miércoles, 4 de abril de 2012

Notas de viaje - Montevideo (7 Fin)


7. Despedida y hostil bienvenida.

Para aprovechar nuestro último día salimos a caminar buscando una oficina de turismo que aparecía en el plano de la ciudad y así poder preguntar qué podíamos visitar para hacer tiempo (nuestro micro de regreso salía a la tardecita). Nunca encontramos la oficina. Estaba bastante caluroso pero, por suerte, nublado. Caminamos hacia la costanera, nos arrepentimos cuando salió el sol y volvimos caminando por las calles internas. Fuimos por la calle Durazno y buscamos la esquina Convención (célebre por la canción de Jaime Roos). Yo todavía recuerdo que cuando estuve en Montevideo con unos amigos, hace como 18 años, buscamos esa calle porque éramos fanáticos de Jaime. Flor de desilusión nos pegamos cuando vimos que era una esquina común y corriente. Justo antes de llegar a esa esquina nos cruzamos con Leo Masliah que entraba a una casa cargando las bolsas de la compra. Le hice señas a Pablo con el codo que después me preguntó por qué no lo había saludado a Leo. No soy cholula por naturaleza, no me sale decir nada en ese momento, y además me gustan mucho las canciones y cuentos de Masliah pero él me parece medio rayado y no lo imagino muy sociable. 

llamadas de Convención

Volvimos al hotel 10 minutos antes de las 11:00. Antes de salir, y después de dejar guardada la mochila grande en el hostel, preguntamos si el zoológico estaba abierto. No estaba. Así que nos tomamos el colectivo (el AE1, más barato) y nos bajamos en Tres Cruces para ir al parque Batlle y Ordóñez. El día estaba poniéndose insoportablemente caluroso. Al parecer entramos al parque por la parte de atrás porque nos pareció bastante feo y descuidado. Nos sentamos en un banco a descansar y tomar agua porque al ratito de caminar ya estábamos todos transpirados. Vimos un cartel de “Ud. Está aquí” y decidimos visitar un supuesto punto de interés llamado “La carreta” que estaba por ahí cerca. Resultó ser una estatua/escultura de una carreta tirada por bueyes que parece ser “el” punto de interés porque había unos gringos sacándose fotos y un par de vendedores ambulantes (el resto del parque estaba semi-desierto). Acordamos que era hora de buscar un lugar para comer y decidimos salir del parque por otro lado para conocer un poco más. Terminamos saliendo por la calle Jorge Canning, viendo una parte más agradable del parque y en una zona mucho más paqueta, con edificios tipo embajadas muy lindos. Para almorzar elegimos (es una forma de decir, el calor nos empujaba a decidirnos rápido) un bar con menúes rápidos, buenos precios y aire acondicionado. Comimos sendas milanesas de pollo y carne al pan con papas fritas y refresco (sólo había Coca Cola para mi disgusto). 

En el bar pudimos ver un poco de televisión, cosa que no habíamos hecho en esos días y tampoco hacemos en Rosario porque no tenemos televisor. Era la hora de las noticias: nuestra imagen amable de Montevideo se vino a pique. El noticiero no variaba mucho de los que pueden verse por estos lares: asaltos a estaciones de servicio, trágicos accidentes de tránsito, mujer apuñalada. También leímos el diario, que incluía una carta de lectores hablando de la Ciudad Vieja, de cómo se había pasado de la idea de convertirla en un lugar turístico a una zona abandonada, llena de gente con problemas psiquiátricos, arrebatos, droga. Montevideo la linda nos había estado ocultando su cara oscura. 

Cerca de las 14:00 fuimos a tomar el colectivo para volver al centro. Yo no quería ir al hostel porque todavía teníamos muchas horas por delante. Propuse visitar un Museo de la Fotografía que según el mapa turístico estaba en la calle 18 de Julio, a metros del Museo del Gaucho y la Moneda. Parece que el mapa no está actualizado porque, al igual que la secretaría de turismo que no encontramos a la mañana, el museo no existía. 

la carreta

Muertos de calor empezamos a caminar hacia el hostel buscando calles sombreadas. Entramos a una galería que tenía aire acondicionado y nos sentamos en un banquito a descansar. Para aprovechar un rato el aire empezamos a hacer un crucigrama y así nos pasamos como una hora. Salimos y volvimos a entrar a otra galería de la siguiente cuadra, nos quedamos otro rato y luego propuse ir a un bar (con aire acondicionado, ¡obvio!) a tomar un café (la comida ya había bajado). Terminamos entrando al Bar Copacabana, en la calle Sarandí, uno de esos cafés clásicos que siempre son agradables. Yo pedí un cortado que venía con un juguito de naranja en un vasito alto y flaquito muy simpático. También traía una oblea y una pequeña copa con un copito de crema. Una paquetería. Pablo pidió una “merienda” que incluía capuccino, 2 “medialunas porteñas” (que son las que nosotros llamamos medialunas a secas), tostadas con manteca y mermelada, además del jugo, la oblea y la copita con crema. Un placer ese lugar, aunque el mozo dijera “dale”. 

Nos quedamos en el bar hasta pasadas las 16:00 y entonces volvimos al hostel. En el camino nos cruzamos con un señor que ya habíamos visto en los días anteriores. Era una especie de cuidacoches, bastante cercano a un linyera, muy sucio, pocos dientes y con mucho olor a vino. Sin querer se lleva por delante a una señora con aspecto de turista y reacciona enseguida: “oh, perdón, I´m sorry”. Acá los linyeras son educados y bilingües. 

