VIAJE - Cataratas - Día 5

~ Día libre en Foz

Jueves: ¡día libre! (los tours pueden ser muy agotadores). La agencia ofrecía un tour a Ciudad del Este cuyo único atractivo es comprar cosas muy baratas. Como nosotros no habíamos ido de vacaciones para hacer shopping decidimos obviar el paseo (además yo había estado hace mucho años y me pareció uno de los lugares más feos que recuerdo). Decidimos entonces recorrer la ciudad de Foz do Iguazú.
Para aprovechar el día como corresponde en vacaciones, dormimos hasta tarde (hasta lo más tarde que podíamos sin poner en riesgo nuestro desayuno). Pablo, por supuesto, se despertó antes que yo, acostumbrado como está a madrugar desde hace años. Después del desayuno tardío (eran casi las 10, horario en que cerraba el comedor) decidimos ir al centro caminando ya que nos habían dicho que eran unas 20 cuadras. El día estaba soleado y todavía agradable.

¡Estamos de vuelta!

Tomamos la avenida Juscelino Kubitschek a paso tranquilo, mirando la ciudad como quien intenta descubrir rasgos comunes, como queriendo captar con una sola mirada la idiosincrasia de un pueblo. Y aunque eso es imposible (sobre todo en una caminata de un par de horas) estas son algunas de las cosas que nos llamaron la atención:

. Todos los motociclistas, sin excepción, usan casco. Sean uno, dos o tres los que ocupantes, todos usan sus cascos.
. En más de una oportunidad vimos que los empleados de algunas empresas como supermercados se reunían a hacer gimnasia antes de la jornada laboral.
. Ningún Mc Donalds. Muchos negocios de comida étnica (china, árabe). El imperio contraataca.
. No vimos perros callejeros ni gente paseando mascotas. ¡¡No hay caca de perro en las calles!! (Punto para Foz, coincidencia con los uruguayos). Pareciera ser que la costumbre de tener uno, dos o tres perros por familia es sólo una manía argentina (y tal vez sólo extendida a las grandes ciudades).
. Los automovilistas son bruscos, manejan a grandes velocidades y ni siquiera miran para ver si viene algún peatón. Son la antítesis de los uruguayos.
. Muchas fábricas de colchones y una marca preponderante: “Ortobom”. Había promociones para el día de los enamorados pero me voy a abstener de hacer comentarios.

Algo que veníamos sospechando y ese día pudimos comprobar: Foz do Iguazú no es una ciudad turística. Unos días antes, en el hotel, yo había pedido un plano de la ciudad y había preguntado detalles menores como la modalidad del transporte público y esas cosas. El recepcionista fue bastante escueto pero supuse que no estaba ahí para eso y que tal vez no le agradaba esa función. Decidimos entonces hacer más averiguaciones en una de las oficinas de información turística que estaba marcada en el plano. Queríamos saber sobre algunos lugares para visitar como la represa de Itaipú, la reserva natural, etc. La oficina estaba en una mini terminal de ómnibus, sobre la avenida Kubitschek. Yo entré decidida, hablando en castellano, suponiendo que nos darían una bienvenida con sonrisa incluida. Por el contrario, la oficina era atendida por un jovenzuelo que no sólo no hablaba castellano sino que apenas balbuceaba el portugués. A nuestras preguntas contestaba con monosílabos y hasta llegó a sacarnos las pocas ganas que teníamos de conocer algunos lugares. Evidentemente Foz es apenas lugar de paso para turistas previamente cooptados por las agencias de turismo y no tienen ningún interés en atraer otro tipo de turistas. Ya sé que es poca cosa para enojarse pero yo suelo engancharme fácil. Tuve la fantasía de agarrar a ese muchacho de la solapa y zamarrearlo al grito de: ¿Y a vos te pagan por esto? Me enoja la gente inepta y me enojan las oficinas que dicen ofrecer un servicio que no ofrecen. Como esa gente que nos invita a consultar el sitio web y al entrar vemos que la última actualización es de septiembre de 2001. Para eso, la nada es mejor.

