sábado, 25 de febrero de 2012

Notas de viaje - Montevideo (3).


3. Entre cafés y mates.

Después de un almuerzo frente a la Plaza Matriz volvimos al hostel a la hora señalada, impacientes por darnos un baño y dormir una siesta. Justo había llegado un grupo de brasileños que habían hecho reserva y no se ponían de acuerdo con las encargadas del hostel en la cantidad de dinero (de uruguayos a dólares, de dólares a reales) que tenían que pagar. Estuvimos esperando un buen rato a que se dignaran a darnos la llave de la habitación, pero todavía tuvimos que esperar como media hora para que nos dieran las mochilas porque seguían haciendo cuentas. La habitación (doble) es la misma que tuvimos la vez anterior (sospecho que es la única habitación no compartida del hostel) pero mejorada: en vez de dos camas tenía una matrimonial, una bonita pintura en la pared que a mí me recordó a Chachi Verona y ¡mosquitero! (en nuestra anterior estadía nos comieron los mosquitos). 

el descanso

Nos impusimos una siesta corta (45 minutos) para no perdernos la tarde durmiendo, pero nos costó tremendo esfuerzo salir de la cama. Tuve dos sueños bastante raros: un llamado telefónico a Carlos Menem por su cumpleaños y la revelación de que no le gusta que le canten la marcha peronista; y mi participación en una comisión de lucha por el Famatina. Me parece que tengo que leer menos diarios. 

Para darnos ánimo y salir de la cama decidimos ir a tomar la merienda al Café Brasilero. Ese sitio había sido una de las recomendaciones que hace tres años nos dio Polifemus, un usuario de Flickr, cuando preguntamos por sugerencias de lugares para visitar en Montevideo. Polifemus nos hizo una lista muy útil  que usamos en ese entonces y terminamos de agotar en esta visita. Curiosamente aquella vez no reparamos en que el Café Brasilero estaba justo en frente del hostel. Así que esta vez fue sólo cruzar la calle y entrar a este café tradicional de la Ciudad Vieja, que fuera frecuentado por figuras literarias como Benedetti o Galeano. Hay incluso un libro de Benedetti que tiene una foto del café en la portada. Nos sentamos en el pequeño bar que automáticamente te transporta a otra época: mesas y sillas de madera, barra antigua, música suave, buena atención. Esos pequeños detalles al servirte el café: un bocadito, un platito decorado. Y otra vez la fantasía: si tuviéramos mucha plata le compraríamos el bar al dueño, porque es imposible poner un bar así y darle esa onda. El lugar lo tiene adquirido después de muchos años y mucha historia. Pero no creo que el dueño quiera venderlo tan fácilmente y todavía tenemos que solucionar el temita de tener mucha plata. 

Café Brasilero

Al salir del café vuelvo al hostel a buscar abrigo porque está refrescando y Pablo se queda sacando fotos. Un uruguayo que pasa en auto para y le pregunta si quiere que le saque una foto a él, si fue al Café Brasilero, que no deje de visitarlo. Son varios los uruguayos que, ante la presencia de alguien con pinta de turista, aprovechan para venderle su ciudad. Se ve que la quieren porque la venden bien. 

Viendo la cantidad de gente que sale con su termo y mate bajo el brazo nos preguntamos por la forma de tomar mate (en nuestra visita anterior a la ciudad llegamos a elucubrar una teoría sobre la existencia de un gen uruguayo). Llevan termo, mate cargado y bombilla, pero no llevan yerba de repuesto. Así que las opciones son: o saben cebar muy bien para que no se les lave el mate, o toman mates lavados, o en cualquier lado consiguen yerba que les prestan. Después escuchamos al periodista Osvaldo Bazán quejándose porque le habían regalado yerba uruguaya pero tenía mucho polvo y se le tapaba la bombilla. Y alguien le contestó que los uruguayos usan una bombilla especial. Tal vez sea esa yerba la que no se lava. Por último elaboramos otra teoría: como vimos decenas de personas con el termo bajo el brazo (por la calle, en el colectivo, jovencitos, ejecutivos) pero a nadie tomando, sospechamos que llevan el mate para hacer facha nomás.