A las 18 salimos hacia la terminal. Por primera vez tuvimos que ir en un colectivo lleno de gente (después de un rato pude sentarme, Pablo fue siempre parado) porque era la hora pico. El calor y la humedad eran asfixiantes. Empezábamos a despedirnos de Montevideo con una imagen menos idealizada y más real: acá también se viaja (a veces) apretujado, también hay accidentes de tránsito a pesar de la educación de los conductores, también hay (mucha) gente durmiendo en la calle, también hay gente revolviendo en los contenedores (aunque no familias enteras como sucede en Rosario o Buenos Aires). 

El colectivo de regreso partió puntual. Las horas fueron pasando entre películas malas, cena fría y caliente y trámites en la aduana. Yo me sentí bastante mal durante todo el viaje y casi no pude dormir. Llegamos a Rosario puntualmente a las 4:10 (el micro seguía a Córdoba). A mí me llamó la atención que llegando a la terminal se viera bastante gente caminando por la calle a esa hora. Pensé que tal vez había un boliche cerca, pero era raro que estuviera abierto un martes. Después vi que la que calle Córdoba estaba cerrada, al parecer obstruida por un contenedor y varios autos. Fue entonces cuando la azafata vino a decirnos que no nos podían dejar en la terminal porque estaba bloqueada, que nos teníamos que bajar ahí. “Ahí” era en plena calle Castellanos entre Córdoba y Santa Fe, frente a la plaza, a las 4:15 de la mañana. Por suerte no éramos los únicos que se bajaron y así en grupo caminamos hasta la terminal. En silencio, salvo alguna que otra puteada o comentario, tan acostumbrados estamos a que pasen estas cosas. Llegamos a una terminal desierta en los andenes pero con algo de gente adentro. No sólo no había taxis sino que al estar las calles aledañas cortadas tampoco pasaban colectivos por ahí. Decidimos esperar a que amaneciera para ir a tomar un colectivo. Yo me sentía un poquitín mejor pero la espera y los nervios volvieron a traer síntomas. Hacía mucho calor. Fui como 5 veces al baño. En ese rato nos fuimos enterando qué había pasado: durante la noche habían herido a un chofer de taxi en un asalto y por eso el bloqueo. Pasamos como pudimos esa hora y media, felizmente no sucumbimos al mal humor pero yo no tenía ganas ni de hacer crucigramas. Pablo consultó el “cuándo llega” y fuimos a esperar el colectivo a unas cuadras de allí, por calle Santa Fe. Llegar a casa fue un verdadero alivio, pero ya empezábamos a extrañar a nuestra querida Montevideo. 


[Fin]
Fotos del viaje.

martes, 3 de abril de 2012

Notas de viaje - Montevideo (6)


6. De todo como en Tristán Narvaja.

Salimos temprano con la idea de caminar hasta el Palacio Legislativo: un edifico imponente que se ve desde el centro. Fuimos hasta la plaza Fabini y desde ahí tomamos la avenida Libertador Brigadier General Lavalleja. La calle es muy amplia y siendo domingo estaba semi-desierta (sólo algunos jubilados caminando y paseando al perro y señoras yendo a misa) ya que es una calle de bancos y oficinas. Caminamos unas 15 cuadras hasta llegar al palacio que no resultó tan imponente como parecía. El edifico en sí es espectacular pero parece sucio y con poco mantenimiento, igual que la zona que lo rodea. 

Después de las fotos de rigor tomamos la avenida D. Fernández Crespo rumbo a la famosa feria de Tristán Narvaja. Fue por ese camino que vimos una parte menos agradable de Montevideo: mucha basura en las calles, casas pobres, casas abandonadas, casas tomadas. Poco a poco y casi sin darnos cuenta fuimos adentrándonos en la feria. Primero fuimos viendo personas con unas pocas cosas desparramadas sobre la calle (cortada al tránsito), cosas que parecían haber sido recolectadas antes de salir de la casa tipo “a ver qué me puedo llevar hoy para la feria”. Poco a poco fueron apareciendo puestos más organizados pero lejos de lo que yo imaginaba como una feria propiamente dicha. Sucede que yo pensé que era una gran feria de artesanos, pero estaba errada. Es el típico mercado de pulgas. En la feria Tristán Narvaja se puede encontrar cualquier cosa: antigüedades, cosas viejas, revistas, libros, ropa, herramientas, teléfonos celulares, muebles, especias, frutas, verduras, loros, conejos, detergentes, pastas, discos, posters, llaves, plantillas, cordones, sahumerios, dibujos, etc, etc, etc. Son cuadras y más cuadras donde no entra más nada, apenas hay lugar para que pase gente, que acude en multitud, ya sea como paseo o como opción de compra al mercado de la esquina. La frase “de todo como en botica” debería ser “de todo como en Tristán Narvaja”. Mientras caminábamos por ahí pensábamos en lo odiada que debe ser la feria por la gente que vive en esa zona, y me imaginaba en el desastre de basura que debía quedar el final del día. Sin embargo, pasamos por ahí al día siguiente y todo estaba inmaculado, como si nada hubiera pasado. 