Una vez afuera de la oficina hicimos nuestro propio recorrido: a la vuelta estaba el zoológico y allí fuimos. Como zoológico no era gran cosa, un típico zoo de ciudad con pocos animalitos y pocos visitantes. Pero con la diferencia de que aquí el ambiente es selvático y de hecho, si no hubiera habido ningún animal, también hubiera sido un lindo lugar para dar un paseo y tomar unos mates (algo que deben hacer muchos lugareños para escaparse del agobio de la ciudad, ya que está casi en pleno centro). La temperatura ya había empezado a subir y allí se estaba muy bien. Vimos monitos, loros, un jaguareté un poco desganado, tortugas, un yacaré solito. Pobrecito. Siempre me generan cierta lástima esos animales que encima de no estar libres tienen que estar solos. Pablo acotó que hay ciertas especies que están hechas para eso, que sólo buscan pareja para reproducirse pero luego vuelven a la soledad. Eso me recordó a mí misma hace unos años. Yo también pensaba que estaba hecha para la soledad (¡ni siquiera para reproducirme, porque nunca quise!), que lo mío no era estar de a dos, que, a pesar del mandato cultural, la soledad estaba en mi naturaleza. Hasta que lo conocí a Pablo y poco a poco, sin grandes planteos ni cambios drásticos, fui dándome cuenta de que la vida en pareja (con alguien afín, “emparejado”) es mucho mejor. Lo que me hizo pensar: o yo no me conocía en absoluto, o aquello de que “está en mi naturaleza” no es más que un verso para autojustificarnos. ¿Somos lo que queremos o somos lo que podemos?

Fin del desvarío. Con tanta palmera cerca se me hace difícil no colgarme. Estábamos en el zoo: después de una caminata refrescante retomamos el camino hacia el centro. Ahora el calor era más notorio, las calles más transitadas, los negocios más abundantes. Y a esa hora nos empezaba a dar hambre. Pablo sacó algunas fotos (negocios, carteles, la catedral muy olvidable) y luego volvimos sobre nuestros pasos para ir a almorzar. Antes paramos en una Lan House (cyber) para chequear mails y saber noticias locales. El almuerzo fue en un pequeño restaurante que ofrecía “menú buffet com suco” por 5 reales. El precio incluía sólo un tipo de carne, para combinarla con otra había que pagar más. Y también advertían desde el ticket que nos habían dado en la entrada que “el desperdicio de comida será cobrado”. Comimos hasta el último bocado como niños obedientes.

Tiendas Marisa

Luego decidimos que no había mucho más para ver y emprendimos el regreso, esta vez por la Avenida Brasil, mucho más comercial, con tiendas de ropa y unos puestos de venta de diarios y revistas muy simpáticos. También nos cruzamos con las Tiendas Marisa, una cadena muy conocida, que hicieron de fondo para una foto en mi honor.

La vuelta fue un poco menos grata porque estábamos cansados, hacía mucho calor y había poca sombra. Subimos a la habitación para cambiarnos y bajamos raudamente a la pileta donde esta vez sí había sol y el agua estaba más cálida. Bajamos con el equipo de mate (que incluía revista de crucigramas) y allí nos quedamos un par de horas relajándonos como corresponde a unas vacaciones.

alberca

Cuando volvimos a la habitación era hora de hacer las valijas pero a mí me agarró fiaca. Lo miré a Pablo ordenar lo suyo tirada en la cama. La tarde pasó así, haciendo fiaca (cosa que a mí me encanta): miramos a Ratinho en la tele (una mezcla de Susana Giménez con Chiche Gelblung), miramos las fotos que habíamos sacado, hablamos de bueyes perdidos. Después fue mi turno de hacer el bolso (ufa!) y después de nuestro habitual capítulo de Los Simpsons (hay adicciones peores y además ilegales) bajamos puntuales a cenar. ¡Nuestra última cena buffet! Había que aprovecharla. Sólo que justo ese día había llegado al hotel un nutrido contingente de jubilados y el comedor se llenó en cuestión de segundos. Temimos por nuestros postres pero por suerte no hubo desabastecimiento. Aprovechamos nuestra última cena como si verdaderamente alguien estuviera por crucificarnos: carne de vaca, pollo rebozado, ensaladas, arroz, flan, postre de coco.