Después del Café Brasilero quisimos ir a la Catedral pero apenas entramos una señora nos fletó diciendo que ya cerraban (eran las 6) así que lo dejamos para el día siguiente. Dimos otra vuelta por la Ciudad Vieja, fuimos a la placita Zabala y después enfilamos para la costanera. Aunque había mucho viento caminamos un buen trecho. Montevideo nos enamora de tal manera que aún con viento nos sigue pareciendo hermosa. Hasta que nos dimos cuenta de que si seguíamos se iba a hacer muy largo el regreso. Volvimos por las calles internas (Canelones, Duranzo) recorriendo el barrio Sur con sus callecitas que intentan ser pintorescas (pintadas de colores vivos, adornadas con plantas) pero están medio abandonadas. Cruzamos, incluso, a un grupo de gente ensayando presumiblemente para el carnaval que se largaba en pocas horas nomás.

[Continuará]

lunes, 20 de febrero de 2012

Notas de viaje - Montevideo (2)



2. Suelo charrúa.

Llegamos a la terminal de Tres Cruces cerca de las 9:15 (hora uruguaya). Cambiamos apenas $100 argentinos en uruguayos porque pensamos que probablemente en la terminal el cambio fuera desfavorable. Error: era más conveniente que en el centro (detalle llamativo en la moneda de $2 uruguayos: en las viejas aparece la cara de un señor que no conocemos pero que no parece ser muy apreciado porque en las monedas nuevas en lugar de la cara del señor hay un carpincho). Parada obligada: el baño. Como era de esperar, está impecable, hay papel higiénico en todos los cubículos y hay dos señoras de uniforme limpiando y chequeando que cada sanitario esté en condiciones antes de ser usado. Ningún cartel pidiendo colaboración, apenas una tímida alcancía en un rinconcito. Salta a la vista que las señoras no viven de la colaboración de la gente, Tres Cruces les paga un sueldo. 

Apenas llegamos a la parada llegó el colectivo 330. Aunque estuvimos en Montevideo tres años atrás y recordábamos bastante, nos sentamos detrás del chofer para poder preguntarle; frente a nosotros una pareja de españoles está un poco desorientada. Pero entre Pablo, el chofer y otro pasajero los orientan. Primera impresión agradable en Montevideo de una serie de tantas: el colectivo transita por pleno centro, un día semanal por la mañana y no hay bocinazos, frenadas, tráfico atascado. A lo largo de la avenida 18 de Julio, amplia y céntrica, no vemos un solo auto estacionado de ninguna mano (no está permitido) y el colectivo parece ir por un carril exclusivo aunque no lo es. Simplemente el tráfico es más ordenado. 

Bajamos en la puerta de la Ciudadela y caminamos unas pocas cuadras por la Ciudad Vieja hasta el hostel El Viajero. Recordamos bastante bien el camino aunque vamos chequeando el mapa. Una vez allí nos recuerdan lo que ya sabíamos de antemano: el check-in es a las 14hs. Teníamos la esperanza de que nos dejaran usar la habitación antes si no había huéspedes, pero no. Así que dejamos las mochilas y salimos a caminar un rato con nuestras cámaras y nuestro cansancio a cuestas. El día estaba algo nublado y hasta cayeron un par de gotas, pero el resto del día estaría despejado y cálido sin llegar a ser caluroso. Vamos a una casa de cambio y empezamos a preocuparnos porque la relación argentinos uruguayos es más desfavorable de lo que pensábamos y todo nos parece carísimo. En estos años el peso argentino se ha devaluado considerablemente. 

Puerta de la Ciudadela

Caminamos por calle Sarandí, la calle peatonal más turística de la Ciudad Vieja, hasta la Puerta de la Ciudadela y la plaza Independencia, uno de los puntos turísticos más visitados, donde se encuentra el mausoleo de Artigas. Cruzando la plaza, la calle pasará a ser la avenida 18 de Julio. Son cerca de las 10 de la mañana pero hay poca gente por la calle. Es inevitable sacarle fotos al palacio Salvo, edificio emblema de Montevideo, considerado “gemelo” del Palacio Barolo de Buenos Aires, ambos construidos por el mismo arquitecto: Mario Palanti. Aunque lo que hoy nos maravilla no fue muy bien recibido en su momento. Le Corbusier propuso en 1929 “ plantar una enorme enredadera para ocultarlo o buscar la mejor posición -en la plaza Independencia o en la fortaleza del Cerro, según las versiones- para demolerlo a cañonazos”; otras críticas lo bautizaron: “el postre más grande del mundo”; “Frankestein de cemento y mampostería” o “Godzilla rococó”. Pero eso era antes; hoy, que tenemos que soportar la visión de mamotretos similares a una caja de zapatos de cemento y vidrio, el Palacio Salvo resulta una maravilla. Lástima que no tenga el debido mantenimiento (al menos en la fachada) y le hayan puesto una espantosa antena en el techo. 