Tristan Narvaja

La tarde volvió a ser de playa. Hacía mucho calor, aún en la sombra. Nos bajamos en la misma playa del día anterior, había bastante gente pero se podía estar tranquilamente. Incluso conversamos sobre el hecho de que aunque había mucha gente no era Mar del Plata porque no estaban los habituales molestos jugando a la pelota o gritando. Bastó caminar un rato por la orilla (cuando un par de horas después juntamos nuestras cosas y fuimos hacia el Puertito del Buceo) para reconocer que molestos hay en todos lados, incluso en Montevideo. La playa empezaba a mardelplatizarse y casi no había lugar para caminar. Decidimos subir y seguir por la rambla. También padecimos a unos tontos con moto que hacían motocross y carreritas en medio de los autos. 

tarde en el Puertito del Buceo

Una vez en el Buceo decidimos pegar la vuelta. No fue fácil encontrar colectivo. No sabíamos cuál tomar y no había información en las paradas. Después de esperar un rato sin éxito, caminamos unas cuadras hacia el World Trade Center, cerca del Montevideo Shopping Center. Por ahí pasaban muchos colectivos de una vereda y de la otra pero ninguno decía Ciudad Vieja o Ciudadela y ni siquiera sabíamos para qué lado tenía que ir el colectivo que nos llevara. Pablo decidió preguntarle a una señora pero la asustó (creo que fueron los pelos locos que tenía por el baño en el mar); gracias a otro señor que estaba por ahí y nos dio las indicaciones pertinentes llegamos a la avenida General Rivera, a unas cuadras de allí, para tomar un colectivo que iba a la Ciudadela. 

Nos acostamos temprano para levantarnos a las 8:00, bañarnos, desayunar tranquilos y poder armar la mochila antes de las 11:00, hora del check out. Previsiblemente a las 9:30 ya habíamos hecho todo.

[Continuará]

sábado, 10 de marzo de 2012

Notas de viaje - Montevideo (5)


5. Vamos a la playa

Sábado por la mañana: recorrimos la feria de la Ciudad Vieja cuyos puestos no eran muy diferente de los que había durante la semana. Aunque supuestamente la feria de la Ciudad Vieja sólo se hacía los sábados, al parecer ahora se había extendido a todos los días de la semana, aprovechando la cantidad de turistas. Es una mezcla de feria retro con artesanos, sin grandes atractivos. Aprovechamos también para visitar la catedral, que está cruzando la calle: de afuera no llama mucho la atención pero adentro es muy bonita e imponente. Aunque está muy bien conservada, parece un poco tétrica porque está levemente iluminada y no tiene muchos vitrales que dejen entrar la luz. La música ambiental con cantos gregorianos creaba un ambiente medieval.

Catedral de Montevideo

Nuestra siguiente visita fue a una librería que nos había llamado la atención desde afuera por una estructura circular de hierro con firuletes y la palabra “librería”. La habíamos descubierto en nuestra anterior visita, justo el día en que nos íbamos de Montevideo y esta vez habíamos pasado varias veces por la puerta y siempre estaba cerrada. Finalmente la encontramos abierta: se trata de la librería “Oriente y Occidente – libros antiguos y modernos” como dice la placa que está en la puerta. Un lugar que podríamos poner junto al café Brasilero para completar el paraíso. Paredes tapizadas de libros usados, ordenados en viejas bibliotecas de madera en secciones indicadas con letras de bronce; música clásica sonando y un dueño que no habla a menos que consultemos. La librería incluye un subsuelo al que no accedimos ni preguntamos si se podía pero en el que se podían ver decenas de estanterías repletas de libros. Un lugar para quedarse a vivir. Encontré un libro en inglés sobre Tolkien (en rigor, del hijo de Tolkien sobre el libro Silmarillion) que supuse que a Pablo podía interesarle y finalmente compró. Yo no elegí nada porque lo que estaba a nuestro alcance son libros que uno puede encontrar en las librerías de viejo de acá y otros que me compraría nomás por el objeto en sí no estaban a nuestro alcance. 

Al salir volvimos, casi como sonámbulos, a la calle Sarandí. Terminamos, como era de esperar, en la Puerta de la Ciudadela donde aprovechamos para sentarnos a descansar en un banco de la plaza. Desde allí se veía el teatro Solís y me pregunté en voz alta si se podría visitar. En las escalinatas se veía un grupo que era claramente de turistas así que fuimos hasta ahí. Llegamos justo cuando empezaba una de las visitas guiadas. Estos uruguayos tienen onda hasta para hacer una visita guiada. El guía era un muchacho bastante joven y atolondrado para hablar pero muy agradable que comenzó a contarnos la historia del teatro por la fachada y el hall principal. Una vez allí nos interrumpieron una chica y un muchacho con un tambor. Era parte de la visita y aparecerían varias veces más en los diferentes ambientes del teatro. Ella cantaba (precioso), bailaba e iba contando la historia del candombe mientras el músico la acompañaba. El teatro es bastante sobrio y moderno para los años que tiene (fue inaugurado en 1856) porque fue restaurado luego de un pequeño incendio y lo que queda de la construcción original es bastante poco: algunas columnas, las impresionantes arañas y la sala de teatro propiamente dicha. Es unos de los teatros reconocidos internacionalmente por su accesibilidad, es decir que además de rampas y ascensores tiene programas en braille y acondicionamientos para hipoacúsicos. Lo que desnuda la triste realidad de muchos lugares de nuestra ciudad que se hacen los integradores y sólo cuentan con una rampa en la entrada.

vestime que me gusta

La sala principal es muy cálida (aunque no tan impactante como el teatro el Círculo), tiene capacidad para unas 1200 personas y una cúpula preciosa. Una curiosidad que nos contó el guía: los palcos que están justo al lado del escenario ya no se venden porque la visibilidad es nula. Siempre fue así, sólo que en otras épocas la gente que compraba esos lugares lo hacía no para ver el espectáculo sino para ser vista por los asistentes. Cosas de ricos. También hay una sala “off”, con estética más moderna, para espectáculos de artistas nuevos y más experimentales con un total de 300 localidades. Visitamos además una muestra de vestuario, con trajes inspirados en personajes de ópera situados en diferentes épocas. 