Ya en la habitación, y después del té de hierbas, intentamos dormir temprano porque al otro día, una vez más, había que madrugar. Pero yo no tenía sueño y me puse a hacer crucigramas. Una tentación irresistible para Pablo que empezó por relojear las palabras que me faltaban y terminó resolviéndolos conmigo. Nunca es tarde para aprender que las “nabinas” son las semillas del nabo.

[Continuará?]


Fotos del viaje.

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viernes, 5 de junio de 2009

DIARIO DE VIAJE - Cataratas - Día 4

~ Entre gritos y contemplación.

Otra vez a madrugar (¿quién dijo que eran vacaciones?) para poder desayunar antes de que nos pasaran a buscar a las 7:35 (por la ubicación de nuestro hotel éramos los segundos en el recorrido -¡maldición!-. Sólo en una ocasión quedaríamos penúltimos en la lista, pero sería precisamente el día en que nosotros no haríamos la excursión). Una hora después de que nos pasaran a buscar estábamos entrando en el Parque de las Aves, otra grata sorpresa del viaje. El parque es un predio selvático (está pegadito al parque nacional brasilero) con grandes jaulas que albergan diferentes especies de aves autóctonas. Algunas de esas jaulas son tan grandes que incluso los visitantes pueden entrar y caminar entre ellos (con los riesgos del caso, en el mío fue una cagada en la campera). Vimos tucanes (muchos tucanes, algunos de ellos hasta se dejaban acariciar), faisanes, loritos, cotorras, papagayos, colibríes, una boa (ya sé, no es pájaro), ñandúes (una vez más nuestro compañero de viaje, el de adelante, diciendo que “se cansó de ver ñandúes en los Esteros del Iberá”). Pablo y yo nos hubiéramos quedado mucho tiempo allí. Lamentablemente nos apuraron y tuvimos que terminar la visita en menos de una hora. Afuera nos esperaban los que no habían entrado al parque (era una visita aparte y se pagaba aparte) y teníamos que cumplir con el horario previsto. Ufa. Igual salí contenta: me encantan esos lugares, el sólo hecho de caminar entre ese verdor, los pájaros coloridos, la ilusión de que estamos más cerquita de la naturaleza aunque sea por un rato.

Volvimos a subir al micro sólo para bajarnos unos metros más adelante. Entramos al Parque Nacional do Iguaçu. Desde la entrada nomás se nota que este parque (tres veces más grade que el de Argentina según nos dicen) es más cuidado y modernizado que el otro: los boletos para entrar no se cortan, los lee una máquina; la gráfica es más simpática y colorida; los espacios más grandes. Tomamos un colectivo de dos pisos con dibujos de animalitos que nos llevó hasta el lugar donde empezaría la excursión del día: Safari Macuco. Advertidos, llevamos una muda de ropa para cambiarnos. Luego nos subimos al “Eco bus”, una especie de camioncito abierto que nos pasea por el medio de la selva mientras un guía nos cuenta algunas particularidades de ciertos árboles como el palmito y el timbó. Llegado a un punto más sinuoso del camino tenemos que bajarnos y abordar un jeep que hará un corto camino en pendiente hasta dejarnos al pie de una escalera. Descendiendo llegaremos a un embarcadero. Hora de disfrazarse de turistas temerarios: el “Emergency poncho” y el salvavidas arriba. Cámara en mano y descalzos subimos al gomón.