Vamos a un locutorio porque Pablo, que tiene números gratis con los teléfonos de nuestras familias, no tiene señal; yo, que en cambio, cargo una tarjeta de $20 cada dos meses y no tengo números gratis, sí tengo señal y mensaje de bienvenida a Montevideo. Los dos tenemos el servicio de Personal pero parece que pagar más no significa mejor servicio. Seguimos caminando por la 18 de Julio hasta llegar a la calle Santiago de Chile donde está la municipalidad. Pasamos por la fuente de los candados, una tradición que conocía de otros países pero no en Uruguay. La tradición dice que si se coloca un candado con las iniciales de dos personas que se aman, volverán juntas a visitarla y su amor vivirá por siempre. La fuente queda bonita con los candados, pero a mí me resulta desagradable la idea de simbolizar al amor con un candado. 

Fuente de los candados

Durante la caminata volvimos a experimentar la “educación al volante” de los uruguayos. Al cruzar una calle, los autos, indefectiblemente, pararán para dar paso al peatón. No vimos un solo auto que pasara siquiera en amarillo (en Rosario, ante cada luz amarilla, los autos aceleran y uno o dos pasan en rojo). Al intentar cruzar una calle sin semáforo, los conductores, incluidos los taxistas y colectiveros, paran para dar paso al peatón. Repito por si no quedó claro: el taxista o colectivero frena el auto y espera sin ninguna impaciencia a que crucemos la calle. No se detienen sobre la senda peatonal, no aceleran apurándote a cruzar, no te hacen sentir una molestia en el camino. 

Volvemos por la misma 18 de julio pero de la vereda de enfrente para poder ver los edificios que no vimos a la ida. Hay muchísimos edificios clásicos, con una arquitectura bellísima; algunos están bastante abandonados, muchos han sido o están siendo restaurados. Y muchas librerías: de libros nuevos, de usados, libros de arte. Otro motivo para amar a Montevideo. Como estaba en el camino, visitamos el Museo del Gaucho y la Moneda (en rigor sólo visitamos la muestra del gaucho porque la de la moneda, que está en el mismo edificio, estaba cerrada). Es en una vieja casona muy bien conservada, con unos pisos y una escalera preciosos. La muestra en sí no es gran cosa, se destacan piezas de platería exquisitas aunque se me hace difícil imaginarme un gaucho con un mate labrado y bombilla con pajaritos.

mates sencillitos

[Continuará]


sábado, 18 de febrero de 2012

Notas de Viaje - Montevideo (1).


1.Llegando está el carnaval.


Un nuevo viaje siempre es motivo de alegría, cualquiera sea el destino. Montevideo es destino conocido y querido; sólo serán cinco días, un pequeño descanso en medio del calor rosarino. Por ser viaje internacional nos piden estar 45 minutos antes en la terminal. Como somos demasiado puntuales llegamos una hora y media antes. Empezamos a palpitar el carnaval desde temprano: en la boletería, delante de nosotros, estaban los chicos de la murga La Cotorra, con quienes compartiríamos micro. Como es mi costumbre, antes de subirme al colectivo y por precaución, fui al baño. Era en la parte nueva de la terminal: un baño muy lindo y limpio pero… sigue estando la señora que pide la colaboración a cambio de mantener limpio el baño y darte papel higiénico. Cada vez que me encuentro con esta escena (no pocas veces, visito todos los baños públicos) me molesta esta modalidad que no recuerdo haber visto en otros países (aunque es posible que mi memoria no lo tenga presente). La limpieza de los baños así como la provisión de papel higiénico y jabón es obligación de la empresa (en este caso la terminal de ómnibus). Son ellos los que deberían pagarle un sueldo a esa señora, pagarle obra social y jubilación. ¿Por qué la limpieza del baño tiene que depender de la solidaridad de la gente? Recuerdo incluso que hace años, en la misma terminal, el cartel que solicitaba la colaboración pedía, conminaba casi: “Se colabora con la limpieza”.