Almorzamos por ahí y volvimos al hostel. Después de una siesta para recuperar el mal sueño de la noche anterior, nos fuimos a la playa de Pocitos. El día estaba especial: mientras esperábamos el colectivo teníamos que ponernos a la sombra porque nos asábamos. Una vez en la playa el viento leve ayudó a que el sol no calcinara. Pablo fue el primero en ir al agua y volvió feliz de la vida. Mi turno (es lo malo de ir en pareja sin amigos: alguien tiene que quedarse a cuidar los bolsos). Había que caminar como media cuadra para llegar a una cierta profundidad, camino por el que había que ir sorteando basuras y algas varias (lo que daba bastante asquito). Una vez mar adentro, el agua estaba hermosa. Había pocas olas y la temperatura ideal. Me quedé haciendo la plancha, nadando suave. Salí preparada a soportar mi habitual dolor de oídos al salir del mar pero ¡no apareció! Otra razón para amar a Montevideo y van…

playa Pocitos

Tomamos sol, sacamos fotos, hicimos crucigramas. Desde que habíamos llegado yo tenía hambre y esperábamos a que pasara algún vendedor para comprar algo pero sólo pasaban heladeros y un señor que vendía “borlas” de fraile y roscas; yo no quería nada de eso. Cuando Pablo se cansó de esperar y se levantó para ir a comprar un helado apareció una señora vendiendo pastrafrola y alfajores de maicena que nos salvó la tarde. Nuevos chapuzones en el mar, solcito para secar las mallas y cuando el sol ya empezaba a ocultarse detrás de los edificios (hay muchos por esa zona, por suerte no son tan altos) levantamos las cosas y caminamos por la orilla. 

Antes de volver para el hostel decidimos recorrer un poco el barrio de Pocitos, una de las recomendaciones de Polifemus que nos habían quedado pendientes la vez anterior. No resultó ser gran cosa porque no quedan muchos vestigios de otra época y los edificios nuevos se llevaron todo por delante. Sólo en algunas casas se adivinaba una época de esplendor. Es, claramente, una zona menos turística y ya pensamos para una próxima vez alojarnos por esa zona para “vivir” Montevideo de otra manera.


[Continuará]

domingo, 4 de marzo de 2012

Notas de viaje - Montevideo (4)



4. Rodó, carnaval y fiesta obligada.

Viernes. A las 8 hs estábamos despiertos. Baño y a desayunar: bebidas varias, yogurt, pan y dulce, aunque para Pablo es pobretón, quiere medialunas. El problema es que el café no está caliente y el microondas está roto. Ya empezamos a encontrarle contras al hostel. Tiene dos cocinas, una pequeña e incómoda en la planta baja y una más grande y bien equipada en la planta alta (donde se sirve el desayuno). Pero por cuestiones que sospechamos de lucro del hostel (venden tragos) la cocina de arriba está cerrada todos los días de 19 a 2 am, o sea para la cena. Lo dice un prolijo cartelito que tienen en la puerta de la cocina. Tampoco la heladera de arriba, la más grande, puede usarse porque es sólo es para el staff; la de abajo es pequeña e insuficiente para todos los pasajeros. 

Después del desayuno salimos a tomar el colectivo rumbo al parque Rodó (rápido, semi-vacío y con guarda). Nos bajamos al comienzo del parque y empezamos a caminar sin rumbo. Es un parque grande, con algún parecido al parque Independencia de Rosario, con caminos amplios, muchos árboles, muy limpio y, al menos a esa hora de la mañana, muy tranquilo. Cruzamos por un puente sobre un laguito y seguimos caminando hacia la costa. Pasamos por una fuente y una estatua de Confucio que no sabemos muy bien a título de qué estaba ahí. Salimos a una parte de la costanera que tenía playa (Ramírez). Lamentamos no haber llevado la malla porque el día estaba especial para tirarse en la arena y el mar. Así que no quedó otra que caminar por la costanera, esta vez hacia Pocitos. Montevideo tiene kilómetros de costanera con diferentes paisajes. A esa altura rogábamos al cielo que las escasas nubes taparan un poco el sol porque la caminata se estaba poniendo calurosa. Pasamos por el memorial del Holocausto del pueblo judío, que a simple vista puede parecer un rejunte de piedras tiradas al azar, pero que según donde uno se parara, la sensación cambiaba. La opresión frente al mar. 

memoria

La caminata era apacible pero hubiésemos preferido algunos arbolitos que menguaran el calor que daba el sol. Finalmente llegamos a una estación de servicio donde compramos agua y nos sentamos un rato a la sombra. En esa parte del parque había una serie de aparatos para hacer gimnasia ya que es el final de un circuito aeróbico. Me subí a jugar un rato, feliz como niño con juguete nuevo. Nunca fui a un gimnasio porque no me gusta hacer ejercicio, pero ahí frente al mar era otra cosa. Retomamos la caminata en el mismo sentido y llegamos al faro. Subimos, claro. No es muy alto pero tiene una linda vista de la costa de la ciudad. Una vez abajo empezamos a pensar en volver ya que la caminata de más de dos horas bajo el sol estaba empezando a doler. Además, el hambre. Habíamos visto por unos carteles que por esa zona estaba el shopping Punta Carretas, otra de las menciones de Polifemus, famoso por estar en las instalaciones de una antigua cárcel, donde los tupamaros protagonizaron la fuga más numerosa de la historia. Quise visitarlo porque me entusiasmaba la idea de un shopping en una cárcel y fuimos caminando por el paquete barrio de Punta Carretas, una especie de Recoleta pero más discreto y menos ostentoso. El shopping resultó ser tan shopping como todos, lo que queda de la arquitectura original es poco y nada. Pablo dice que recordarle a la gente que eso era una cárcel no es una atmósfera muy propicia para comprar; yo pienso, en cambio, que la sensación de opresión bien puede llevarte al consumo como forma de evasión. Pero sospecho que los especialistas en marketing deben coincidir más con Pablo que conmigo. 