V invasión extraterrestre

El paseo en sí no es ni más ni menos que navegar el río Iguazú a velocidades cambiantes tratando de generar cierta adrenalina en el pasajero. En mi caso no hacía falta: me sobraba entusiasmo por tener esa vista privilegiada. Tal vez la expectativa que se genera alrededor de la excusión sea exagerada al lado de lo que finalmente resulta. Pero yo había mantenido mis expectativas en un nivel relativamente bajo: nunca había navegado en ese tipo de embarcaciones (sí en algunas más grandes y por mar) por lo que la novedad era un punto a favor. Pablo, en cambio, que hizo rafting en Mendoza, se jactaba de que eso no era nada, que era apenas para hacer gritar a mujeres y niños. Yo soy mujer y tengo bastante de niña así que grité de lo lindo (además me gusta aprovechar cualquier ocasión en que una puede lanzar gritos sin miedo a que le digan “Callate, loca!”). La primera parte del paseo es una recorrida haciendo algunas paradas frente a puntos estratégicos para mirar los saltos de agua y sacar fotos. Luego se guardan las cámaras en una gran bolsa y la velocidad empieza a aumentar y las maniobras a ser más bruscas. Hasta que se llega a alguno de los saltos de agua (de los más tímidos, creo que era el Dos Hermanas o Los tres mosqueteros, no tuve tiempo de contarlos) y el gomón se mete debajo para darnos una ducha de catarata. El agua era helada y a esa altura el emergency poncho no me servía de nada. Alternábamos los gritos con aplausos. Pero siempre hay alguien disconforme y resultó ser la vieja que estaba sentada al lado de Pablo: se quejaba porque no nos había llevado hasta la caída misma de la garganta del diablo. El guía nos explicaría después que si llegábamos a ir a la garganta del diablo probablemente nos hubiéramos ido al mismísimo infierno.

Mientras volvíamos a toda velocidad por el río yo empecé a tiritar de frío y aunque en general nos pareció un paseo corto (duran más todos los preparativos que el paseo en sí) a mí me gustó. Cuando llegamos a la base, empapados como estábamos tomamos nuestros bolsos (y nuestras cámaras de la bolsa grande) y subimos descalzos la escalera que nos llevaba nuevamente al lugar donde nos esperaría el jeep y más adelante el eco bus. Ya en el punto de partida nos pusimos ropa seca y esperamos nuevamente el colectivo de dos pisos que nos llevaría a la última caminata de las cataratas. En el camino vimos otras hermosas vistas de los saltos (parte de ese camino lo hicieron nuestros compañeros de viaje que no hicieron el Macuco Safari, que también era opcional. Para ser sincera me quedé con ganas de hacer ese camino también, pero todo no se puede). Cuando nos bajamos del micro tomamos un ascensor (que en este caso era descensor) que nos dejaría en el comienzo de la pasarela que tiene una vista maravillosa de las cataratas. Si desde el lado argentino pudimos sentir la cercanía de la garganta del diablo, aquí teníamos una vista panorámica única, con arco iris por todos lados.

contemplación

Nos quedamos un largo rato frente a esa postal, queriendo retenerla, queriendo, inútilmente, retratarla de la mejor manera. Mientras esperábamos a que volvieran todos de hacer la caminata por la pasarela yo me quedé mirando, casi como en trance, el agua que caía. Pablo recordó las palabras de Mariano del día anterior y se acercó para preguntarme:

- ¿Estás empezando a creer en algo?

Pensé en retrucarle el chiste con los ojos húmedos de emoción y las manos en oración pero no tuve el reflejo suficiente. Nos reímos del chiste oportuno y volvimos al ascensor. Mientras esperábamos el colectivo nuevamente para volver a la salida vimos una cantidad de coatíes pululando cerca de nosotros. Ya en nuestro micro de costumbre (digresión: mientras releo esto parece que lo único que hicimos fue subir y bajarnos de los colectivos, pero no fue tan así. Y aunque lo fuera era más agradable que esperar el 142 en la Plaza Sarmiento) fuimos camino a almorzar, fuera del parque nacional para cuidar nuestros bolsillos. En el camino, Elsa, la guía que nos había acompañado esos dos días en los parques, empezó a despedirse de nosotros. No olvidó las recomendaciones que son parte de su trabajo, el despertar conciencia ecológica sobre la necesidad de cuidar a los parques, los árboles, los animales. El discurso sonaba repetido pero tuvimos suerte de que Elsa fuera una mujer sumamente agradable, misionera de origen, con un hablar pausado y una voz melodiosa. Eso hizo que su compañía fuera un buen recuerdo.

Otro gran recuerdo fue la churrasquería Rafain: un tenedor libre pero con el triple de platos para elegir que los otros a los que habíamos ido. Lógicamente comimos el triple de lo que acostumbramos a comer. Algo nomás de lo que yo comí: carne al champignon, mandioca frita, rollitos de sushi, ensalada de berro, choclo, remolacha y huevos de codorniz; ravioles con bolognesa, lasagna de jamón y queso. La oferta de postres también era variada. Yo elegí: flan, postre de coco y dos postres inidentificables con mucha crema, chocolate y bizcochuelo. Todo exquisito. Recién cuando llegamos al hotel y pude hacerme mi acostumbrado te de hierbas digestivas empecé a respirar un poco mejor.