Salimos de Rosario bastante puntuales (el horario estipulado era 23:30) teniendo en cuenta que los integrantes de La Cotorra llevaban decenas de bártulos, instrumentos, cajas y demás equipaje, que tardaron un buen rato en cargar. Vamos en coche semi-cama. No suelo tener problemas con los colectivos, mi estatura corta y contextura pequeña me permiten acomodarme en cualquier asiento. De hecho, mis pies no llegaban al piso y me deslizaba hacia abajo. Pablo sí tiene problemas: el asiento le queda chico y cuando el pasajero de adelante reclina el suyo casi no le queda espacio. Putea un buen rato y nos recordamos mutuamente que la próxima vez tenemos que comprar sí o sí coche cama. Pero después nos olvidamos y compramos lo que hay disponible en el momento. La azafata nos informa sobre el trámite que habrá que hacer en la aduana y las facilidades del coche, y nos avisa, casi pidiendo perdón, que nos pasará a servir una bandeja con una pequeña (remarca “pequeña”) cena. Es un sándwich de miga, una empanada fría y un pedacito de torta, más vaso de gaseosa. No es para pedir tanto perdón, hemos cenado cosas peores.

 A las 3:30 (4:30 hora uruguaya) llegamos a la aduana. Felizmente no hace falta que bajemos del micro, simplemente tuvimos que entregar nuestros documentos y esperar a que terminaran el trámite. El otro micro que salió de Rosario al mismo tiempo que nosotros e iba adelante no tuvo la misma suerte: los hicieron bajar a todos y hacer filita para presentar los documentos. Cosas del azar. Igual bajamos para estirar las piernas e ir al baño. El paisaje nocturno destaca la pastera Botnia muy iluminada y sin rastros del largo litigio que amenazó su funcionamiento. Varios carteles advierten acerca de la barrera sanitaria y los productos que no están permitidos ingresar al país. En ningún momento persona alguna nos informó sobre la barrera sanitaria ni tampoco verificaron que nadie llevara esos productos. Estos uruguayos son muy confiados.

esperando el carnaval

De regreso al micro y reiniciada la marcha, mientras intentaba dormirme, pensaba en la posibilidad de un accidente. Tengo una tendencia morbosa a pensar en la peor escena. Me sale naturalmente. Pensaba en la cantidad de gente que muere a diario en accidentes de tránsito y que de un momento a otro deja de existir. Sin presentimientos, sin avisos. Así, de golpe. Pensaba en la casa que quedaba llena de cosas ahora inútiles, mi familia enfrentando ese trágico hecho, el vacío repentino. Como pueden apreciar, no pasó nada. Pero siempre que veo esos martillitos en las ventanas con el cartelito “En caso de emergencia, romper el vidrio” me pregunto si servirán de algo, si ante la desesperación la gente se acordará del martillito, si el martillito será eficaz. Igual no tengo necesidad alguna de comprobarlo, es una duda nomás. 

Una hora después del trámite la aduana la azafata vuelve a despertarnos para darnos el desayuno. Casi nos ruega que nos mantengamos despiertos porque nadie le da bolilla. Tiene, sin embargo, un arma más efectiva para lograrlo: el café con leche que nos sirve está tan dulce como para producir un coma diabético por hiperglucemia. Lo tomo a duras penas pero no tardaré en arrepentirme, me cae como una bomba. Está empezando a clarear y mientras nos acercamos a Montevideo vamos viendo un paisaje más o menos conocido: kilómetros de campos, decenas de vacas, caballos. Con Pablo fantaseamos con la idea de comprarnos un campo en Uruguay, dedicarnos a la agricultura y los productos fitoterapéuticos. Del campo pasamos a comprar un escarabajo (VW Beetle, de los viejos) y nos preguntamos si será muy complicado el tramiterío para llevarlo a Argentina. Nos acordamos de Moreno, el secretario de Comercio y sospechamos que será más fácil comprar un Alfa Romeo directamente en Argentina. 

Poco antes de arribar a la terminal, la azafata saluda a los chicos de la murga (es la primera murga íntegramente no uruguaya en participar en la competencia), les desea suerte y les pide que canten algo. Tardan en decidirse, arrancan tímidamente pero al primero que se equivoca se empiezan a reír y ya no siguen. Están bastante dormidos. Pero no dejó de ser un lindo adelanto de lo que ya se palpitaba en Montevideo.

[Continuará]
Fotos del viaje.

. Seguir al capítulo 2: Suelo charrúa.