bicicleteando

Tomamos un colectivo que por el cartelito decía que iba a la Ciudad Vieja, pero antes dio todo un rodeo recorriendo Pocitos hasta Tres Cruces, por lo que tardamos un buen rato para llegar al hostel. Por la zona de la terminal, había carteles prolijamente colgados en casi todos los árboles que decían “Magia negra” y aclaraba “No es religión”. Bajamos en la 18 de Julio para pasar por el Ta-Ta (“el” súper de Montevideo) y compramos unos francfurters (así le dicen a las salchichas) que vendían sueltos, para que el arroz no se sintiera tan solito. 

Después de la siesta obligada merendamos con un yogurt mientras yo miraba una de las revistas que estaban en la sala de estar del hostel. Resultó ser una revista que vendía propiedades de todo el mundo, que oscilaban entre los 600.000 a los 10.000.000 de euros. No nos decidimos por ninguna. Salimos a caminar para ver los preparativos del desfile inaugural del carnaval pero al parecer todavía era temprano: la calle estaba cortada, las sillas ya estaban en hilera, pero no había mucha gente ni murguistas preparándose. Volvimos al hostel a descansar (signos de la vejez: la siesta no alcanza para recuperar fuerzas), hicimos crucigramas y pasadas las 20 volvimos a salir. Ahora sí: estaba todo listo para el desfile (programado para las 20:30). Aproveché a sacar fotos mientras todavía había un poco de luz y buscamos un lugar para ver el desfile. 

Nos ubicamos al final de la primera cuadra de la 18 de julio, justo detrás de una hilera de sillas, lo que me permitía ver sin problemas (especialmente a mí, que debido a mi escasa estatura sólo suelo ver nucas en los eventos multitudinarios). Lo único de lo que no nos percatamos fue del foco de luz que no encendía justo en esa esquina con lo cual, cuando empezó a oscurecer, ese lugar quedó menos iluminado, con la consabida consecuencia en las fotos y videos. Arrancó a eso de las 20:45. Pasaron comparsas, murgas, grupos musicales, grupos humorísticos y publicitarios. Y volví a sorprenderme con las bailarinas que hacían tremendas coreografías en tacos altos sobre el asfalto (y se suponía que la pasada completa duraba más de una hora), las señoras gordas y añosas que bailaban con toda la onda, la algarabía de la gente que acompañaba, los pibes que se mezclaban entre los que desfilaban y bailaban con ellos y se tiraban espuma. Contagiaban alegría. 

arlequines

Nos quedamos hasta las 23:00 porque no nos daban más las piernas y teníamos hambre. Hubiéramos querido presenciar el desfile de nuestros coterráneos La Cotorra pero estaban programados en el penúltimo lugar y recién había pasado la mitad de los participantes. No íbamos a soportar dos horas más parados y sin comer. Mientras caminábamos hacia el hostel entre la gente, pensábamos en los vecinos que odian el carnaval y tienen que soportarlo porque viven por los alrededores. Supongo que los que pueden se irán a otra ciudad o a otros barrios para evitar el ruido, bastante insoportable por cierto. Lo que sorprende es el operativo de limpieza: al día siguiente por la mañana la avenida estaba limpita y ordenada como si nada hubiera ocurrido. 

Cuando llegamos al hostel nos invitaron a que subiéramos a la planta alta donde había una fiesta con un grupo que presentaba su disco. Cenamos rapidito y aunque evaluamos la posibilidad de subir a la fiesta y socializar un poco, decidimos quedarnos a dormir porque estábamos cansadísimos y lo poco que se escuchaba no era muy tentador. La cuestión es que después empezó a escucharse más de lo deseable y tuvimos que soportar el ruido de la fiesta hasta cerca de las 4 de la mañana. Cerca de las tres Pablo fue a la administración a quejarse porque no podíamos dormir pero la encargada (una jovencita) le respondió algo así como que era carnaval, que la gente venía a divertirse (al parecer, obligadamente) y que la música iba a seguir. Volvió a la habitación iracundo y no nos quedó otra que aguantarnos mientras nos prometíamos que era la última vez que íbamos a ese hostel (se los recuerdo por las dudas, es el hostel El Viajero, y que le íbamos a dejar una crítica espantosa en Tripadvisor y todas esas cosas que uno dice en esos momentos para sacarse la bronca. Si bien hay diversos tipos y estilos de hostels, y nosotros acostumbramos a ir a ese tipo de alojamiento en nuestros viajes, la mayoría te vende la “buena onda”, “momentos de diversión”, “formas nuevas de conocer gente” como sus servicios principales. Nosotros lo único que queríamos era dormir. Mi teoría es simple y lapidaria: ya estamos viejos para hostels.

[Continuará]

sábado, 25 de febrero de 2012

Notas de viaje - Montevideo (3).