Pablo se tiró a dormitar y yo elegí escribir. Me entretuve además sacando algunas fotos de la habitación (mi departamento es apenas más grande): los cartelitos de la luz, las cortinas floreadas sobre el sofá marrón que tanto me hicieron acordar a las películas de David Lynch. Saqué incluso fotos de un adminículo del que habíamos oído hablar en el viaje de ida (la señora que fue a Dubai) y que a mí me pareció muy práctico: en lugar de bidet, al lado del inodoro hay una especie de pequeño duchador que uno utiliza para higienizarse.

La tarde empezó a nublarse. Pablo quería que refrescara porque había traído mucho abrigo y se le estaba terminando la ropa veraniega. Después de dudar un buen rato nos decidimos y bajamos a probar la pileta. La prueba duró poco porque el sol ya no daba sobre la pileta y el agua estaba helada. Fue apenas un chapuzón y salimos. Nos quedamos un ratito sentados en el deck de madera porque afuera del agua el clima estaba cálido. Además era la hora en que empezaban a cantar los pajaritos bochincheros: barajamos posibles teorías de por qué se ponen a cantar tan escandalosamente a esa hora del día (ninguna teoría digna de desarrollarse aquí).
Volvimos a la habitación y después de un baño calentito yo leí un ratito a Caparrós. Para hacer tiempo jugamos otro ratito al truco (Pablo me está enseñando porque nunca pude aprender. Varias veces me enseñaron ese sistema ilógico de los valores de las cartas, el envido y esas cosas, pero después nadie tenía la paciencia de jugar con una principiante. Con Pablo, por primera vez, puedo decir que entiendo el juego aunque no creo que nadie me quiera en su equipo todavía. Además las señas me dan mucha risa). Por supuesto que ganó Pablo, pero voy mejorando.

A pesar del opíparo almuerzo que tuvimos, eso no fue motivo para una cena frugal. Volví a comer considerablemente aunque esta vez me abstuve de probar postre. Volvimos a acostarnos bastante temprano, y después de ver algunos pastores evangélicos gritonear y hacer llorar a los fieles, nos dispusimos a descansar. Esta vez no hacía falta el despertador: ¡no teníamos que madrugar al otro día!

[Continuará]

Fotos del viaje.

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lunes, 1 de junio de 2009

DIARIO DE VIAJE - Cataratas - Día 3

~ Agua que no has de creer

Nos levantamos 6:15 para ir a desayunar antes de que nos pasaran a buscar (a las 7:25). Desayuno opíparo: pan, tostadas, dulces varios, manteca, tortas varias, frutas, yogurt, café, té, leche, jugos.

Mientras hacemos el mismo recorrido que haremos todos los días para ir a buscar a los otros pasajeros a sus hoteles vemos algo de la ciudad de Foz de Iguazú. Mucho más grande de lo que pensábamos (alrededor de 300.000 habitantes), los edificios altos están desperdigados por aquí y allá, sobresaliendo de una manera desordenada y poco estética. Casitas con jardines muy verdes, salvajes. Envidio todos los jardines que veo, añoro una casa con un patio-jardín de ese tipo: selvático. El verde es más verde, las hojas de los árboles tienen el triple de tamaño que las que uno acostumbra a ver, cualquier terreno baldío es una pequeña selva. Trato de contenerme para no aburrir siempre con el mismo comentario, pero a veces se me sale sin querer: ¡mirá esos árboles!

Vemos muchos templos evangelistas de todo tipo (luego nos enteraríamos de que también hay una mezquita musulmana y un templo budista, señalados incluso en el plano de la ciudad como atracciones turísticas). Mientras esperamos que los pasajeros de un hotel terminen de subir al micro me bajo raudamente para comprarle a un vendedor ambulante dos “Emergency ponchos” (básicamente un bolsa transparente larga, con dos mangas y una capucha) porque nos advirtieron que podíamos necesitarlos en alguno de los tramos del paseo. No fue necesario para este día aunque tampoco muy útil para el siguiente, ya que nos terminamos empapando igual. Pero me estoy adelantando. Hoy es un día soleado, todavía no hace mucho calor y estamos ansiosos por ver las cataratas.

no pisar el palito

Pero antes hicimos una parada en otro de los paseos incluidos en el tour. Temimos otro episodio Wanda, pero por suerte nos equivocamos. La Aripuca es un lugar construido con árboles gigantescos, todos rescatados de la selva misionera que por una razón u otra habían caído (sin ser talados). El nombre remite a una trampa usada por los guaraníes para cazar pájaros de un modo no agresivo: el pájaro “pisaba un palito” (de ahí la expresión) que hacía caer sobre él una jaula echa de tronquitos; si el pájaro servía para alimento se lo mataba, sino, se lo dejaba en libertad sin heridas. Simulando esa trampa, se construyó la aripuca gigante donde pueden apreciarse las diferentes especies de árboles de la selva autóctona. La construcción lleva además un mensaje ecologista implícito: si seguimos talando árboles, produciendo catástrofes naturales nuestro propio mundo terminará siendo nuestra aripuca (trampa).

El complejo incluye puestos de artesanías hechas con maderas: pequeños animalitos autóctonos (compramos un jaguareté y un coatí), maracas (compré una para mi sobrina), servatanas (me pareció un poco agresivo para mi sobrina) y hasta muebles de maderas autóctonas. También había un puesto con productos originales: mate instantáneo y helado de yerba mate (que no probamos). A la salida compramos una bolsita de chipás exquisitos que acompañamos con unos mates tibios (resultado de nuestra primera experiencia con el “calorito” que todavía no sabíamos usar correctamente y mi termo que no es muy térmico que digamos) mientras hacíamos el corto camino hacia las cataratas.

Yo había visitado las cataratas cuando era una adolescente en compañía de mi familia. Pero son pocos los recuerdos que tengo, la mayoría de ellos a partir de las fotografías que sacamos. Así que fue casi como una primera vez. Para Pablo fue directamente su primera vez. Los tres circuitos programados por Elsa, nuestra guía, eran: la garganta del diablo, circuito inferior y circuito superior. Empezamos por el más espectacular, previendo la posibilidad de que alguno de los pasajeros más entrados en años se cansara y no pudiera hacer los otros. Apenas nos bajamos del micro ingresamos al Parque Nacional Iguazú y enseguida nos subimos a un trencito que nos llevaría al comienzo de la primera caminata: la que lleva a garganta del diablo. Un día soleado, acompañados por una multitud de mariposas que nos siguieron en todo el camino. Elsa intentaba compartir algunas de sus explicaciones con los italianos y quiso señalarles las mariposas pero no se acordaba la palabra en italiano. Aproveche y salí en su ayuda: “farfalla”. Por fin me sirvió eso de saber decir mariposa en distintas lenguas: butterfly, borboleta, farfalla, papillon, panambí, que una vez más me recordó a Liliana Herrero y su tarareo acompañó el paseo. Pablo me enseñó también la palabra japonesa pero ya me la olvidé.

bruma colorida

En el camino también nos cruzamos con tucanes, urracas, tortugas y un yacaré que parecía estar puesto especialmente para los fotógrafos ávidos de naturaleza salvaje. Se quedó inmóvil mientras todos disparábamos con nuestras cámaras. No todos, porque el señor que se sentaba delante de nosotros en el micro decía una y otra vez que “se cansó de ver yacarés en los Esteros del Iberá”.

Llegar al espectáculo de la garganta del diablo, el más esperado, nos llevó menos de una hora de caminata a paso agradable. Aunque con las particularidades del caso: gente, gente, gente yendo y viniendo todo el tiempo (y es temporada baja. No puedo ni quiero imaginarme cómo será en pleno verano, sumándole el calor, o en Semana Santa. Fue una suerte venir en mayo). Cuando por fin se llega a la pasarela del mirador lo que resta es eso: mirar. O admirar, no sabría explicar la diferencia. Si quisiera ponerme escueta podría describirlo así: cantidades enormes de agua cayendo todo el tiempo que además salpican. Básicamente es eso, pero además es eso. El agua otra vez (como en el mar) inabarcable a escala humana. En mi caso, todo lo que no puedo abarcar, controlar, me fascina. Pero esto es distinto: uno no puede meterse al agua como en el mar, uno no puede jugar. Más insignificantes aún: lo único que nos queda es mirar.