3. Entre cafés y mates.

Después de un almuerzo frente a la Plaza Matriz volvimos al hostel a la hora señalada, impacientes por darnos un baño y dormir una siesta. Justo había llegado un grupo de brasileños que habían hecho reserva y no se ponían de acuerdo con las encargadas del hostel en la cantidad de dinero (de uruguayos a dólares, de dólares a reales) que tenían que pagar. Estuvimos esperando un buen rato a que se dignaran a darnos la llave de la habitación, pero todavía tuvimos que esperar como media hora para que nos dieran las mochilas porque seguían haciendo cuentas. La habitación (doble) es la misma que tuvimos la vez anterior (sospecho que es la única habitación no compartida del hostel) pero mejorada: en vez de dos camas tenía una matrimonial, una bonita pintura en la pared que a mí me recordó a Chachi Verona y ¡mosquitero! (en nuestra anterior estadía nos comieron los mosquitos). 

el descanso

Nos impusimos una siesta corta (45 minutos) para no perdernos la tarde durmiendo, pero nos costó tremendo esfuerzo salir de la cama. Tuve dos sueños bastante raros: un llamado telefónico a Carlos Menem por su cumpleaños y la revelación de que no le gusta que le canten la marcha peronista; y mi participación en una comisión de lucha por el Famatina. Me parece que tengo que leer menos diarios. 

Para darnos ánimo y salir de la cama decidimos ir a tomar la merienda al Café Brasilero. Ese sitio había sido una de las recomendaciones que hace tres años nos dio Polifemus, un usuario de Flickr, cuando preguntamos por sugerencias de lugares para visitar en Montevideo. Polifemus nos hizo una lista muy útil  que usamos en ese entonces y terminamos de agotar en esta visita. Curiosamente aquella vez no reparamos en que el Café Brasilero estaba justo en frente del hostel. Así que esta vez fue sólo cruzar la calle y entrar a este café tradicional de la Ciudad Vieja, que fuera frecuentado por figuras literarias como Benedetti o Galeano. Hay incluso un libro de Benedetti que tiene una foto del café en la portada. Nos sentamos en el pequeño bar que automáticamente te transporta a otra época: mesas y sillas de madera, barra antigua, música suave, buena atención. Esos pequeños detalles al servirte el café: un bocadito, un platito decorado. Y otra vez la fantasía: si tuviéramos mucha plata le compraríamos el bar al dueño, porque es imposible poner un bar así y darle esa onda. El lugar lo tiene adquirido después de muchos años y mucha historia. Pero no creo que el dueño quiera venderlo tan fácilmente y todavía tenemos que solucionar el temita de tener mucha plata. 

Café Brasilero

Al salir del café vuelvo al hostel a buscar abrigo porque está refrescando y Pablo se queda sacando fotos. Un uruguayo que pasa en auto para y le pregunta si quiere que le saque una foto a él, si fue al Café Brasilero, que no deje de visitarlo. Son varios los uruguayos que, ante la presencia de alguien con pinta de turista, aprovechan para venderle su ciudad. Se ve que la quieren porque la venden bien. 

Viendo la cantidad de gente que sale con su termo y mate bajo el brazo nos preguntamos por la forma de tomar mate (en nuestra visita anterior a la ciudad llegamos a elucubrar una teoría sobre la existencia de un gen uruguayo). Llevan termo, mate cargado y bombilla, pero no llevan yerba de repuesto. Así que las opciones son: o saben cebar muy bien para que no se les lave el mate, o toman mates lavados, o en cualquier lado consiguen yerba que les prestan. Después escuchamos al periodista Osvaldo Bazán quejándose porque le habían regalado yerba uruguaya pero tenía mucho polvo y se le tapaba la bombilla. Y alguien le contestó que los uruguayos usan una bombilla especial. Tal vez sea esa yerba la que no se lava. Por último elaboramos otra teoría: como vimos decenas de personas con el termo bajo el brazo (por la calle, en el colectivo, jovencitos, ejecutivos) pero a nadie tomando, sospechamos que llevan el mate para hacer facha nomás.

Después del Café Brasilero quisimos ir a la Catedral pero apenas entramos una señora nos fletó diciendo que ya cerraban (eran las 6) así que lo dejamos para el día siguiente. Dimos otra vuelta por la Ciudad Vieja, fuimos a la placita Zabala y después enfilamos para la costanera. Aunque había mucho viento caminamos un buen trecho. Montevideo nos enamora de tal manera que aún con viento nos sigue pareciendo hermosa. Hasta que nos dimos cuenta de que si seguíamos se iba a hacer muy largo el regreso. Volvimos por las calles internas (Canelones, Duranzo) recorriendo el barrio Sur con sus callecitas que intentan ser pintorescas (pintadas de colores vivos, adornadas con plantas) pero están medio abandonadas. Cruzamos, incluso, a un grupo de gente ensayando presumiblemente para el carnaval que se largaba en pocas horas nomás.

[Continuará]

lunes, 20 de febrero de 2012

Notas de viaje - Montevideo (2)



2. Suelo charrúa.

Llegamos a la terminal de Tres Cruces cerca de las 9:15 (hora uruguaya). Cambiamos apenas $100 argentinos en uruguayos porque pensamos que probablemente en la terminal el cambio fuera desfavorable. Error: era más conveniente que en el centro (detalle llamativo en la moneda de $2 uruguayos: en las viejas aparece la cara de un señor que no conocemos pero que no parece ser muy apreciado porque en las monedas nuevas en lugar de la cara del señor hay un carpincho). Parada obligada: el baño. Como era de esperar, está impecable, hay papel higiénico en todos los cubículos y hay dos señoras de uniforme limpiando y chequeando que cada sanitario esté en condiciones antes de ser usado. Ningún cartel pidiendo colaboración, apenas una tímida alcancía en un rinconcito. Salta a la vista que las señoras no viven de la colaboración de la gente, Tres Cruces les paga un sueldo. 