Nos hubiéramos quedado horas (sí, horas) mirando el agua caer, escuchando el rugido, viendo a los pájaros volar temerariamente entre la bruma (son vencejos y tienen sus nidos en los huecos que quedan entre las piedras y los saltos de agua), imaginando una fatal caída al vacío en ese colchón de agua. Pero estamos en las cataratas, uno de los lugares turísticos más importantes de la Argentina, un patrimonio natural de la humanidad y no somos los únicos que quieren tener ese privilegio. Todos quieren (queremos) esa foto con la caía del agua de fondo, todos quieren (queremos) testimoniar que estuvimos, que lo sentimos, que no nos perdimos la maravilla. Y entonces me siento fastidiosa conmigo misma: me enoja que haya tanta gente todo el tiempo “arruinando el paisaje”, gritando, empujando; me enoja que la industria del turismo convierta todo en una vidriera de shopping. Pero también me enoja ser tan intolerante y creer que tengo más derecho y sensibilidad que los otros para disfrutar de este momento; me enoja no entender algo tan simple: gracias a esa industria de turismo que ofrece paquetes baratos es que Pablo y yo podemos estar ahí. Me enojo conmigo misma cuando percibo en mí lo que detesto en los demás: el sentirse únicos, originales, mejores. Y entonces me digo “¿pero quién te creés que sos, chiquita? (en silencio, para no despertar sospechas) y me vuelvo al lugar que me corresponde: el de una turista más, una de los cientos, miles tal vez que pasan día a día por ese lugar y se sienten únicos.

Mientras miro a un grupo de chicos de una escuela en apariencia humilde que vinieron (probablemente por primera vez) a este lugar que debe estar muy cerca de sus casas pienso qué bueno que el lugar más espectacular de las cataratas se llame “Garganta del diablo” y no “Morada del Señor”. Pienso en los niños que miran el agua y me alegra que, ya que les metieron en la cabeza esa idea estúpida de dios y el diablo, vean por sus propios ojos que, por lo menos aquí, el diablo (o la desobediencia, que finalmente es eso) también puede ser maravilloso.

frente al diablo

El camino de vuelta fue un poco más rápido, como si todo ese paisaje realmente increíble ahora lo fuera menos, porque ya lo vimos. Resabios de la vida moderna. Las mariposas nos siguen, sacamos fotos y fotos pero no hay caso, son mejores en movimiento.

Una vez que volvimos al punto de partida, tomamos nuevamente el trencito que nos devolverá al anterior punto de partida desde donde iniciaremos el llamado “Circuito superior”, es decir, mirar los saltos desde arriba. Esta vez fue el turno de los coatíes, muchos, muy entrometidos y de varias lagartijas, mis preferidas. La cercanía que habíamos tenido en la garganta del diablo se reemplazó aquí por una imagen más general, más parecido a una postal y por ende más fotografiable. Los arco iris que aparecían aquí y allá lo mejoraban todo. Es un triunfo de los cuentos de la infancia: cuando veo un arco iris me parece irreal, pintado. Como los relámpagos. No me acostumbro a los efectos especiales de la naturaleza.

Cerca de las dos de la tarde nos toca el almuerzo (¡por fin!). Hay tres opciones para elegir: un bar que vende sándwiches y empanadas, un fast- food que vende hamburguesas y lomitos y un restaurante con todo el piripipí. Descartamos de plano el restaurante, nos damos una pasada por el fast- food pero está repleto de gente y yo no tengo ganas de esa comida grasienta (casi nunca tengo ganas de esa comida) y terminamos comprando un sándwich primavera con una cerveza (al mismo precio que en Brasil… ¿pero no estamos del lado argentino?). Mientras se hace la hora de volver a reunirnos con el grupo aprovechamos a estirarnos a la sombra y reponer fuerzas para la caminata que nos falta. Cuarenta minutos después volvemos a pararnos bajo la higuera (técnicamente higuerón o chapeu de sombra) donde quedamos en reencontrarnos. Mientras aparecen todos escuchamos a un viejito que alterna entre el arpa y el bandoneón. Y vemos como los coatíes sinvergüenzas se suben a las mesas de los que están almorzando.

Después, el camino inferior. Aunque se supone que es una caminata liviana y sin dificultad, la guía nos advierte del calor y de no hacer esfuerzos de más (sobre todo a los que tienen más años): si no se puede seguir a pie hay unos sillones motorizados que pueden venir a ayudarnos (no hizo falta, lástima, me hubiera gustado ver uno de ésos en acción).

pasarela

Este camino terminó en el salto Bosetti, uno de los que hace unas semanas estaba casi sin agua por la falta de lluvias en Brasil. Nosotros tuvimos suerte, había mucha agua. Aunque sin comparación con la garganta del diablo, volvíamos a estar muy cerca de la caída del agua y eso lo hacía especial. Tanto desde el circuito superior como desde el inferior pudimos ver los gomones que navegaban por el río y ansiábamos estar ahí, cosa que haríamos al día siguiente. En el camino de vuelta vimos un jote (cuervo según Elsa, buitre según Pablo), pariente del cóndor, estirando sus alas en lo alto de un árbol. A Pablo se le había terminado la batería de la cámara justo cuando llegamos al salto Bosetti así que sólo quedaba mi cámara y su pésimo zoom (hay momentos, muchos momentos, en que odio mi cámara de fotos). Casi como la puesta en escena del yacaré, luego del jote empezamos a distinguir distintas especies de pájaros: tucanes, trogones y otros de los cuales no retuve el nombre. Ni las fotos porque salieron espantosas.

A la vuelta de las cataratas argentinas mientras volvíamos en micro a los hoteles, Mariano el guía, nos preguntó que nos habían parecido y acotó algo así como “cuando uno está frente a tanta belleza empieza a creer en algo”. El viejo truco de lo que no se puede explicar. Pablo y yo, escépticos incurables, nos miramos pero preferimos callar. No era el momento para iniciar un debate sobre la necesidad de tener o no tener fe.

Estábamos ansiosos por llegar al hotel (de lo cansados que estábamos) pero todavía faltaba un rato para eso. Paseamos por la ciudad de Iguazú mientras Elsa, que nació allí, nos contaba parte de su historia y su presente (parece una ciudad muy bonita y pintoresca; Pablo dice que si me gusta también me va a gustar Oberá). Paramos en el Hito Tres Fronteras que no es más que un punto panorámico desde donde pueden verse la unión de los tres países (Argentina, Paraguay y Brasil) y los dos ríos (Paraná e Iguazú). Estaba atardeciendo y eso le daba a la vista un color especial. Luego de las fotos y los puestos de artesanías de rigor (donde compré dos mates pintados para mi familia) volvimos al micro para volver, ahora sí, al hotel.

Agotadísimos. Y para completarla, más música insufrible (esta vez era Luis Miguel). Sin fuerzas para sacar mi MP3 me dediqué a estudiar el género y listar los requisitos ineludibles: una voz que sepa susurrar (no importa si desafina), lograr ciertas inflexiones de voz que den lástima y manejar un léxico bastante limitado; se arman frases (no hace falta que tengan conexión) con los siguientes vocablos: amor, sentimiento, corazón, dolor, luna, olvido, pensamiento, espera; se buscan algunas rimas del tipo amor-dolor, sentimiento-pensamiento y voilà!, tenemos un éxito de taquilla.

Ya en hotel, nos dimos una ducha y bajamos, puntuales, a cenar: lechón, pollo laqueado, verduras cortadas en juliana que no supimos identificar pero sabía bien, flan y un postre que sospechamos de maicena, leche condensada y coco. Una delicia. Pablo se quedó chequeando los mails (si está desconectado más de 48 hs le agarra el síndrome el-mundo-puede-estar-colapsando-y-yo-no-me-enteré). Yo subí a la habitación a tomarme un té de menta y a hacer algo de zapping porque me daba vergüenza dormirme tan temprano (eran las 21:30!).

[Continuará]


Fotos del viaje.

Ir a Día 4: Entre gritos y contemplación.