Apenas llegamos a la parada llegó el colectivo 330. Aunque estuvimos en Montevideo tres años atrás y recordábamos bastante, nos sentamos detrás del chofer para poder preguntarle; frente a nosotros una pareja de españoles está un poco desorientada. Pero entre Pablo, el chofer y otro pasajero los orientan. Primera impresión agradable en Montevideo de una serie de tantas: el colectivo transita por pleno centro, un día semanal por la mañana y no hay bocinazos, frenadas, tráfico atascado. A lo largo de la avenida 18 de Julio, amplia y céntrica, no vemos un solo auto estacionado de ninguna mano (no está permitido) y el colectivo parece ir por un carril exclusivo aunque no lo es. Simplemente el tráfico es más ordenado. 

Bajamos en la puerta de la Ciudadela y caminamos unas pocas cuadras por la Ciudad Vieja hasta el hostel El Viajero. Recordamos bastante bien el camino aunque vamos chequeando el mapa. Una vez allí nos recuerdan lo que ya sabíamos de antemano: el check-in es a las 14hs. Teníamos la esperanza de que nos dejaran usar la habitación antes si no había huéspedes, pero no. Así que dejamos las mochilas y salimos a caminar un rato con nuestras cámaras y nuestro cansancio a cuestas. El día estaba algo nublado y hasta cayeron un par de gotas, pero el resto del día estaría despejado y cálido sin llegar a ser caluroso. Vamos a una casa de cambio y empezamos a preocuparnos porque la relación argentinos uruguayos es más desfavorable de lo que pensábamos y todo nos parece carísimo. En estos años el peso argentino se ha devaluado considerablemente. 

Puerta de la Ciudadela

Caminamos por calle Sarandí, la calle peatonal más turística de la Ciudad Vieja, hasta la Puerta de la Ciudadela y la plaza Independencia, uno de los puntos turísticos más visitados, donde se encuentra el mausoleo de Artigas. Cruzando la plaza, la calle pasará a ser la avenida 18 de Julio. Son cerca de las 10 de la mañana pero hay poca gente por la calle. Es inevitable sacarle fotos al palacio Salvo, edificio emblema de Montevideo, considerado “gemelo” del Palacio Barolo de Buenos Aires, ambos construidos por el mismo arquitecto: Mario Palanti. Aunque lo que hoy nos maravilla no fue muy bien recibido en su momento. Le Corbusier propuso en 1929 “ plantar una enorme enredadera para ocultarlo o buscar la mejor posición -en la plaza Independencia o en la fortaleza del Cerro, según las versiones- para demolerlo a cañonazos”; otras críticas lo bautizaron: “el postre más grande del mundo”; “Frankestein de cemento y mampostería” o “Godzilla rococó”. Pero eso era antes; hoy, que tenemos que soportar la visión de mamotretos similares a una caja de zapatos de cemento y vidrio, el Palacio Salvo resulta una maravilla. Lástima que no tenga el debido mantenimiento (al menos en la fachada) y le hayan puesto una espantosa antena en el techo. 

Vamos a un locutorio porque Pablo, que tiene números gratis con los teléfonos de nuestras familias, no tiene señal; yo, que en cambio, cargo una tarjeta de $20 cada dos meses y no tengo números gratis, sí tengo señal y mensaje de bienvenida a Montevideo. Los dos tenemos el servicio de Personal pero parece que pagar más no significa mejor servicio. Seguimos caminando por la 18 de Julio hasta llegar a la calle Santiago de Chile donde está la municipalidad. Pasamos por la fuente de los candados, una tradición que conocía de otros países pero no en Uruguay. La tradición dice que si se coloca un candado con las iniciales de dos personas que se aman, volverán juntas a visitarla y su amor vivirá por siempre. La fuente queda bonita con los candados, pero a mí me resulta desagradable la idea de simbolizar al amor con un candado. 

Fuente de los candados

Durante la caminata volvimos a experimentar la “educación al volante” de los uruguayos. Al cruzar una calle, los autos, indefectiblemente, pararán para dar paso al peatón. No vimos un solo auto que pasara siquiera en amarillo (en Rosario, ante cada luz amarilla, los autos aceleran y uno o dos pasan en rojo). Al intentar cruzar una calle sin semáforo, los conductores, incluidos los taxistas y colectiveros, paran para dar paso al peatón. Repito por si no quedó claro: el taxista o colectivero frena el auto y espera sin ninguna impaciencia a que crucemos la calle. No se detienen sobre la senda peatonal, no aceleran apurándote a cruzar, no te hacen sentir una molestia en el camino. 

Volvemos por la misma 18 de julio pero de la vereda de enfrente para poder ver los edificios que no vimos a la ida. Hay muchísimos edificios clásicos, con una arquitectura bellísima; algunos están bastante abandonados, muchos han sido o están siendo restaurados. Y muchas librerías: de libros nuevos, de usados, libros de arte. Otro motivo para amar a Montevideo. Como estaba en el camino, visitamos el Museo del Gaucho y la Moneda (en rigor sólo visitamos la muestra del gaucho porque la de la moneda, que está en el mismo edificio, estaba cerrada). Es en una vieja casona muy bien conservada, con unos pisos y una escalera preciosos. La muestra en sí no es gran cosa, se destacan piezas de platería exquisitas aunque se me hace difícil imaginarme un gaucho con un mate labrado y bombilla con pajaritos.

mates sencillitos

[Continuará]


sábado, 18 de febrero de 2012

Notas de Viaje - Montevideo (1).


1.Llegando está el carnaval.


Un nuevo viaje siempre es motivo de alegría, cualquiera sea el destino. Montevideo es destino conocido y querido; sólo serán cinco días, un pequeño descanso en medio del calor rosarino. Por ser viaje internacional nos piden estar 45 minutos antes en la terminal. Como somos demasiado puntuales llegamos una hora y media antes. Empezamos a palpitar el carnaval desde temprano: en la boletería, delante de nosotros, estaban los chicos de la murga La Cotorra, con quienes compartiríamos micro. Como es mi costumbre, antes de subirme al colectivo y por precaución, fui al baño. Era en la parte nueva de la terminal: un baño muy lindo y limpio pero… sigue estando la señora que pide la colaboración a cambio de mantener limpio el baño y darte papel higiénico. Cada vez que me encuentro con esta escena (no pocas veces, visito todos los baños públicos) me molesta esta modalidad que no recuerdo haber visto en otros países (aunque es posible que mi memoria no lo tenga presente). La limpieza de los baños así como la provisión de papel higiénico y jabón es obligación de la empresa (en este caso la terminal de ómnibus). Son ellos los que deberían pagarle un sueldo a esa señora, pagarle obra social y jubilación. ¿Por qué la limpieza del baño tiene que depender de la solidaridad de la gente? Recuerdo incluso que hace años, en la misma terminal, el cartel que solicitaba la colaboración pedía, conminaba casi: “Se colabora con la limpieza”.

Salimos de Rosario bastante puntuales (el horario estipulado era 23:30) teniendo en cuenta que los integrantes de La Cotorra llevaban decenas de bártulos, instrumentos, cajas y demás equipaje, que tardaron un buen rato en cargar. Vamos en coche semi-cama. No suelo tener problemas con los colectivos, mi estatura corta y contextura pequeña me permiten acomodarme en cualquier asiento. De hecho, mis pies no llegaban al piso y me deslizaba hacia abajo. Pablo sí tiene problemas: el asiento le queda chico y cuando el pasajero de adelante reclina el suyo casi no le queda espacio. Putea un buen rato y nos recordamos mutuamente que la próxima vez tenemos que comprar sí o sí coche cama. Pero después nos olvidamos y compramos lo que hay disponible en el momento. La azafata nos informa sobre el trámite que habrá que hacer en la aduana y las facilidades del coche, y nos avisa, casi pidiendo perdón, que nos pasará a servir una bandeja con una pequeña (remarca “pequeña”) cena. Es un sándwich de miga, una empanada fría y un pedacito de torta, más vaso de gaseosa. No es para pedir tanto perdón, hemos cenado cosas peores.

 A las 3:30 (4:30 hora uruguaya) llegamos a la aduana. Felizmente no hace falta que bajemos del micro, simplemente tuvimos que entregar nuestros documentos y esperar a que terminaran el trámite. El otro micro que salió de Rosario al mismo tiempo que nosotros e iba adelante no tuvo la misma suerte: los hicieron bajar a todos y hacer filita para presentar los documentos. Cosas del azar. Igual bajamos para estirar las piernas e ir al baño. El paisaje nocturno destaca la pastera Botnia muy iluminada y sin rastros del largo litigio que amenazó su funcionamiento. Varios carteles advierten acerca de la barrera sanitaria y los productos que no están permitidos ingresar al país. En ningún momento persona alguna nos informó sobre la barrera sanitaria ni tampoco verificaron que nadie llevara esos productos. Estos uruguayos son muy confiados.

esperando el carnaval

De regreso al micro y reiniciada la marcha, mientras intentaba dormirme, pensaba en la posibilidad de un accidente. Tengo una tendencia morbosa a pensar en la peor escena. Me sale naturalmente. Pensaba en la cantidad de gente que muere a diario en accidentes de tránsito y que de un momento a otro deja de existir. Sin presentimientos, sin avisos. Así, de golpe. Pensaba en la casa que quedaba llena de cosas ahora inútiles, mi familia enfrentando ese trágico hecho, el vacío repentino. Como pueden apreciar, no pasó nada. Pero siempre que veo esos martillitos en las ventanas con el cartelito “En caso de emergencia, romper el vidrio” me pregunto si servirán de algo, si ante la desesperación la gente se acordará del martillito, si el martillito será eficaz. Igual no tengo necesidad alguna de comprobarlo, es una duda nomás. 

Una hora después del trámite la aduana la azafata vuelve a despertarnos para darnos el desayuno. Casi nos ruega que nos mantengamos despiertos porque nadie le da bolilla. Tiene, sin embargo, un arma más efectiva para lograrlo: el café con leche que nos sirve está tan dulce como para producir un coma diabético por hiperglucemia. Lo tomo a duras penas pero no tardaré en arrepentirme, me cae como una bomba. Está empezando a clarear y mientras nos acercamos a Montevideo vamos viendo un paisaje más o menos conocido: kilómetros de campos, decenas de vacas, caballos. Con Pablo fantaseamos con la idea de comprarnos un campo en Uruguay, dedicarnos a la agricultura y los productos fitoterapéuticos. Del campo pasamos a comprar un escarabajo (VW Beetle, de los viejos) y nos preguntamos si será muy complicado el tramiterío para llevarlo a Argentina. Nos acordamos de Moreno, el secretario de Comercio y sospechamos que será más fácil comprar un Alfa Romeo directamente en Argentina. 

Poco antes de arribar a la terminal, la azafata saluda a los chicos de la murga (es la primera murga íntegramente no uruguaya en participar en la competencia), les desea suerte y les pide que canten algo. Tardan en decidirse, arrancan tímidamente pero al primero que se equivoca se empiezan a reír y ya no siguen. Están bastante dormidos. Pero no dejó de ser un lindo adelanto de lo que ya se palpitaba en Montevideo.

[Continuará]
Fotos del viaje.

. Seguir al capítulo 2: Suelo charrúa.